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Virtuosismo y magia

Barcelona. 7/11/2019. Palau. BCN Clàssics. Casanoves: Dos responsorios. Prokofiev: Concierto para violín nº 2. Mendelssohn: El sueño de una noche de verano. Nemanja Radulović, violín. Sara Blanch e Irene Mas, sopranos. Coro de la Escolania de Montserrat. Orquesta de Cadaqués. Jaime Martín, director musical.

Un año después de cumplir la treintena también dentro del ciclo BCN Clàssics, la Orquesta de Cadaqués continua su trayectoria con paso firme, junto a Jaime Martín como director principal. Lo hace además con divisas interesantes como la recuperación del legado musical nacional en sus programas. 

Narcís Casanoves es una figura del siglo XVIII muy relevante para la Escolanía de Montserrat, donde fue un organista de fama internacional y un influyente maestro. Influido tanto por el italianismo como por el clasicismo haydniano, destaca su obra para tecla junto a una obra vocal muy funcional, pensada para el servicio religioso como sucedió con gran parte del barroco catalán. Tal es el caso de los responsorios que pudimos escuchar -dos de los tres responsorios de Navidad que se conservan- formalmente determinados por esa estructura litúrgica que establece el verso y la respuesta. Es de agradecer la programación de estas piezas, que como suele suceder con el patrimonio de nuestro país se convierte en una recuperación. Lo hizo además una orquesta que ha hecho una labor digna de elogio en ese sentido, y lo puso en manos de una formación vocal emblemática en el repertorio. Primero con un In principio erat verbum de sonido tan equilibrado como espontáneo. Después, con un intimista Angelus ad pastores en el que destacó la magnífica afinación del coro. La escritura de Casanoves en estas obras escritas en su último período, es sencilla pero expresiva, de factura elegante y perfecta en su relación con el texto, y la Escolanía supo dibujarla con la sutileza adecuada. 

En tiempos más ilusionantes para la música de nuestro país tuvo lugar el estreno mundial del Segundo Concierto para violín de Serguéi Prokofiev en el Madrid de 1935 por la Sinfónica de Madrid bajo dirección de Enrique Fernández Arbós, cuatro meses antes de que lo hiciera el de Alban Berg. Aunque no tan vertiginoso como el primero, exige también virtuosismo. Se trata de una obra poliédrica y de gran riqueza rítmica y melódica, con algunas sorpresas tímbricas que deben ser tratadas con celo, como así fue. Todavía faltaba una década para que el ruso tuviera que plegarse patéticamente a la barbarie política de Zhdanov, que le llevó a disculparse públicamente por no haber escrito música que el pueblo pudiera comprender.

En suma, una partitura que calzaba perfectamente con el solista invitado, el serbio Nemanja Radulović, cuya apariencia y maneras poco ortodoxas pueden llevar a confusión: se trata de un intérprete muy solvente y un músico inteligente y de gran personalidad. Todo en él, desde el sonido hasta el golpe de arco, revela una rusticidad magnética. Con esas cartas abordó un impecable primer movimiento, en el que Martín redondeó un buen trabajo de concertación y la cuerda ofreció un buen colchón sonoro, pese a un inicio con ostensibles desajustes en los comprometidos unísonos a los que se arroja a la cuerda grave. Desde la hondura estética y a través de una sutilidad en los portamenti, Radulović leyó un andante assai de fluidez orgánica. El discreto dispositivo orquestal de la partitura permite jugar con diálogos tenues, tímbricamente comprometidos. Desde la solidez técnica y leídos con acertado tono irónico, lo encontró con los contrabajos, en un tercer movimiento de discutible comprensión de frases y acentos por parte del solista, pero en un despliegue de precisión incontestable. La misma que derrochó (y demostró) en un bis circense, más aplaudido aún que el soberbio trabajo de musicalidad que logró con Prokofiev. 

Fue con la celebérrima Sueño de una noche de verano cuando la orquesta brilló y mostró un gran estado de forma. La dirección detallista y tremendamente comunicativa de Martín benefició una recreación notable, donde descolló el virtuosismo rotundo de los vientos, con metales rotundos y radiantes y maderas de agilidad y afinación formidable. Acompañó además con prestancia un espectáculo con puesta en escena (propiamente deberíamos hablar más bien de “movimiento escénico”), de la compañía Els pirates, que ya había trabajado con éxito en adaptación de la comedia de Shakespeare. Discreto y algo confuso en su concepción, aprovechando los recovecos que dejaba el reducido espacio del Palau, destacó en el apartado teatral una maravillosa Laura Aubert, que cerraba la obra con el monólogo del duende Puck y la divertida aportación de unos escolanets encorbatados, como duendes traviesos. 

Tras la obertura, leída desde la batuta con la tensión dramática de lo que es, casi un poema sinfónico –sepultada por momentos por la declamación de los actores amplificada en los altavoces–, se atacó el Scherzo con tempi excesivamente rápidos. No fue problema para la formación, que ofreció un trabajo tan depurado como inspirado y enfático en una dirección que subrayó la magia sonora reservada por Mendelssohn, capaz de capturar el ambiente de la obra teatral, dotándola de colorido y riqueza de contrastes desde una musicalidad indiscutible. Se eligieron dos sopranos para las hadas; correcta fue Irene Mas como hada segunda y superlativa Sara Blanch como hada primera, con una magnífica proyección y elegancia estilística, haciendo gala de gran soltura en el registro agudo para el dúo con Mas, pero también de un centro esplendoroso y un timbre cálido. Pese a cierta falta de proyección dificultada por el volumen orquestal en ciertos pasajes, resultó satisfactoria de nuevo la aparición de una Escolanía de sonido homogéneo y dominio magistral de las gradaciones dinámicas en el último de los números.