duo africana agao 2019 

Asegurar un buen rato

04/10/2019. Pamplona. Teatro Gayarre. Manuel Fernández Caballero: El dúo de La africana: Rafael Álvarez de Luna (barítono cómico, Querubini), Carmen Aparicio (soprano, Antonelli), Facundo Muñoz (tenor, Giuseppini), María Jesús Sevilla (actriz, Amina), Itsaso Loinaz (soprano, artista invitada), Karmelo Peña (actor, Pérez), Alejandro Rull (actor, un bajo) y otros. Coro de la Asociación Gayarre Amigos de la Ópera (AGAO). Iñigo Casalí, director del coro. Orquesta Ciudad de Pamplona. Antonio Ramallo, dirección de escena. José Antonio Irastorza, dirección musical.

Parece ser que hubo una época en la que una compañía barata de ópera, de las de butaca a dos pesetas tal y como se nos informa en el libreto, se atrevía con L’africaine, de Meyerbeer. Hoy en día, al menos por estos lares, sabemos de esta ópera y más concretamente de su dúo del acto IV entre Celica y Vasco da Gama, por las referencias explicitas de la zarzuela de Manuel Fernández Caballero, el título que hoy nos ocupa. Y es que Meyerbeer, otrora compositor insigne y predilecto de tantos teatros europeos pasa hoy por un olvido injustificado, a pesar de intentos bienintencionados pero carentes de continuidad.

A la salida del teatro escuché decir a uno de los responsables de la AGAO que tras la seriedad dramática del título del año pasado, Los gavilanes en concreto, este curso habían apostado por la broma, la chanza y el asegurar al público pamplonica el pasar un buen rato. Y podemos asegurar que lo han conseguido.

La cita anual zarzuelera de principios de otoño en el Teatro Gayarre apostó por un título breve pero celebre que consigue alcanzar mayor enjundia por las intervenciones de los artistas invitados en la escena de las audiciones; sin esta escena apenas superamos los sesenta minutos de obra, pasando esta como un suspiro. Y si en la escena final, en tono vodevilesco, todos los participantes corren de una punta a la otra del pequeño escenario, ataviados con ropajes estrafalarios y entregados a situaciones románticas exacerbadas, ya tenemos montado el sarao, el mismo que un público que llenada el teatro en un 75% aproximadamente, agradeció con aplausos sinceros.

Por lo tanto, una puesta en escena bastante convencional responsabilidad de Antonio Ramallo y una resolución de la zarzuela casi revistera ayudaron a entender la obra y poder reírnos con las ocurrencias de los personajes. En este sentido, el protagonismo de Rafael Álvarez de Luna es digno de aplauso, dibujando un empresario tacaño, celoso y de más bien poco fundamento, suficiente en las partes cantadas, impecable en las actorales. Los dos cantantes han sido la soprano Carmen Aparicio, que solventó su Antonelli con suficiencia aunque en la parte más aguda se observan algunas durezas de emisión de sonido; sin embargo es innegable que es cantante de tablas y saber estar, lo que se transmite al público. Su compañero de andanzas amorosas era Facundo Muñoz, tenor de bella voz, algo descolorida en la franja superior pero con timbre hermoso y emisión muy natural.

El conjunto de actores es fundamental para el desarrollo de la función y aquí destacaría a un Karmelo Peña impecable en el papel de Pérez, el regido; María Jesús Sevilla, hija de Querubín y asediada por un extravagante bajo (personificado por Alejandro Rull), mientras veía desaparecer cualquier opción sobre el tenor, sin poder olvidar a Carmen Terán, eficiente madre protectora de éste último y el inspector de policía de Jesús Ortega.

Ya queda dicho que la escena de las audiciones facilita la excusa de que cantantes invitados deleiten al público con alguna de sus habilidades vocales. En esta función era interesante la presencia de Itsaso Loinaz, soprano de la tierra y que defendió con mucho éxito tanto la página zarzuelera de El barberillo de Lavapiés como el aria de Romeo et Juliette, de Charles Gounod Je veux vivre. Algo más incomoda la escuchamos, empero, en Casta diva, de la Norma belliniana, donde las largas frases típicas del compositor comprometieron en ocasiones la gestión del fiato de la joven soprano. El coro también nos regalo una página de la misma zarzuela citada mientras que Carmen Aparicio eligió la célebre Si las mujeres mandasen, de Gigantes y cabezudos, del mismo compositor de la zarzuela protagonista.

El coro de la AGAO, más allá de algunas puntuales inexactitudes, cumplió con nivel aceptable mientras que el habitual José Antonio Irastorza supo llevar a buen puerto una obra sin pérdidas de tensión musical ni de comicidad. 

Una velada notable en la que el justo equilibrio entre foso y cantantes, el nivel de implicación de los actores y lo acertado de las prestaciones de los cantantes nos sirvieron para pasar, un año más, un rato más que agradable.