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ESPÍRITU ROMÁNTICO

Zaragoza. 6/11/2019. Auditorio. Schumann: Concierto para piano y orquesta. Tchaikovski: Sinfonía nº 6 “Patética”. Judith Jáuregui, piano. Orquesta Sinfónica Camera Musicae. Tomàs Grau, director.

Durante el convulso siglo XIX hay varios movimientos que lo recorren dejando una huella que llega hasta nosotros. Uno de los que más lo identifican es el Romanticismo. De raíz revolucionaria y burguesa (como tantos otros que marcan este siglo), tiene su auge en la primera mitad de la centuria, pero sus garras se extenderán con mayor o menor poder hasta bien entrado el siglo XX, sobre todo en el ámbito musical, que es el que nos ocupa. El eje romántico era sobre el que pivotaba el programa de la Orquesta Sinfónica Camera Musicae que inauguraba la nueva temporada de la Sociedad Filarmónica de Zaragoza: El Concierto para piano y orquesta op. 54 (1845) de Robert Schumann y la Sinfonía nº 6 op. 74 de Piotr Ilich Tchaikovski “Patética” (1893), dos excelentes ejemplos del espíritu romántico.

La primera obra, creada a partir de una fantasía pianística que Schumann compuso para su esposa, la virtuosa pianista Clara Wieck, resume en sus tres movimientos el alma que inspira el siglo a niveles musicales. La melancolía unida a la pasión recorren la partitura, en la que a veces atisbamos la luz y la felicidad pero siempre como una promesa que se puede esfumar en cualquier momento. La pianista Judith Jáuregui entendió perfectamente esta dualidad y nos ofreció momentos de cuasi abandono anímico unidos a otros de pasión, pero siempre controlada. Jáuregui atesora, pese a su juventud, una sólida carrera que se va afianzando día a día. La aparente facilidad con la que aborda las notas demuestra una profunda interiorización del alma del concierto y eso se nota en la levedad elegante con la que desliza sus manos por el teclado y, a la vez, su pulsión firme pero no agresiva. Atenta siempre al director, estuvo especialmente brillante en la maravillosa cadencia del primer movimiento y en el allegro vivace que cierra la obra en el que la complejidad de la composición exige concentración y acierto, más allá del virtuosismo. De propina ofreció una bellísima Arabesque del mismo Schumann, en la que el tono premeditadamente lánguido, lleno de significativos silencios, recreó perfectamente el aroma de esta breve joya pianística.

La primera impresión que tuve al escuchar a la Orquesta Sinfónica Camera Musicae acompañando a Jáuregui en el concierto de Schumann fue la de luminosidad. Creo que este sustantivo define la nota esencial de su sonido. El conjunto, que se muestra bien engarzado y complementado, muestra en todas sus familias esa misma característica: la claridad, la transparencia, el brillo, que juntos forman la luminosidad. Esto, aunque ya visible en el Concierto para piano (en el que destacó con excelente profesionalidad el primer clarinete), fue mucho más palpable en la segunda pieza que ocupaba el programa: esa cumbre del último romanticismo ochocentista que es la celebérrima Patética de Tchaikovsky. No voy a entrar en contar aquí el origen y desarrollo de una obra tan conocida, ni las connotaciones personales que evidentemente la marcan, para eso hay abundante y cualificada bibliografía. Sólo señalar que sigue, pese a ser escuchada con frecuencia, conmoviendo como la primera vez que la oíste. Fue aquí es donde pudimos apreciar las mejores cualidades de la Orquesta, esas que hemos señalado más arriba. Donde las cuerdas, con una primera violín de gran categoría, demostraron ductilidad y elegancia; donde toda la madera estuvo precisa y elegante y donde el metal sonó con el brillo marca de la casa. Todo, claro está, bajo la controlada y precisa batuta del maestro Tomàs Grau. Si fue un gran concertante con Schumann, sus mejores cartas las mostró en la excelente dirección de la Patética. Grau tiene bien interiorizada la obra (que dirigió de memoria), marcando excelentemente las distintas intensidades, graduando los volúmenes, para exponer todas las “capas” que encierra la partitura. Un poco más discutibles fueron algunos tempi excesivamente demorados aunque nunca se perdió el nervio que recorre la sinfonía. Es encomiable el trabajo de Grau y su orquesta, que siendo una entidad privada, sin la red segura que ofrece un patrocinio institucional, está consiguiendo un nivel muy estimable y se ven acompañados en sus conciertos de solistas de primerísima línea, lo que demuestra que el conjunto y su director están consiguiendo una solidez que hay que reconocer.

Como también hay que reconocer el esfuerzo de la Sociedad Filarmónica de Zaragoza al ofrecer este concierto en una ciudad muy difícil en el campo “clásico”. A destacar el estupendo comportamiento del público, siempre atento, casi sin hacer ningún ruido y respetando los silencios finales de las obras. Por un momento pensé que no estaba en Zaragoza sino en Dresde o Frankfurt. Enhorabuena.