Beczala 2019 recital

Tenor en plenitud

Zaragoza, 29/10/2019. Sala Mozart del Auditorio. Obras de varios autores. Piotr Beczala, tenor. Sarah Tysman, piano.

No hay mayor placer para un aficionado a la música clásica cantada que oír un intérprete en la plenitud de sus facultades, de su arte. Y no me estoy refiriendo a tener una buena noche, especialmente acertada. Hablo de escuchar a uno de los mejores tenores del mundo (en el top tres, en mi opinión, si les gustan los rankings) cuando su voz está en plena madurez, cuando la sabiduría que da la experiencia de una carrera tranquila, bien medida, acertada en la elección de sus papeles, concede, entrando ya en la década de sus cincuenta años, el reconocimiento y la admiración de un público entregado. Piotr Beczala demostró el pasado martes, 29 de octubre, en el Auditorio de Zaragoza por qué es uno de los cantantes de su cuerda más reconocido. Las virtudes del polaco son muchas y se han ido consolidando con el tiempo. En primer lugar un timbre bellísimo, de esos que atraen desde el primer momento, con una calidez y un brillo especiales. Luego la potencia, la perfecta proyección, el dominio del instrumento y la excepcional técnica que hace fácil lo que realmente es tremendamente difícil. Y luego la elegancia, el legato, esa autenticidad que se aprecia en el canto de Beczala, un tenor que no esconde nada, que no trampea, que es pura honestidad. 

De todo ello pudimos disfrutar en un recital que tuvo como punto débil una elección un poco desconcertante de los temas ofrecidos. Comenzó, casi como calentamiento, con la conocida “Mattinata” de Leoncavallo que nada tenía que ver con lo que vino después: unas hermosas cuatro canciones del polaco Mieczyslaw Karlowicz sin de las que ni el programa ni las notas que lo acompañan revelan sus nombres ni sus características. A Beczala se le vio muy cómodo cantando en su idioma y transmitiendo esa mezcla de tardorromanticismo y toques étnicos que nos revelan estas piezas. El tenor sacó lo mejor de su vertiente liederística en las cuatro canciones (de las siete que componen el ciclo) de las conocidas Melodías gitanas  op. 55 de Antonín Dvorak. Especialmente conmovedora fue la interpretación de “Canciones que enseñó mi madre”, donde el sentimiento de pérdida y dolor del pueblo gitano fue perfectamente expresado. De ahí pasamos a una de las mejores interpretaciones de la velada: “La canción hindú” de la ópera Sadko de Rimski-Korsakov. La emotividad, toda la expresividad que estas notas encierran, las medias voces que acaban en un susurro final casi inaudible, fueron absolutamente magistrales en la voz de Beczala. Terminaba la primera parte con dos platos fuertes: las dos arias de tenor de Tosca de Puccini. Volvió a resolver con elegancia y solvencia ambas piezas pero destacaría su Recondita armonia, que rozó la perfección.

La segunda parte, concebida en su primer tramo, quiero creer, como una especie homenaje a Italia o lo mediterráneo, comenzó con un aria del verdiano Un ballo in maschera de indudable aire popular: “Di tu se fedele il flutto m’aspetta”. Después vinieron varias canciones de Tosti y también títulos tan conocidos como “Torna a Surriento” y “Mamma son tanto felice”. Pese a su gran clase y lo bien que cantó, fue lo más flojo de la noche. No son unas piezas donde él se encontrara cómodo (siempre tuvo el atril cerca y estuvo pendiente de él) y faltó seguridad y el aire desenvuelto y hasta frívolo que alguna de las canciones reclama. Mucho mejor en el fragmento de Manon (no Manon Lescaut, como erróneamente señala el programa)  de Massenet “Le reve de Des Grieux” aunque donde se pudo toda esa espléndida plenitud de la que hablaba más arriba fue en una inolvidable “Aria de la flor” de Carmen de Bizet. Impresionante. Después de aquello y para ser también una de las cumbres del canto operístico francés no se lució tanto un “Pourquoi me réveiller” del Werther de Massenet, estupendamente cantada también. Hubo dos propinas. La primera la famosa aria de la opereta de Franz Lehár Das Land des Lächelns “Dein ist mein ganzes Herz”. En ese momento el aficionado echó de menos que el concierto no se hubiera dedicado más a ese mundo vienés que al italiano, ya que Beczala evidentemente se encuentra mucho más a gusto en estos lares. Aunque para desmentirme ofreció, de segunda propina, una extraordinaria versión de “Catarí, catarí”. 

No se puede olvidar el excelente trabajo de la pianista Sarah Tysman acompañando al tenor. En todo momento estuvo segura, virtuosa y atenta al cantante a quien brindó todo tipo de facilidades para su triunfo. Pero en varios fragmentos pudimos también apreciar que no estaba allí de mera acompañante, sino que esuchábamos una notable pianista con indudable personalidad.

El público, que no llenaba el Auditorio zaragozano, pudo disfrutar de un concierto histórico, sobre todo por la categoría del cantante que estaba en el escenario, de lo mejor que ha pasado en estos veinticinco años que se celebran de su inauguración. Así lo reconocieron los aplausos entusiastas que premiaron su trabajo.