Rossnizetti
Bérgamo. 23/11/19. Teatro Sociale. Festival Donizetti. Donizetti: Pietro il grande. Roberto De Candia (Pietro il Grande). Paola Gardina (Madama Fritz). Francisco Brito (Carlo Scavronski). Marco Filippo Romano (Ser Cuccupis). Nina Solodovnikova (Anneta). Loriana Castellano (Caterina). Marcello Nardis (Hondedisky). Tommaso Barea (Firman). Coro Donizetti Opera. Orchestra Gli originali. Marco Paciotti y Lorenzo Pasquali, dirección de escena. Rinaldo Alessandrini, dirección musical.
Por muy pretérito que sea el pasado, no podemos renunciar a él, porque el pasado es tan presente como la vanguardia es tradición. Cada nueva corriente, cada nueva vía y camino abierto, no son sino una transformación, en mayor o menor medida, de lo que somos, de lo que han sido nuestros mayores y anteriores. Trabajar sobre ello, aceptándo o renegando, pero trabajar sobre ello en un sentido u otro, es fundamental. Por muy radical que uno sea o prevea ser, en el comienzo - y en el final - nos debemos a las raíces que nos han dado forma. Debussy, Stravinsky o Schoenberg han bebido del ayer antes de establecer sendas propias y, por diversos motivos, rompedoras. ¡Ahí está la fábula de Der Blaue Reiter (El jinete azul) que el postromanticismo buscaba y necesitaba, en una pintura kandiskiana que, junto a Marc, vino a cambiar el Expresionismo.
Por supuesto, no todo son flashes de revolución, sino que también se sigue abriendo camino a través de la evolución. Es el caso de Donizetti mirando hacia el maestro del momento en sus inicios: Gioacchino Rossini (quien por cierto, tampoco hacía tanto que había compuesto su primera ópera). Lo ha venido a demostrar su Pietro il grande en el Festival Donizetti de Bérgamo, con una música y formas de gran corte rossiniano. Ante nosotros, ¡el genial Rossnizetti!
Esta obra que tiende a cómica (la alegría de Donizetti reside en otros lados más que en la comedia de enredo, como explicaba hace poco a raíz de su Elisir en el Teatro Real), recuerda, en momentos y cuestiones concretas, a La scala de seta, a Elisabetta reghina d'Inghilterra, a Il barbiere di Siviglia, La Cenerentola, o a L'italiana in Algeri. Ni siquiera hacía falta que el compositor de Bérgamo las hubiese escuchado, porque era este el sentir que predominaba en las óperas italianas del momento. De hecho, por apuntar ya a la aparición de algunos rasgos propios, sobre el papel se presenta como comedia, pero a este Donizetti primitivo se le escapa el drama por las costuras de la partitura.
Desconozco si Marco Paciotti y Lorenzo Pasquali estaban pensando en la revolución de El jinete azul cuando idearon su puesta en escena, pero es evidentísimo que se inspiran en la geometría kandinskiana, que invade decorados y colorista vestuario por todos lados. De ahí se pasan a fogonazos en forma de videoarte que pueden recordar al infinito escheriano e incluso a los ojos dalinianos que todo lo ven en Spellbound, de Hitchcock. La sensación es que no hay una dirección de escena convincente ni una idea escénica homogénea, por mucho que la trama no de para mayores profundidades, es grande. De hecho, hay escenas en las que el relleno escénico provoca que la atención no recaiga sobre los cantantes y la acción que está teniendo lugar.
En contraprestación a la escena, la excelente y briosa dirección de Rinaldo Alessandrini, de corte historicista, al frente de Gli originali. Tensión, chispa, brio y cuidado en la concertación, creo que al foso no se le pudo pedir mucho más, sacando tanta luz a una partitura que no termina sino siendo un maravilloso brote verde. Sobre el escenario, destacó por encima de todo la aparición de Roberto de Candia como Pietro il grande. Una voz bien timbrada y en estilo, que se adecuaba perfectamente a los requerimientos del papel. Algo que compartió Marco Filippo Romano como Cuccupis, el personaje más carismático de la obra y que se suma a los mayores aciertos de la velada, junto a la Madame Fritz de Paola Gardina. El suyo es uno de los personajes más comprometidos de la partitura, con una página de salida, un dúo con Cuccupis y una esena a solo final, donde la mezzosoprano tuvo que dar buena fe de sus dotes rossinianas. Correctos los comprimarios y el coro, además del Carlo de Francisco Brito, de timbre algo velado y la Anetta de Nina Solodovnikova, algo desaparecida en los números de conjunto.
Foto: Gianfranco Rota.