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Bisturí para Caterina

Bérgamo. 14/11/2025. Teatro Donizetti. Gaetano Donizetti: Caterina Cornaro. Carmela Remigio, (Caterina Cornaro). Enea Scala, (Gerardo). Vito Priante (Lusignano). Riccardo Fassi (Mocenigo). Fulvio Valenti (Andrea Cornaro). Francesco Lucii (Strozzi/ un cavaliere del re). Vittoria Vimecardi (Matilde). Riccardo Frizza, dirección musical. Francesco Micheli, dirección de escena.

Una producción fallida, una protagonista de aséptica corrección, un tenor de canto abierto y tendencia a la desmesura y un barítono en plenitud como fiel guardián del mejor belcanto. Fue el resumen de una première, donde la Orchesta Donizetti Opera, dirigida por el siempre estiloso Riccardo Frizza, pudo ofrecer el aroma del Donizetti tardío, para una ópera que merecía recuperarse de un destino semiolvidado. Merecía esta recuperación, en una edición crítica de Eleanora Di Cintio para la casa Ricordi, para esta, una primera representación de Caterina Cornaro (1844), según la voluntad del compositor. 

Después de un fallido intento de estreno en Viena, y un decepcionante estreno final en Nápoles, cercenado e intervenido por una censura que revolvió la ópera de Donizetti restándole su complejidad dramática, el Donizetti Festival, ya en manos del maestro Frizza como director artístico, ha querido inaugurar su edición 2025, con este título, la última gran ópera italiana de Donizetti, con la regie del exdirector artístico del Festival, Francesco Micheli, en un paso de testigo simbólico, con la firma del director de escena en mano del director musical.

Si bien el punto de partida de la producción, un paralelismo entre una Caterina actual, casada con un marido al que ama (Lusignano) al que diagnostican un cáncer terminal, y que vive un romance ilusorio con el médico que la atiende (Gerardo), se traspasa en una vía de escape con la verdadera historia de la reina de Chipre.

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La escenografía, que juega con efectividad entre la historia contemporánea que propone Micheli, con la original del libreto, no mejora un resultado que se torna extraño. El espectador se siente desorientado frente al drama por la frialdad de un trabajo que no consigue hilvanar bien un paralelismo que, a golpe de mezclar batas de médicos, bisturí y radiografías, con espadas, armaduras y una lucha de poder entre la Venecia histórica y el reino de Chipre, se queda a medias y pierde el sentido dramático, claramente preverdiano, de un Donizetti maduro en pleno dominio de su arte.

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Con este batiburrillo escénico, donde los protagonistas divagan más que existen, el peso de la ópera recayó en las voces y aquí, tampoco funcionó. La soprano Carmela Remigio fue una Cornaro de emisión ajustada, fraseo claro pero con un sentido dramático vago y una vocalidad limitada y tendente a un canto rutinario y falto de colores. Como si no se creyera ella misma la producción que estaba protagonizando. El hecho de no tener su aria final, por expreso deseo del compositor en esta versión final que Donizetti quiso, para una mayor crudeza teatral, tampoco ayudó. Quedó eclipsada en sus grandes dúos con su amante Gerardo, por un Enea Scala de canto fogoso y extralimitado, y con su marido Lusignano, por un Vito Priante, de vocalidad tersa y dominadora. Tan solo en sus solos y arias mostró la dignidad de una cantante a la que este rol le ha llegado demasiado tarde.

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Por su parte el Gerardo del tenor Enea Scala demostró su estado vocal con sonoros agudos, un canto tendente a una emisión siempre abierta y arrolladora donde los matices parecieron no existir. De fraseo ardiente e indudable entrega escénica, su canto extravertido y con exceso de sonidos en forte, perdió gran parte de la nobleza y romanticismo belcantista que el rol de Donizetti demanda.

En contraposición enamoró desde su primera intervención la tersura y elegancia canora del barítono Vito Priante, un Lusignano maduro y en plenitud de su arte. Articulación y naturalidad de la emisión, un color baritonal cálido y envolvente, dominio de la tesitura y agudos generosos de gran nobleza y amplitud. Priante además fue el mejor actor de esta producción, con una evidente entrega dramática que casó la extraña dualidad pretendida por Micheli, con una solvencia y nobleza propias de un maestro belcantista como demostró en todas sus intervenciones.

En menor medida destacó el bajo Riccardo Fassi como Mocenigo, con una corrección canora y estilística demasiado impersonal, para otro protagonista que pareció cantar en una producción con la que no conectó a nivel expresivo. Corrección en el resto del reparto, con mención al protagonismo de un coro dell’Accademia Teatro alla Scala, del que Donizetti exige páginas de gran peso.

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La batuta de Riccardo Frizza, conocedor del estilo y gran acompañante de las voces, incidió en la calidad orquestadora de una partitura donde resaltan los solos de los vientos-maderas y la madurez del compositor. Una labor que exige una batuta que conjugue el belcantismo de gran escuela con lo ecos de un Verdi que ya está llamando a la puerta. Frizza consiguió este difícil equilibrio frente a una Orchestra Donizetti Opera, solvente y aplicada.

Un trabajo general meritorio eclipsado por una regie que no hizo justicia a una partitura que constituye otra de las grandes reinas donizettianas del repertorio. El futuro de Caterina Cornaro continua esperando una restitución a mayor gloria del legado del compositor.

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