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Corte y cohorte

Madrid. 01/11/19. Teatro Real. Obras de Verdi, Catalani, Puccini y Mascagni, entre otros. Anna Netrebko, soprano. Yusif Eyvazov, tenor. Christopher Maltman, barítono. Orquesta Sinfónica de Madrid. Denis Vlasenko, dirección musical.

Que una cosa es la Corte y otra la cohorte, deberíamos tenerlo todos claro. Al menos los que nos dedicamos a escribir y máxime a estas alturas de la vida. Lo demás es acusar de populismo y demagogia con un dedo ya cansado de apuntar hacia los demás. Ni siquiera entro ya a valorar los intereses creados (Benavente nunca fue lo mío), pero sí que me veo en la necesidad, por lo escuchado a mi alrededor en el Teatro Real durante el concierto ofrecido por Anna Netrebko y Yusif Eyvazov, de insistir en que ya todos sabemos que una cosa es el reinado y otra el consorcio. Que ni tanto monta, ni monta tanto Isabel como Fernando, y que jugar al falso escándalo a ciertas edades sólo nos aprieta más el nudo gordiano que ahoga a la ópera con prejuicios de antaño... también lo aprietan, y aquí he de ser taxativo aun siendo consciente de todas las circunstancias, los precios dados: en este recital las entradas rozaban los 400€. Por menos de esa cantidad he podido viajar a Viena, Londres o Verona para escuchar a la soprano en una ópera completa, pero era consciente de a qué venía. Hay que intentar ser, siempre, consciente. Cómo me gustaría contar con unas líneas de altura carpentierianas entre la crítica musical de este país, para poder aprender día a día leyendo. Entre quienes evocan a Belén Esteban y quienes no escatiman en descalificativos, no sé qué crítica, como oficio, puede resultar desde unas perspectivas tan oscuras como perdidas. La crítica necesita muchos más referentes, más Corte y menos cohorte que la ópera.

Anna Netrebko es ama, diosa y señora de la lírica actual, es en ella sobre la que recaen las fórmulas del arte y el negocio: Callas + Caballé = Netrebko, siguiendo aquella línea que unió a la griega con la catalana, Tebaldi de por medio. Ella es la diva absoluta. De la ópera, de las redes sociales. Su aire desenfadado y cercano, siempre divertido, en ocasiones frívolo, acercan la ópera al siglo XXI. Otra cosa es que estemos de acuerdo con las estéticas y las formas de la actualidad. Ella es la Corte y con ella, como es lógico, viaja la cohorte. Es bien cierto que en este recital sólo ha tenido tres momentos solistas, pero son las condiciones de quien acepta venir hasta aquí a cantar. Recuerdo en este mismo escenario a Diana Damrau con serenatas nocturnas completas de Mozart entre sus apariciones, a Cecilia Bartoli cantando O mio babbino caro, o a Renée Fleming haciendo lo propio, gozándolo con La morena de mi copla, abanico cerrado en mano mientras lo agitaba cual maraca. Quien llega hasta la Plaza de Oriente, ya ha de saber las reglas de lo que ha venido a jugar. Y en estos juegos negociados, del resultado del programa yo no puedo culpar al artista.

Tres momentos solistas, retomo, pero qué tres momentos. Un glorioso anticipo de lo que será su debut como Elisabetta de Don Carlo, que cantará próximamente en Dresde, con un control absoluo de su instrumento y una homogénea y extraordinaria tesitura, con un timbre de colores pastosos, ancho, denso, rematado con unos exquisitos recursos técnicos, ademas de una vis dramática teatralísima. Netrebko es la ópera y no puede negársele. Lo demostró igualmente en un bellísimo Ebben? Ne andrò lontana de La Wally y en un resolutivo, no menos impactante por más conocido, O mio babbino caro de Gianni Schicchi. Entre medias, forzó un poco de opereta con La viuda alegre y no llegó a cantar finalmente La luce langue de Macbeth, aunque así estaba anunciado. 

Junto a su marido, Yusif Eyvazov, se mostró igualmente gloriosa interpretando a Desdemona en el Già nella notte densa del Otello verdiano y en el final de Andrea Chénier, de Giordano, donde el tenor se mostró mucho más cómodo que en la partitura verdiana, que aún le viene bastante holgada. En varias ocasiones he podido escucharles juntos sobre escena y me han regalado momentos para el recuerdo, como en el Met de Nueva York con la pareja más complice de cuantas he visto en Tosca, por ejemplo. La química, el juego, el gozo al cantar juntos es evidente y es algo que se agradece. Nepotismo en querer cantar Netrebko con su marido, ninguno. Se llama amor y ya quisiera servidor poder disfrutar contínuamente en mi trabajo con mi esposa. Si este permite la ocasión, ¿quién puede negárselo a ellos? Otra cosa es que el rendimiento de Eyvazov este a la misma altura que el de su mujer. La voz del tenor parte de un timbre que no es, ciertamente, demasiado agraciado y en no pocas ocasiones sus formas: su fraseo, su acentuación (¡esa entrada en Trovatore!), caen en una especie de dejadez que restan enteros al resultado final. En una ópera completa este hecho puede pasar más desapercibido, pero en un recital ha de estar alerta en todo momento. No sólo vale alargar notas infinitas y ofrecer certeros agudos. El Rodolfo de Luisa Miller, tal y como pudimos escuchar, necesita más matices, más abandono, mayor lirismo. Sin duda sus mejores maneras las ofrece en papeles que tiene más rodados e interiorizados, como bien pudo escucharse en Tosca y Andrea Chénier. Técnica tiene, quiero creer que es una cuestión más de atención, de sentido y sensibilidad, que de facultades.

Como acostumbra el matrimonio en sus recitales, entre sus apariciones en escena se contó con la aparición de un invitado, en esta ocasión el barítono Christopher Maltman, quien sumó calidad a la velada. El de Maltman es un canto vigoroso, de timbre brillante y suficiente grave, además de una proyección imponente y gusto en los matices, que le permiten dibujar "villanos" de forma convincente, como aquí escuchamos en sus intervenciones en Macbeth, Trovatore, Forza del destino y Andrea Chénier. De él esperaríamos con gusto un recital en solitario en Madrid. Acompañó a todos ellos la Sinfónica de Madrid, con más oficio que maestría, comandada por Denis Vlasenko.