Faust_LesArts25_MiguelLorenzo_MikelPonce_3.JPG© Miguel Lorenzo - Mikel Ponce | Palau de Les Arts 

¡Que empiece el espectáculo!

Valencia. 03/10/2025. Palau de les Arts. Faust. Ch. Gounod. Iván Ayón-Rivas (Faust), Alex Esposito (Méphistophélès), Ruth Iniesta (Marguerite), Florian Sempey (Valentin), Bryan Sala (Wagner), Ekaterine Buachidze (Siebel), Gemma Coma-Alabert (Marthe). Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Johannes Erath, dirección de escena. Lorenzo Viotti, dirección musical.

Tras el arranque de actividad de la mayoría de los teatros de ópera españoles ahora le ha llegado el turno al Palau de les Arts y el coliseo valenciano lo ha hecho a lo grande. Para inaugurar la temporada ha escogido un título monumental tanto por dimensiones como por exigencia musical y teatral. Faust, de Charles Gounod, es una ópera emblemática en la historia del género que causó auténtico furor durante el siglo XIX y que se mantuvo como una de las más apreciadas y habituales en los teatros hasta mediados del XX. Poco a poco su estrella fue declinando, en parte por el cambio de las modas y sucesivas corrientes estéticas, pero también por las dificultades que una producción de esta singular grand opéra plantea a todos los niveles.

Para gozar en su plenitud de la obra de Gounod, basada en la adaptación teatral que Jules Barbier y Michel Carré hicieron de la primera parte del drama de Goethe, hace falta una orquesta y un coro de primer nivel bien guiados, una regia imaginativa y un elenco dominador de las complejidades y sutilezas del canto romántico francés. Por todo ello, aspirar a la representación perfecta de Faust es una quimera, pero lo visto en el Palau de les Arts, sin llegar a ese ideal e incluso con aspectos debatibles en lo escénico y mejorables en lo vocal, es una propuesta de altísimo nivel artístico.

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Empezando por la vertiente musical. Es poco discutible que la Orquestra de la Comunitat Valenciana es la mejor de España en el campo operístico. La calidad de esta formación, tanto como conjunto como en el plano solista, se sitúa al nivel de algunas de los más destacados teatros europeos. Su suntuoso sonido, siempre empastado, vibrante o sutil según la necesidad, así como la amplísima paleta de colores y dinámicas, constituyeron la base sobre la que desarrollar todas las exigencias de una partitura más compleja de lo que puede parecer a simple vista. Hay de todo y mucho en la ópera de Gounod: fragmentos decididamente sinfónicos (ahí la sombra de Berlioz es alargada), escenas de ballet que requieren notable virtuosismo (esta versión incluyó el del quinto acto), pasajes vocales de gran lirismo en los que la orquesta debe tener la presencia justa, páginas ligeras que remiten a la opèra comique e intervenciones corales en las que el equilibrio entre foso y escena son de enorme dificultad.

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Lorenzo Viotti, que debutaba con un título operístico en nuestro país, supo sacar todo el potencial del conjunto ofreciendo una lectura poderosa, atenta al detalle sin olvidar mantener una mirada global y amplia. Bajo su batuta, la orquesta se mostró flexible, vibrante, precisa, manteniendo un diálogo fructífero con el escenario y regalando momentos de gran lucimiento solista. El espectacular obbligato del concertino Gjorgi Dimcevski durante “Salut! Demeure chaste et pure” fue de los que no se olvidan y la constatación de un trabajo musical concienzudo y fructífero. Y se trata solo de un ejemplo entre muchos. Excelente, así mismo, la actuación de un Cor de la Generalitat Valenciana (dirigido por Jordi Blanch Tordera) que se lució en cada una de sus intervenciones, mostrando un sonido compacto, afinación impecable y amplia variedad de dinámicas entre las que es obligatorio resaltar unos pianissimi que parecían surgir del mas allá.

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La exigencia vocal que la obra plantea a los tres roles principales (Faust, Marguerite y Méphistophélè), tanto por su dificultad técnica como por su longitud, es uno de los grandes escollos de esta ópera. Encontrar tres cantantes capaces de asumirlos con los recursos canoros y la personalidad que requieren no es fácil. El trío escogido para hacerlo en Les Arts, sin ser de esos excepcionales (¿quién no recuerda, inevitablemente, a los Kraus, Freni y Ghiaurov, por citar uno de ellos?), mantuvo, aunque con matices, un nivel notable.

