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Romanticismo para todos

Barcelona. 26/01/2020. Palau. Chaikovsky: Concierto para piano y orquesta núm 1. Beethoven: Sinfonía nº 6. Daniel Kharitonov, piano. Orquesta Sinfónica Camera Musicae. Gábor Takács-Nagy, director musical. 

Con un programa gobernado por dos auténticos hits del romanticismo, corazón de un repertorio muy transitado por Gábor Takács-Nagy, aterrizó el húngaro a una OCM que lo ha recibido con los brazos abiertos, a juzgar por respuesta e implicación. 

Como sucede en otros casos en la obra del ruso, no fue fácil el camino creativo que finalizó con el Concierto para piano núm. 1 de Tchaikovsky que escuchamos hoy. Repleto de revisiones desde la primera en 1875, la más interpretada escapa a las manos del compositor porque es póstuma. En cualquier caso, y más allá de su interés musicológico o artístico, el primero de los dos conciertos para piano de Tchaikovsky es formalmente peculiar y constituye un exigente ejercicio de fuegos artificiales, particularmente en un aparatoso primer movimiento, pero también requiere concentración en pasajes líricos tan hondos como frágiles.   

Las enormes manos del joven Daniel Kharitonov aplicaron contundencia desde esos violentos acordes al inicio. Y si el sujeto son las manos y no Kharitonov en sí mismo, es porque parecían funcionar como un mecanismo independiente, especialmente en la terrible cadencia. La suya fue una interpretación nada afectada, caracterizada por una limpieza y una impecable digitación, con alguna nota falsa puntual, meramente anecdótica en una partitura que empuja al pianista al límite. Esta orquesta asume siempre riesgos, a veces por encima de los que puede asumir. En este caso, la respuesta al virtuosismo en la orquesta no fue tan brillante, y la comprensión de la obra por parte de solista y director distaba de acercarse. Despojado de batuta e incluso de tarima, Takács-Nagy es carismático y a veces estimulante, pero en ningún momento reveló elocuencia ni profundidad en el concepto, buscando más la fachada sonora. Dicho esto, ya a partir del segundo movimiento algunos desajustes en los ataques y el fraseo de pianista y orquesta se hicieron ostensibles en los momentos camerísticos, que en el Allegro con fuoco final se agudizaron. Más allá de eso, una cuerda con todo el mordiente necesario ofreció momentos de belleza en el diálogo con el solista, y cuando se encontraron se pudo apreciar algo de esa danza rebelde y trágica en la partitura del ruso.   

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En la segunda parte nos esperaba la aportación de la orquesta al omnipresente y constante homenaje a Beethoven. Es archiconocido que este suele jugar a los extremos y no admite medias tintas, cosa en la Sexta se lleva hasta el paroxismo. Se trata tal vez, del ejemplo musical más célebre de esa encarnación de lo sublime, contemporánea de paisajes imposibles que sólo desde una perspectiva insólita de la realidad podemos contemplar y sólo materializan los pintores capaces de verlos, como su contemporáneo Turner, que era capaz de pintar cosas que no había visto jamás. Pudimos escuchar una sexta desigual, en la que palideció mucho de esa sublimidad. En primer lugar efusiva y carnal, con los contrastes bien señalados por la mano chispeante -y heterodoxa también- de Takács-Nagy y trazados por una formación ágil y disciplinada. En el logro de esas texturas densas tuvo mucho que ver una cuerda grave afinada y con garra. Sobre ella se edificaron muchas de las atmósferas, repletas de sorpresas tímbricas y claroscuros interesantes. La dirección fue heterodoxa en muchos aspectos pero también estimulante, dotada siempre de gran sentido melódico y capaz de arrancar calidez en los meandros líricos, aunque a veces aplicara una gestión extraña de las dinámicas, y no siempre se lograra el equilibrio entre secciones. Siguiendo la línea fogosa que imprimió el húngaro, zapateando frente a la orquesta, sonaron vigorosos los violines en la célebre tormenta, más precisos que unas maderas algo desenfocadas y sin duda con menos prestancia de la que estamos acostumbrados. Más desconcertante fue lo que sucedió tras la tormenta, en el sublime himno de los pastores, que hay que poner en contexto. El director húngaro había salido a dirigir Beethoven con una camiseta del Barça debajo de la americana, y en un pequeño discurso, decidió presentar el último movimiento la sinfonía apelando al famoso gol de Andrés Iniesta en la prórroga de aquellas semifinales de la Champions League. Para los que no sepan de qué hablo, apelando al agradecimiento por un triunfo deportivo. Un hecho aparentemente anecdótico, que buscaba la complicidad del público, que sin embargo revelaba un concepto musical. El deporte sublimado hasta convertir lo sublime en fútbol. La "religión" del fútbol es una nueva mitología en construcción, de acuerdo, ¿pero sus signos nos ofrecen un marco cultural para abordar obras de arte como el sinfonismo de Beethoven? ¿Huir del elitismo consiste en esto?   

Lo cierto es que se trata de un agradecimiento (Frohe und dankbare) espiritual, interior, lleno de piedad y casi una declaración panteísta que se deja en manos del vuelo poético -en la línea ideológica de El más antiguo programa sistemático del idealismo alemán, redactado diez años antes y atribuido a Hegel, Schelling y Hölderlin-. La hermenéutica mutó en un acercamiento apresurado que liquidaba la alegría reposada de la música, y los matices y elegancia sonora que exige. En este sentido, se cayó en estridencias y el trazo grueso en la dirección no permitió degustar esas largas frases que se expanden como la vegetación. La despedida con bis -la versión para violonchelo y orquesta de El cant dels ocells- encontró la ovación previsible en un Palau que presentó muy buena entrada. 

Sin dejar de señalar todo lo que el oficio y la honestidad exige, no sólo los músicos disfrutaron sino que -es justo reconocerlo- hicieron disfrutar en muchos momentos. La OCM sigue engrasándose como un mecanismo que sigue contagiando entusiasmo, forjando un sonido y una identidad, pero además va ganando en prestancia sinfónica. Con sus luces y sombras, visitas como la de Takács-Nagy le permitirán seguir creciendo también en ese aspecto. 

Fotos: © Martí E. Berenguer