Experimentos
21/02/2020. Madrid, Auditorio Nacional. “Imaginando Beethoven”. Ludwig van Beethoven: Sonata para piano nº 4 en mi bemol mayor, op. 7; Cavatina del Cuarteto de cuerdas nº 13 en si bemol mayor; Variaciones Diabelli, op. 120, selección. Uri Caine: Improvisación. Cuarteto Lutosławski. Uri Caine, piano.
Reimaginar a los grandes compositores está a la orden del día. Los autores contemporáneos han encontrado en ello un nicho de ventas y éxitos. Lo hace Max Richter con su inquietante recomposición de Las cuatro estaciones de Vivaldi; Peter Gregson con su espiritual y pegadiza versión de las Suites para Cello de Bach -inmediatamente adoptada por Sorrentino como banda sonora de esa doble maravilla que son su joven y nuevo Papa-; y lo hace, desde hace muchos años, Uri Caine, atreviéndose con cualquiera de los grandes de la tradición germánica. Le ha tocado en esta ocasión a Beethoven, una iniciativa apropiada para un año de aniversario en el que nos va a tocar disfrutar del genio de Bonn en todas las formas y colores posibles.
Llegó a Madrid acompañado del Cuarteto Lutosławski para ofrecernos un interesante ejercicio de “imaginación”, tal como indica el propio nombre del programa, en el que funcionaron excelentemente algunas partes y se les fue la mano en alguna otra. La noche comenzó fascinante, con la Sonata para piano nº4. Caine transportó el grueso de la obra del teclado a las cuerdas y pareció llegar a un acuerdo salomónico con sus compañeros del cuarteto: vosotros haceos cargo del romanticismo que yo me ocupo de las irreverencias. Y el asunto funcionó, el espíritu galante en los arcos se mezcló adecuadamente con las pulsaciones sincopadas en las teclas, los refinados glisandos caminando al ritmo de ragtime. Los atrevimientos se sucedieron diferentes según el espíritu del movimiento -transparencia impresionista para el largo y algo de swing para el trio- pero la presencia de Beethoven dominó imponente la interpretación, estaríamos aquí ante un homenaje claro y directo. El ejemplo más claro de esta convivencia lo tuvimos en el rondó final, si el desarrollo de sucesivos temas nos adentró en territorios americanos, cada aparición del ritornelo nos transportaba de vuelta a Viena.
Tras esta primera parte llegó otro bloque, dedicado a la exhibición de las capacidades de los instrumentistas. Con la Cavatina, interpretada con espíritu lánguido y expiatorio, ahora sin adornos extravagantes, los polacos nos deleitaron con el carnoso y sensual sonido de sus instrumentos. Y tras eso le tocó el turno a Caine, que realizó una simpática e ingeniosa Improvisación, sobre los temas de la Séptima y la Novena, con un espíritu bailable y una tensión creciente que dejó a la audiencia con sonrisas en el rostro y ganas de más riesgos.
Llegaron entonces las Diabelli, que parecieron ser un laboratorio de experimentación. Es cierto que la propia forma de la obra, las variaciones, requieren creatividad y arrojo, pero en este caso faltó algún elemento que diera cohesión a una sucesión tan larga de propuestas tan diversas. Desde el jazz a Wagner pasando por el barroco, coscorrones al piano y estornudos intencionados; las invenciones se sucedieron para asombro del respetable, inicialmente fascinantes, finalmente algo tediosas. Parecieron las primeras fases de un ejercicio de investigación y desarrollo, sin haber llegado generar un producto acabado -mejor hubiera realizado una selección previa al concierto.
En realidad, todo esto no debería sorprendernos. Esta actuación es tan solo el fiel reflejo de la discografía de Caine, llena de reinvenciones imprescindibles para cualquier aficionado inquieto -ese extravagante Urlicht malheriano- pero también de otras que difícilmente llegaran a entrar a ninguna playlist. Y es que muy pocos pueden ser geniales sin interrupción. Beethoven, seguro, y pocos más.
Foto: CNDM / Elvira Megías.