Il viaggio a ReimsMiguel Lorenzo y Mikel Ponce Les Arts 1

El valor de lo efímero (II)

Valencia. 03/03/20. Palau de Les Arts. Rossini: Il viaggio a Reims. Mariangela Sicilia (Corinna). Ruth Iniesta (Madame Cortese). Albina Shagimuratova (Contessa di Folleville). Marina Viotti (Marchesa Melibea). Ruzil Gatin (Cavaliere Belfiore). Adrian Sâmpetrean (Lord Sidney). Sergey Romanovsky (Conte di Libenskof). Fabio Capitanucci (Barone di Trombonok). César San Martín (Don Álvaro). Misha Kiria (Don Profondo), entre otros. Orquestra y Cor de la Generalitat Valencia. Damiano Michieletto, dirección de escena. Francesco Lanzillota, dirección musical. 

Las celebraciones para la coronación de Carlos (Felipe) X fueron precisamente, al menos las que se han podido recopilar, diez. Una decena de partituras para y sobre el último de los borbones franceses, un déspota y una caricatura maquiavélica al parecer, aunque esto no se recogiera en las obras, que disfrutó la última de las ceremonias de entronamiento en el país... en la Catedral de Reims. Overnay, Crosnier (director de la Opéra Comique), un remix con músicas de Mozart a las que se cambiaron los textos (y algunos se quejan del presente)... incluso Fétis (crítico y profesor de armonía de nuestro Arriaga parisino) se aventuró con una ópera cómica al respecto: Le bourgeois de Reims. Todas aparentemente obras sencillas, cómodas en su trama y su musicalización, pues apenas tuvieron unos meses desde la muerte de Luis XVIII a la coronación de Carlos X y aquí lo prioritario era enaltecer al monarca. Escúchese sin ir más lejos la soflama final de la música más conocida de todas: Il viaggio a Reims, de Gioacchino Rossini: "su corazón rebosa nobleza. Nuncio de alegría, es la bonita sonrisa, dulce prueba del alma bondadosa... Donde el esté habrá alegría y honor". Poco más de cinco años duró en el trono, falleciendo en la actual Eslovaquia, tras un exilio que le llevó por media Europa, asediado por contrarios y acreedores. 

Y aquí estamos de nuevo, celebrándole, tras la recuperación de Gossett y Abbado en la renaissance rossiniana de los ochenta. Es el valor de lo efímero, vuelvo a ello, en este caso con músicas aparentemente perecederas, que sin embargo no tienen por qué perder su importancia y mérito. La distancia espacial y temporal, además, nos ayudan a recibir a este Carlos X con la perspectiva necesaria. También, por ejemplo, algunas de las abominables frases que recoge el libreto de Luigi Balocchi, como esta de Belfiore: "Tal resistencia (de las bellas damas) no, no es nueva. La costumbre, la duda y el decoro... hoy se niegan, mañana ceden" que retumbó en la Les Arts, pocos días después de que se eliminase el nombre de Plácido Domingo de su Centro de perfeccionamiento.

La propuesta de Damiano Michieletto se erige en torno a una idea muy plástica: dotar de vida al cuadro de François Gérard Coronación de Carlos X, ciertamente no muy conocido. Paradojas de la vida, Carlos X sí dio lugar a uno de los lienzos más famosos: La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, conmemorando la Revolución de 1830 que acabaría con su breve y nefasto reinado. Con el paso del tiempo, algunos hombres son recordados no tanto por lo que pudieran conseguir en sus carreras, sino más bien por aquello que se consiguió al superar lo que representaban. En cuanto a Michieletto, traslada la acción a una galería de arte, la Golden Lilium Gallery (la flor de lis, símbolo borbónico), buscando, de forma extremadamente sencilla, que el público se entretenga, ría con el humor no muy fino de la obra y que se aplauda a sí mismo. Es todo un básico, jugar con que el respetable reconozca su propia inteligencia sobre el escenario, en este caso no ya reconociendo una música, sino también ciertos cuadros. Así, la Duquesa de Alba y su perrito, el mutilado Van Gogh, las curvas de Botero, o el pop de Haring cobran vida como personajes reales y, por si acaso alguno anduviese despistado, se les acompaña de su respectiva pintura, para asegurar el aplauso. Observando en los detalles de cada personaje, la propuesta se eleva, ante lo matización que, imagino, corre a cuenta personal de los cantantes que les dan vida. Maravilloso y actualizadísimo, por ejemplo, el hecho de que Madame Cortese se lave las manos con solución hidroalcohólica tras saludar a varias personas.

Esa Madame Cortese estuvo especialmente bien interpretada por la soprano zaragozana Ruth Iniesta, quien, con tan sólo diez segundos en su salida a escena, llenó de vida a su personaje, al que además dotó de un canto inmaculado. Tras haber cantado también como Corinna en esta misma producción, en Australia, resulta imposible no imaginar como sonaría en Le Comte Ory. A su lado, triunfaron también la Contessa di Folleville de Albina Shagimuratova, muy cómica en su larga página de salida, aunque desatendiendo estrofas y secciones, y la Corinna de Mariangela Sicilia, de terso timbre y depurada línea de canto. Marina Viotti como Melibea redondeó un plantel de personajes femeninos de mucha altura. No puede, por desgracia, decirse tanto del reparto masculino, encabezado por el Don Profondo de Misha Kiria, con buena voz y quien hizo reír, aunque faltaron acentos, dinámicas, y el Trombonok de Fabio Capitanucci, también cómico, pero comedido. Quizá estemos acostumbrados a un Rossini más exagerado que aquí no hubo y tampoco es que este sea el Rossini chispeante de Cenerentola, Italiana, o Barbiere. Viaggio es otra cosa, una cantata semiseria propagandística, escrita cuando el compositor ya estaba de vuelta de todo. Sus nueve anteriores obras fueron dramas y por delante le quedarían un par de adaptaciones francesas, Le siège de Corinthe / Maometto secondo y Moïse et Pharaon / Mosè in Egitto, además del mencionado Comte, para el que tomó buena parte de la música de Viaggio y su canto del cisne operístico: Guillaume Tell, haciendo ver que el también podía aventurarse en los caminos del Romanticismo, pero que ya pasaba, que se aburría.

Desde el foso no terminó de ayudar a que la música tuviese un vuelo y una gracia suficientes la batuta de Francesco Lanzillotta, pesante en muchos momentos, demasiado brusco en dinámicas y con ostentosos problemas con el escenario. Le ha faltado algo de magia a este Rossini, más allá de hacer que los cuadros cobren vida.

Foto: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce / Les Arts.