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Recogida congoja

Burdeos. 26/04/2016. Gran Théâtre. Benjamín Britten: The Turn of the Screw. Eric Huchet (Prólogo/Peter Quint), Mireille Delunsch (Gobernanta), Clément Pottier (Milnes), Morgane Collumb (Flora), Hedwig Fassbaender (Mrs. Grose), Cécile Perrin (Mrs. Jessel). Dirección de escena: Dominique Pitoiset. Dirección musical: Paul Daniel. 

El teatro de la ópera de Burdeos se llama Gran Théâtre y visto por fuera impresiona por sus dimensiones y por su diseño artístico, espectacular con su columnata de estilo corintio. Sin embargo, una vez dentro, y recorridas las escalinatas que reparten al público por las distintas galerías uno se topa con un teatro más recogido de lo que espera. El escenario y la platea parecen incluso en sus dimensiones decepcionantes visto el aspecto exterior aunque su belleza, de evidente tono neoclásico, ayuda a superar tal situación. 

Y como recuerda al Palais Garnier parisino, uno comienza a preguntar hasta saber que precisamente el teatro de Burdeos fue la inspiración de Charles Garnier para construir el capitolino teatro. Así, encajan las piezas. En resumen, Gran Théâtre, monumental por fuera, recogido por dentro. Como Benjamin Britten, monumental en su obra operística, recogido en su planteamiento a la hora de escribir The Turn of the Screw, primera y última razón del viaje a la capital de Aquitania.

Es sabido que el planteamiento de The Turn of the Screw es exiguo en el continente: trece instrumentistas que, sin embargo, crean una atmósfera musical extraordinaria para dar forma a una historia de fantasmas, pedofilia y muerte. Así, este teatro con capacidad para mil cien espectadores fue el lugar perfecto para vivir con la congoja pertinente esta función, que se baso sustancialmente en la extraordinaria labor de Paul Daniel al frente de sus músicos. Justo que al final, junto a los cantantes, los trece instrumentistas saludaran al público porque su labor fue subrayable.

En el caso de los cantantes, el tamaño del teatro permite la expansión de las voces, que estas lleguen con claridad a los espectadores. En ese sentido, no hubo problema siquiera con la voz del niño de trece años Clément Pottier, excelente en su recreación de Milnes, a pesar de su lógica debilidad vocal. 

El protagonismo recayó sobre la muy habitual en este teatro Mireille Delunsch, pelín excesiva y tendiendo al destemple en la zona aguda además de ofrecernos algunas notas de afinación dudosa aunque en su haber hay que reconocer que el personaje es construido con credibilidad. Mucho mejor vocalmente Hedwig Fassbaender (Miss Grose) y Cécile Perrin (Miss Jessel), ambas de volumen vocal importante. Terminando con la parte femenina, hay que aplaudir el buen trabajo actoral y canoro de la joven Morgane Collomb en el papel de Flora.

Sin embargo quiero dar mayor relevancia a la actuación de Eric Huchet que nos presentó un prologo de enmarcar, con ese timbre poco agradable y que tanto conviene al papel. Impecable en el canto melismático tan habitual en Britten y adecuado en la parte final, creando la zozobra y congoja necesarias en los espectadores, como bien se pudo medir al escuchar todos el silencio que acompañó a la última nota de la obra. 

La puesta en escena, responsabilidad de Dominique Pitoiset, es única, presentando un amplio salón con ventanal al fondo que permite la visión de zona ajardinada exterior y muro. Es funcional aunque en tal propuesta el valor mayor hay que darlo a la iluminación, que permite distinguir distintos espacios y subrayar la emotividad de los momentos finales.

Hoy nadie puede poner en duda la relevancia de Benjamín Britten como pilar del arte operístico. Funciones como la de Burdeos, además de justificar un viaje, cómodo por otro lado, realzan el valor de este compositor al que escuchamos menos de lo que nos gustaría. Y deseamos que la importante presencia de público juvenil, más allá de ofertas puntuales, suponga apuntalar la necesaria cantera de espectadores que necesita la ópera.