alexei volodin

Con swing y libertad

Barcelona. 16/4/16. Auditori. Festival Gershwin. Leonard Bernstein: West Side Story. Obertura (1957) Adaptación para orquesta sinfónica de Maurice Peress (1930). George Gershwin: Concierto para piano y orquesta en Fa Major (1925). Edición de Frank Campbell-Watson (1898-1980). “I got Rythm” Variaciones para piano y orquesta (1934). Versión original. Un americano en París (1928). Adaptación para orquesta simfónica de Frank Campbell-Watson (1894–1981). Alexei. Volodin, piano. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Andrew Grams.  

Feliz la idea de incorporar este Festival Gershwin dentro de la temporada de la OBC, felicidad compartida por un público que conectó desde el primer compás con un música que contagia alegría y ritmo y un sonido refrescante del que resulta imposible escapar. 

Gershwin sigue teniendo el don de llegar al espectador de manera sorpresiva y viva, será por la facilidad melódica y el nervio intrínseco de una partitura que rebosa alegría y que se escapa con una libertad formal que rompe moldes y la hace irresistiblemente personal e inconfundible. Tres conciertos ofrecidos en viernes sábado y domingo, donde se pudo escuchar además del concierto aquí reseñado, la inefable Raphsody in Blue y Un día en Nueva York, tres danzas (de Bernstein) y Cuadros sinfónicos para orquesta de Porgy and Bess (sesión del viernes 15), y la Obertura cubana y la segunda Rapsodia para piano y orquesta (1931) en el concierto del domingo 17. Buena mezcla la de alternar las composiciones del gran George con las de Lenny Bernstein, no en vano un continuador de la excelsa labor de Gershwin, con un sello propio también inconfundible y rebosante de vigor. 

Comenzó esta sesión con los poco más de cuatro minutos de la Obertura de West Side Story de Bernstein donde la orquesta y sobretodo la labor desde el podio, del especialista y catártico director Andrew Grams, llamó poderosamente la atención por la intensidad y la conexión con la OBC. Los instrumentistas contagiaban ritmo y espíritu desenfadado con esa pequeña obra maestra que resume en poco tiempo los leitmotiv más memorables de la obra. Hay que agradecer en este Festival Gershwin de la OBC, que se incluyeran obras como el Concierto para piano y orquesta en Fa mayor, una composición poco interpretada (la sombra de la Raphsody in Blue es alargada), pero que contiene los ingredientes básicos y más reconocibles de un compositor que rebosa personalidad. Alexei Volodin ofreció una digitación diáfana y medida, con el punto justo de virtuosismo pero con el alma libre en los coqueteos con el jazz, la música cinematográfica y la desbordante facilidad melódica de la obra. Grams cuidó la interpretación de Volodin, tanto en el extenso primer movimiento, todo hay que decirlo también, sin la irreverente chispa compositiva del Raphsody, como en el ambiental segundo movimiento o el conclusivo tercero. Aquí es donde lució más la orquesta de la OBC, sobretodo en las secciones de percusión y viento, alternándose con la profesional labor de Volodín al piano, que sin embargo no acabó de transmitir esa caracteristica descarada e imaginativa de la partitura gershwiniana, ¿demasiado cerebral quizás?, las notas y el dominio del teclado estuvieron y fueron evidentes, pero el sonido lozano que casi suena a improvisación continua de la particella de esta obra pianística de Gershwin quedó algo falta de swing

El pianista de San Petesburgo comenzó la segunda parte con las variaciones para piano y orquesta (1934) sobre el tema de la canción “I got rythm”, una nueva oportunidad de demostrar ese toque jazzistico que rezuman estas variaciones, que tan bien mezclan lirismo atmosférico, melodía pegadiza y una cadencia danzable inherente. La limpieza de sonido estuvo, la claridad técnica también pero de nuevo faltó ese alma deshinibida que lleva en el ADN la composición de Gershwin cerrando su intervención con solvencia pero sin punch final. El poema sinfónico de Un americano en París, transformado a posteriori de la muerte del compositor en la banda sonora del célebre film de éxito universal, dejó las pistas del gran trabajo que podría haber hecho en Hollywood un músico que parecía predestinado a triunfar en el cine, pero la repentina muerte a la temprana edad de 38 años por un tumor cerebral impidió que la gesta se produjese y quedó como testimonio esta obra maestra. Perfecta simbiosis de sonidos sinestésicos que combinan imágenes de la gran ciudad de la luz con la visión de un estadounidense que se deja soprender por la vida urbana parisina, la obra es un caramelo para la orquesta. Desde el podio Andrew Grams supo guiar a la formación delineando elegancia en las cuerdas, flexibles y sedosas, marcando la sección de percusión con exigencia pero también buscando el sonido desinhibido y con carácter de un metal y viento que daba bocanadas de aire a una composición hermosa y colorista. Un final ideal para un viaje por las entrañas de una de las obras más inspiradas y características de todos los compositores del siglo XX. Que este Festival se repitiera cada año sería una fiesta para los sentidos y un regocijo para un público que disfrutó de lo lindo.