Agrippina goes to Dallas
15/02/2020. Sevilla, Teatro de la Maestranza. Haendel, Agrippina. Claudio Matthew, Brook; Agrippina, Ann Hallenberg; Nerone, Renata Pokupić; Poppea, Alicia Amo; Ottone, Xavier Sabata; Pallante, João Fernandes; Narciso, Antonio Giovannini; Lesbo, Valeriano Lanchas; Giunone, Serena Pérez. Dirección de escena, Mariame Clément. Dirección musical, Enrico Onofri.
Levantar una producción de ópera barroca tiene sus dificultades. Nos encontramos con obras que, a pesar de su magnífica calidad musical, están alejadas de la sensibilidad dramática contemporánea. Es responsabilidad de los directores de escena intentar, a modo de arqueólogos expertos, trabajar con los estratos temporales que se interponen entre la obra original y nosotros. Esto puede hacerse de muchas maneras: potenciado sus elementos más arcaicos, como promueve por ejemplo William Christie; atendiendo su mensaje psicológico, como ha demostrado en ocasiones Claus Guth; cultivando la exuberancia estética, como Barrie Kosky; o recreándose en el simbolismo descarado que precisamente estos días puede verse en la Agrippina paralela de David McVicar en el Metropolitan de Nueva York. Y es este el aspecto fundamental que falla en la producción que estos días ocupa el Teatro de la Maestranza de Sevilla, el de una propuesta escénica que se convierte en un callejón sin salida tan solo unos minutos después de que empiece, dejando mal vestidas una sucesión de más de cuatro horas de arias da capo y recitativos. Demasiado pedir para un público que, seguramente, no sea experto en música antigua.
La propuesta la directora Mariame Clément traslada la acción desde la Roma imperial al mundo de los pozos petrolíferos de Texas. Las referencias a las soap operas de los ochenta, en especial a Dallas, son evidentes e inevitables: dinero, luchas familiares y grandes dosis de mal gusto. La escena intenta representar dos visiones simultaneas del mismo mundo: en la parte inferior los personajes se mueven sobre unos pequeños decorados que unos operarios arrastran por el escenario mientras, en la superior, unas grandes pantallas de video magnifican detalles relativos a la acción. Esto crea varios problemas, en primer lugar, es difícil mantener el interés en unos temas triviales–un huevo frito, un pozo de extracción en marcha o un teléfono- que además están filmados con una realización de poco calado artístico. Además, el gran tamaño de estas imágenes banales disminuye a los cantantes y su protagonismo. Si el aspecto plástico no acaba de funcionar, el dramático es el que hace que la obra naufrague, porque la dirección de actores asume que la historia es tan solo un vodevil de miras cortas.
Los cantantes, un muy notable cartel en principio, tampoco acabaron de hacer justicia a la creación de Handel, ni evitaron que tras cada uno de los descansos la sala se vaciara progresivamente de público. Les costó arrancar y fue tan solo en el tercer acto cuando pudimos disfrutar de un canto de categoría. Ann Hallenberg es una experta en el papel protagonista, que ha grabado además en una versión de referencia. Su Agrippina es elegante y sofisticada en lo vocal, una delicia para los oídos en las arias. Esa misma distinción se le vuelve en contra en los recitativos, en los que se echa de menos más descaro e inquina, características vertebrales de su personaje. Irreconocible bajo su pelucón ochentero, Xavier Sábata es el mejor actor del elenco, buen equilibrio entre lo dramático y lo cómico sin entrar nunca en lo grotesco. Su reconocible timbre de contratenor se modula bien en esos evocadores messa di voce y esos adornos en los da capo construidos a través de la la sensibilidad por los acentos. La Poppea de Alicia Amo comenzó insuficiente, pero las fuerzas aparecieron en el acto final en el que pudo abordar las coloraturas sin perder calidad en la emisión; realizó también un notable trabajo como actriz.
En la parte opuesta de espectro nos encontramos a un Antonio Giovannini inaudible y al Nerón de Renata Pokupić, tremendamente incómoda en las florituras, buscando siempre el confort de las notas sostenidas en el tercio agudo. La Orquesta Barroca de Sevilla, en manos de Enrico Onofri realizó una atractiva interpretación, luciendo buena densidad sonora timbres, arcaicos, transparencia y buen nervio.
Han pasado casi 10 años desde que la Maestranza programó su anterior ópera barroca, un repertorio en alza en la mayoría de los teatros del mundo para el que hay que crear afición -son tantas y tan emotivas las joyas que esconde. Tras la producción de estos días, y a juzgar por los cometarios escuchados a la salida, me atrevería a decir que no hay entre el público sevillano mucha prisa por repetir. Una verdadera lástima y una gran oportunidad perdida.