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La bendición del reestreno

Zamora. Auditorio Fundo-La Marina. 27/07/2018. Après moi, le déluge, de Miquel Ortega. Marisa Martins (mezzosoprano), Antoni Comas (tenor), Miquel Ortega (piano), Juanjo Guillén (percusión), Diana Sanz (violoncello), José Andrés Fernández (clarinete) y Rubén Simo (trompeta). Dirección escénica: Jordi Prat. Dirección musical: Miquel Ortega.

Si para un compositor ya resulta un trámite arduo estrenar una ópera, no digamos nada acerca de reestrenarla. De hecho, pasa por ser un momento más complicado si cabe pues vivimos en el mundo de la ocasión única: apoyamos a un compositor en el estreno de su obra y así consideramos que ya hemos cumplido. Por ello es de agradecer que un festival tan modesto como digno, sito en el centro de la España que se está despoblando y que responde al poco castellano nombre de Little Opera nos haya dado la oportunidad de disfrutar del reestreno de una obra de 2017.

En esta Zamora románica se ha celebrado la IV edición del Festival Internacional de Ópera de Cámara, atendiendo en sus propuestas a tres momentos históricos totalmente distintos: la actualidad de la obra de Miquel Ortega, el pasado reciente de Francis Poulenc y el barroco de George Philipp Telemann. Es imposible abarcar mayor disparidad estética con tan pocos mimbres y por ello es de aplaudir no solo la iniciativa en sí misma, sino que tal propuesta sea plural y abierta de miras, huyendo de lo fácil y socorrido para ofrecer una visión global de la ópera a través de distintos momentos históricos.

Puede decirse que Miquel Ortega está de actualidad en su faceta compositiva pues atendiendo solamente a su obra teatral su La casa de Bernarda Alba ha tenido un éxito nada despreciable en el Teatro de la Zarzuela el pasado mes de noviembre. Ahora hemos podido descubrir una obra radicalmente distinta, hasta el punto de que a un servidor le cuesta encontrar puntos en común con la ópera basada en García Lorca. El mismo Ortega se ha reivindicado a sí mismo como un compositor ecléctico en esto del lenguaje musical, aludiendo a la necesidad de saber adaptarse al texto, al momento inspirativo y al deseo personal de expresión.

Après moi, le déluge fue estrenada en 2017 en el Teatro Nacional de Catalunya en su catalán original. Desconozco si ha sido iniciativa del compositor o del Festival pero a Zamora ha venido una versión en castellano, lo que no deja de sorprender teniendo en cuenta que la ópera, si de algo disfruta, es de pluralidad lingüística que, además, hoy se solventa con facilidad con los equipos de traducción simultánea. En cualquier caso la escritora Lluisa Cunillé, responsable del texto original ha sido quien ha coordinado la traducción, por lo que hemos de suponer respeto al espíritu original de la obra, más allá de la inevitable “traición” a realizar.

La ópera tiene un planteamiento austero en lo que a voces e instrumentistas se refiere: dos personajes, mezzosoprano y tenor y cinco instrumentistas, colocados todos ellos por Jordi Prat en el mismo plano, sobre el escenario: a la izquierda del espectador, el quinteto instrumental; a la derecha, con un biombo como simbólica separación física, los dos cantantes. Estar en el mismo plano motiva que en más de una ocasión las voces queden difuminadas por el conjunto instrumental porque, a pesar de su escaso número, la presencia de instrumentos tan poderosos como la percusión, que juega un papel fundamental en la obra o la trompeta, de amplia sonoridad, condiciona el necesario equilibrio entre quinteto y cantantes. 

La ópera es una larga conversación entre dos blancos que se encuentran en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, ese país que un servidor estudio como Zaire y que adquirió fama universal por la pelea Muhammad Alí-George Foreman en 1974, considerado uno de los mejores combates de la historia de este deporte. Kinshasa, Zaire, el Congo,… términos todos ellos unidos inexorablemente al expolio del imperialismo político y económico blanco, producidos antes y después de la independencia formal del país africano. En esa ciudad un hombre de negocios enfermo y una traductora con problemas personales se encuentran y charlan durante los ochenta minutos que dura la obra que, ya decíamos, no deja de ser sino una “simple” conversación.

Al texto no son ajenos los conceptos señalados: la innata superioridad blanca, la cultura del negocio rápido, la riqueza personal a costa del continente negro,… y detrás de cada persona, los problemas habituales: la enfermedad, el dolor del ser querido perdido, la soledad, la cercanía de la muerte; en definitiva, nada que ni siquiera una buena cartera pueda evitar.

En cuanto a la música, esta es una miscelanea de estilos y estéticas que se usan de forma casi programática, quedando el mundo del jazz para el hombre blanco, la música melódica para las situaciones más personales y la atonal para los momentos trágicos, que no son pocos. En este sentido sería de desear nuevas audiciones de la obra para poder desentrañar esa tela de araña que levanta Ortega en forma de motivos musicales de estéticas diversas en virtud del personaje y/o del momento. Aquí reside una de los mayores puntos de interés de la obra.

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Marisa Martins construye una mujer atractiva, de espíritu crítico aunque dominada por el dolor con una voz hermosa aunque limitada en volumen. Eso sí, su personaje es de gran credibilidad y con excepción de algunas debilidades en la zona aguda, pudimos disfrutar de su creación. La voz de Antoni Comas, sin embargo, llenaba el auditorio sin problema alguno; su timbre es algo estridente por metálico pero las escasas exigencias del registro agudo se solventaron sin problema alguno, más allá de algún pequeño accidente con alguna flema traidora. Así mimo, su personaje es creíble con esa prepotencia racial y económica, trasladándonos la imagen del hombre triunfador y de mundo que, sin embargo, no puede dejar de sufrir por su inevitable decadencia.

Muy bien el quinteto instrumental, destacando Juanjo Guillén como percusionista sin desdoro de sus cuatro acompañantes. Miquel Ortega, el compositor, hizo desde el piano las labores de dirección a pesar de la delicada colocación de los intervinientes, que complicaba bastante la mera coordinación. 

El auditorio Fundos-La Marina, con unas cuatrocientas butacas, estaba ocupado en un 60% del mismo y al término de la función la respuesta del público fue generosa con los artistas y el compositor. El tiempo nos dirá el hueco que Après moi, le déluge ocupara en la Historia de la Ópera. Al menos Zamora ha demostrado, viene demostrando, que habilitar espacios para la ópera contemporánea es factible y agradecido por un público que no es esclavo de prejuicios. Muchos deberían aprender de una política con criterios tan claros.