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A todo o nada

Barcelona. 27/10/2019. Palau. Mendelssohn: Concierto para violín y orquesta, op. 64. Mahler: Sinfonía nº 1. Liviu Prunaru, violín. Orquesta Sinfónica Camera Musicae. Tomàs Grau, dirección de orquesta.

Con un programa que apenas necesita presentación, la Orquesta Sinfónica Camera Musicae inauguraba su temporada en el Palau, una sala que ha visto su evolución desde la 2012/2013. Un caso de estudio por su forma de organizarse y mantener la divisa de un proyecto artístico joven que ha sabido implicar a sus miembros. En cada producción se respira, desde el diseño gráfico de los programas hasta la dirección musical, las ganas de hacerlo bien. La orquesta suele apoyar sus presentaciones en la convocatoria de solistas de reconocimiento internacional. El experimentado Liviu Prunaru, concertino de la Concertgebouw desde hace trece años, era una visita más que solvente para responder a tal propósito para la primera parte. 

Felix Mendelssohn fue uno de esos creadores que volvía una y otra vez sobre los pasos para revisar sus huellas, y su célebre Concierto para violín vivió un largo proceso antes de ver la luz. Escrito para Ferdinand David, que lo estrenó en la primavera de 1845, el largo trabajo de revisión fue a cuatro manos con el solista como ha sucedido en tantas otras ocasiones. Habría que añadir las brillantes manos de Yehudi Menuhin también, en esa creación de una tradición interpretativa de la que quedan documentos. Hoy se cuenta entre las páginas preferidas en la literatura concertística para violín, una partitura de brillantez y sensualidad que exige virtuosismo. Se puede leer desde la luz o el dramatismo y es desde la primera que la leyó el violinista rumano. Prunaru mostró su capacidad de extraer un sonido homogéneo, amplio y robusto, y lo regó de una expresividad y virtuoso magníficos. Asombró la limpieza y la cantabilidad de su arcada, tanto como la magistral administración del rubato. 

La mano orquestadora de Mendelssohn es detallista, y en un concierto como este que replantea la relación solista-orquesta, tiene un peso esencial, con una escritura de corte mozartiano en muchos pasajes. La melodía debe respirar sobre un fondo cristalino y que este sea equilibrado es el reto para la batuta. Ese desafío tímbrico fue abordado con calidad, en particular en unas inspiradas maderas en el segundo movimiento, y la batuta se esmeró en apuntalar la sintonía con el solista. El viento envolvió la calidez tímbrica del violín y se alcanzó en el Allegretto non troppo un sonido camerístico muy logrado, con tempi sosegados que favorecieron el buen resultado. 

Más allá de coyunturas históricas, la difícil recepción de su Primera sinfonía desde la primera versión en 5 movimientos ya confirma esa imposible reconciliación, esa conciencia musical fracturada que se revela en todas sus sinfonías. Con razón dejó por escrito Arnold Schönberg que “todo cuanto habría de caracterizarle está ya presente en la Primera Sinfonía; ya en ella aparece su “melodía vital” y la desarrolla, la despliega hasta la máxima dimensión. En ella están su devoción por la naturaleza y sus pensamientos sobre la muerte.” Vincularla al titanismo en la novela de Jean Paul no la explica sino que la oculta detrás de ese reduccionismo que pretende adscribirla al romanticismo –y que históricamente sólo tiene sentido en sus primeras versiones–. Por eso también es interesante contrastarla en el programa después de Mendelssohn. 

Estamos sin embargo frente a una pieza sinfónica de marcado perfil narrativo, a pesar de que ese perfil se vea truncado una y otra vez: su discurso avanza y retrocede a estirones y su caudal central vive asediado por microorganismos hasta el final; células, dilataciones, disonancias... Esa complejidad formal y sorprende elaboración temática es tan atractiva como difícil para el concepto que tenga el director de la partitura. Tomàs Grau se esmeró en la planificación y huyó del efectismo, aunque en esta Primera haya cierto desafío contra el destino que en los atriles enérgicos de la OCM fue más que subrayado. Seguramente se le pueden hacer sobre el papel observaciones a esta recreación, pero no sobre el escenario; justo al revés que en otras versiones que aspiran a lo antológico. Porque esta Primera estuvo sobrada de sinceridad expresiva, un factor esencial y no siempre logrado en muchas versiones. Y eso que en los primeros compases tuvo que pugnar contra cierta desconcentración y el sonido criminal de un móvil que destrozó la atmósfera misteriosa que abre ese delicado momento: el Smartphone es ya una Naturlaut que Mahler no pudo predecir, porque prever la barbarie es más difícil que la civilización. 

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La obra demanda brillantez de los metales y más allá de algún desajuste puntual lo tuvo en una solvente sección de trompas, con trombones imperiales y tuba muy sólida. En un primer movimiento elegante, jugando con un marcado portamento la cuerda sonó compacta y redonda, donde destacó la precisión carismática del concertino y una buena prestación de la cuerda grave, de respuesta ágil y bien comandada. Las fanfarrias rasgan la densa membrana orquestal durante la obra, y las maderas lo lograron con gran precisión. Con la solemnidad necesaria se abordó el tercer movimiento –bien resuelto el famoso solo de contrabajo–. El cuarto movimiento, que suele presentar muchas dudas, fue leído con asombrosa frescura y jovialidad. 

En su primer acercamiento a la obra del austrohúngaro no se ofreció una versión que destacara las tensiones, sino una lectura más sensual y cerca del decadentismo estético a través del refinamiento en el fraseo y los contrastes dinámicos. Ante la proliferación y concurrencia simultánea de planos sonoros, la Primera es casi una experiencia sinfónica inmersiva, como la que estos días se ensaya en Barcelona con la pintura de Claude Monet en el centro de artes digitales Ideal. Con la salvedad de ciertos pasajes de exposición directa acusados por la particular acústica de la sala, la batuta logró traducir ese relieve sonoro, poniendo a raya la premura en los ataques. Los puntuales desajustes fueron producto más bien de los riesgos (bien) asumidos. 

En el camino de consolidar una personalidad que dibuja con trazo cada vez más firme la orquesta, el camino que se inaugura con Mahler resulta interesante: sondea límites técnicos, y a ellos se acercan con entusiasmo contagioso, sin reservas, a todo o nada.