Mehta Lucerne19 Peter Fischli 

Conmover

Barcelona. 18.09.18. Auditori. Mahler: Sinfonía nº 3. Gerhild Romberger, mezzosoprano. Cor de Noies y Coro Infantil del Orfeó Català. Israel Philharmonic Orchestra. Zubin Mehta, dirección de orquesta.

Mucho ruido mediático es lo que siempre genera la visita de una figura internacional de la trayectoria de Zubin Mehta, y también esta vez lo hizo en el final de su última gira como director vitalicio de la Filarmónica de Israel, que desembarcó en un Auditori custodiado por un gran despliegue policial. Más allá de constatarlo e invitar a reflexionar qué implica, por suerte no me veo obligado a glosar todo ese ruido absurdo que ocupa a quien no le interesa un pimiento la música, aunque la prensa de nuestro país se desviva por hacerlo. Por supuesto la morbosa y sentimentaloide sociedad en la que vivimos consume gozosa ese néctar y finje emocionarse.   

En el podio y sentado, al frente de ese inabarcable monumento sinfónico que es la Tercera, Mehta hizo gala de detallismo y ortodoxia mahleriana en lo que respecta a la difícil administración de timbres y planos sonoros. No siempre en la fluidez de ese largo discurso que va acumulando tensiones hasta la extenuación, pero siempre con buen gusto, al que una precisa orquesta respondió con notable lirismo y calidez. De hecho, más allá de una cuerda de precisión y disciplina admirables –dúctil, tersa y con una sección grave incisiva– lo que caracterizó la formación israelí fue la emotividad y efusividad, en sintonía con la batuta. En suma, una magnífica interpretación sólo salpicada por un inicio dubitativo, y por retos no superados por unos metales que no se comunicaron tan fácilmente con Mehta como otras secciones –incluida una accidentada intervención del fliscorno a distancia, a quien sí hay que reconocer gran sonido y sentido cantabile–. El mejor ejemplo, la premura de las trompas en la entrada a destiempo del segundo movimiento. 

Y eso que el director indio eligió desbrozar la sinfonía lentamente desde el primer compás, como se desenvuelve un pañuelo que guarda una confesión o un tesoro. Este se mantuvo íntegro en un último movimiento que llegó a emocionar, pero no así en un primer movimiento que se deshilachó por momentos, como tampoco en un minuetto excesivamente pausado que tal vez se hubiera descompuesto en los atriles de otra orquesta. 

Detrás del pensamiento está un sabio desconocido que es el cuerpo. La idea de Nietzsche se materializó en la concentración, creatividad y sabiduría estética de Mehta, por mucho que se ayude de un bastón y por muy al final que se encuentre de su carrera, pero se primó el análisis por encima de la exposición, lo que afectó la concepción global de la obra y su ambiciosa profundidad filosófica. No olvidemos que en ese larguísimo viaje se traza un trayecto hacia la trascendencia nunca alcanzada, tramada con un absoluto inmanente en manos de un vienés consciente de la aguda crisis, como demuestra la presencia de lo banal y lo grotesco, y esa subterránea narratividad que dibuja toda una cosmogonía. 

La amplitud y fascinante oscuridad de la voz de Gerhild Romberger fue otro de los cimientos para disfrutar de un soberbio cuarto movimiento. Dotada de una musicalidad y sensibilidad embriagadoras la mezzo alemana acometió ese O Mensch… con fuerza telúrica. Soberbios estuvieron los dos coros del Orfeó Català dirigidos por Buia Reixach y Glòria Coma en su breve intervención, tanto en precisión, como emisión y empaste. 

La prolongada ovación en pie se dirigió a una trayectoria brillante y también a un músico renacido tras su periodo alejado de los auditorios. Aún sin alcanzar cotas de excelencia, ¿conmovió la lectura de la obra o el halo legendario de Mehta junto al que todos se querían fotografiar? Es tan pretencioso como imposible responderlo. El placer busca eternidad, en el arte, los mitos o las mercancías.