BarbazulMandarin0074.jpg© Javier del Real | Teatro Real

Quien mucho abarca…

Madrid. 02/11/2025. Bartók: El mandarín maravilloso y El castillo de Barbazul. Christof Loy, dirección de escena. Gustavo Gimeno, dirección musical.

Estrenado en Basilea, en 2022, este díptico con música de Bartók es sumamente interesante por cuanto reúne dos obras remota pero íntimamente emparentadas, el ballet pantomima  El mandarín maravilloso y la ópera El castillo de Barbazul. El Teatro Real ha coproducido este trabajo que lleva la firma escénica de Christof Loy y que ha supuesto el estreno oficial de Gustavo Gimeno como director musical titular del teatro madrileño. 

Tras la velada del estreno la conclusión podría resumirse en pocas palabras: Gustavo Gimeno confirma que es una excelente elección para el futuro del foso del Teatro Real; y en cambio Christof Loy tropieza aquí de manera ostensible con un díptico que acaba resultando tedioso y falto de ideas, dejando una inevitable impresión de ocasión perdida. 

La música de Bartók es, en todo caso, hipnótica y exuberante; especialmente, si me apuran, en el caso de El mandarín maravilloso, del que pronto verá la luz por cierto una grabación del propio Gustavo Gimeno con la Toronto Symphony, para el sello Harmonia Mundi.

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La versión ejecutada por la Sinfónica de Madrid fue incontestable. A las órdenes de Gustavo Gimeno la partitura sonó con una fuerza desbordante y con un control aún más admirable si cabe. El maestro valenciano hace aquí todo un alarde en materia de control de volúmenes y dinámicas. La partitura resulta verdaderamente irresistible en sus manos, afilada, nítida, vibrante de principio a fin.  

Christof Loy, en cambio, con escenografía de Márton Ágh, vestuario de Barbara Drosihn e iluminación de Thomas Kleinstück, se echa incluso a sus hombros el trabajo coreográfico de estas funciones. Loy trabaja aquí con bailarines que ya han formado parte de otros de sus espectáculos, como Rusalka o Eugene Onegin, caso de Gorka Culebras y Carla Pérez Mora, los dos protagonistas de El mandarín maravilloso. Loy desarrolla aquí un trabajo que tiende a la repetición, llenando con los mismos recursos coreográficos, una y otra vez, la perturbadora historia que nos narra la música de Bartók.

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Loy, es cierto, sale aquí de su imaginario habitual y va más allá incluso de su Pantone más frecuente, ese de tonos grises y pasteles que viene marcando sus trabajos desde hace unos años y que ciertamente contrasta con la decadente pobreza escénica que aquí se nos presenta, casi en la línea de aquella minimalista Lulu que presentó en el Real allá por 2009. Hay en El mandarín un cierto remedo de una propuesta de honda carga filosófica y una tentativa franca de recrear la belleza, precisamente cuando Loy hila ambas obras a través de la Música para cuerda, percusión y celesta, escrita por Bartók en 1936. Con una suerte de paso a dos entre el mandarín y la chica obligada a prostituirse, la primera parte del espectáculo se funde en un cierre de extraña belleza pero de indiferente trascendencia dramática.

Tengo la impresión de que este trabajo es especial para Loy y sin embargo es a buen seguro lo menos atinado que le recuerdo. Loy es uno de los grandes nombres de la escena actual y de hecho le hemos visto trabajos maravillosos como su reciente Rusalka o su ya clásico Eugene Onegin. Pero parece obvio que hay un exceso de profusividad en su agenda, ahora aún más sobrecargada si cabe con los proyectos de zarzuela ya anunciados y el desarrollo de su compañía Los Paladines. 

Dice el refranero popular que quien mucho abarca, poco aprieta; y no soy yo quien para dar consejos a nadie, y menos a Loy, pero quizá menos proyectos y más afilados, contribuirían más y mejor a la continuidad de su gran reputación como director de escena.

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Este programa doble queda a la postre como un quiero y no puedo, como una ocasión perdida, habida cuenta de las evidentes resonancias contemporáneas que se le podrían haber dado a este díptico.

Y es que la propuesta de Christof Loy, a mi juicio, naufraga en varios sentidos. En primer lugar, para un porcentaje altísimo del público que haya visto o vaya a ver estas funciones, resultará imposible seguir la acción mas elemental, la trama propiamente dicha. No hay una narratividad de los hechos en sentido estricto, se intuye si acaso en El mandarín pero no la hay en modo alguno en Barbazul, planteado casi como un diálogo de sordos entre Judith y el protagonista. El estatismo de la propuesta y la pobreza de la escenografía no ayudan en modo alguno a recrear una aproximación sugerente al universo simbolista que es el alma de esta obra.

Los dos cantantes escogidos sostienen, qué duda cabe, el interés de la representación a fuer de tablas y con un buen desempeño vocal. Especialmente en el caso de una Evelyn Herlitzius que todavía tiene mucho poderío en su garganta, amén de una presencia escénica al alcance de pocos. Christof Fischesser le da la réplica con un Barbazul sólido aunque algo monolítico. En ambos casos se echa de menos un mayor desarrollo de sus personajes, precisamente por la cortedad de miras con la que Loy plantea la acción en este caso. 

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Fotos: © Javier del Real