La elección de Iván Ayón-Rivas para encarnar el rol titular fue una apuesta valiente. El tenor peruano, que siempre ha mostrado condiciones vocales interesantes, ha ido asumiendo progresivamente papeles de mayor envergadura vocal y dramática. Faust suponía una piedra de toque importante y su rendimiento global, pese a momentos de innegable brillantez, fue un tanto irregular. El fraseo es efusivo y elegante y el timbre atractivo, sobre todo en una franja semi aguda y aguda realmente explosiva. En cambio, a los pasajes centrales y graves les faltó en general presencia y proyección. Hay que loar su voluntad de buscar en todo momento el juego de medias voces y pianissimi, pero el contraste entre estos y las expansiones en la zona aguda fue excesivo y poco orgánico. Atacó el Do de su romanza con facilidad, aunque el intento de apianarlo fue un tanto accidentado. Su Faust tuvo elementos interesantes, pero también margen de mejora.

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Ruth Iniesta obtuvo un merecido triunfo en su debut como Marguerite. La soprano se mostró en un gran momento vocal, dominando un rol que evoluciona desde el inocente lirismo inicial hasta las grandes expansiones del último acto sin perder solidez. Su “Il était un roi de Thulé” fue realmente conmovedor, balanceándose en las medias voces e introduciendo aire en la emisión de algunas frases con resultados de gran expresividad. Brilló también en números concertados como el cuarteto y mantuvo resuello para firmar un terceto de gran mordiente. A todo ello hay que añadir un trabajo escénico realmente destacable. La dramaturgia de la producción la convierte en un ser casi inerte, paradigma del objeto del deseo masculino. Vestida de bailarina clásica con tutú, en la construcción del personaje hay trazos de Colombina, pero también de heroínas románticas del cine mudo e incluso de la cultura pop como Betty Boop. Ruth Iniesta estuvo en todo momento en personaje, con un trabajo físico y de expresión facial solo al alcance de una actriz realmente talentosa.

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El Méphistophélè de Alex Esposito dominó en todo momento el escenario apoderándose de la función. Como marcan los cánones y respaldado por la gran dirección de actores que atesora esta producción, se convirtió en el auténtico demiurgo de la acción. Por momentos maléfico, su diablo exhibió también grandes dosis de humor, todo ello a través de una notable presencia y vivacidad escénica. En lo vocal, el bajo bergamasco se engloba más en la tradición del bass baryton que en la del bajo cantante, pero siempre dominando todos los registros con gran solvencia. Su brillante actuación fue un bastión decisivo para el éxito de una propuesta escénica que le exige un despliegue de recursos amplísimo.

Bellamente cantado el Valentin de Florian Sempey, barítono de voz atractiva, aún de connotaciones líricas, pero que da la sensación de que, con el tiempo y su buena técnica, puede evolucionar hacia territorios más pesados. Su fraseo es de considerable elegancia, como demostró en su célebre romanza y, al escucharlo, uno no puede evitar recordar al Ludovic Tézier de los inicios. Impecable el Siebel de la mezzo Ekaterine Buachidze, con evidente potencial para asumir papeles de mayor enjundia y a la altura del reto el Wagner de Bryan Sala y la Martha de Gemma Coma-Alabert.

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La puesta en escena de Faust supone un reto mayúsculo para cualquier director por los elementos fantásticos que caracterizan esta grand opéra. También por la diversidad de los paisajes y situaciones en cada acto, la simbología de los personajes y, last but not least, por la fuente original goethiana de la que bebe. La propuesta que firma el director alemán Johannes Erath es fruto de una coproducción entre el Palau de les Arts, el Teatro Real de Madrid y La Scala de Milán, lo cual da inicios de la ambición del proyecto. Sin duda responde a esa ambición porque se trata de un espectáculo fascinante de enorme y sugestivo poder visual. Mucha responsabilidad tiene de ello el diseño escenográfico obra de Heike Scheele que es capaz de crear un universo hipnótico en el que realidad y fantasmagoría se desdoblan en múltiples espejos para acabar confundiéndose.

Erath parte de preceptos identificables con el Regitheater, pero su concepción es amplia y flexible, encontrando soluciones efectivas para cada situación. Así, el marco circense que predomina en escena, con Méphistophélè como maestro de ceremonias/domador, no se convierte, como a menudo sucede, en prisión conceptual sino en punto de partida a partir del cual desarrollar una trama en la que se alternan situaciones cómicas que remiten a la iconología del cine mudo con imágenes de gran calado poético. Todo ello con un pulso teatral notable, excelente dirección de actores, un inteligente sentido del humor que nunca llega a distorsionar la narración y un despliegue visual por momentos apabullante. En definitiva, una propuesta capaz de plasmar la grandeza del Faust de Gounod, que no es poco. La temporada en el Palau de les Arts queda inaugurada. ¡Que empiece el espectáculo!

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