Tras Cage y tras la pandemia
Pamplona. Teatro Gayarre 21/10/2020. Tensión tranquila I, de Javier Torres; Kelaia, de José María Sánchez-Verdú; De la casa grande, de Carolina Cerezo; y Lo grotesco (y ahora escucha, por dentro), de Sergio Blardony. Margarita Rodríguez (soprano), Marta Knörr (mezzosoprano), Raul Marcos (actor), Andrés Gomis (saxofones), Eloy Lurueña (percusión) y Sergio Blardony (electrónica).
El estadounidense John Cage falleció el 12 de agosto de 1992; este compositor pasa por ser una de las referencias absolutas de la llamada música de vanguardia y el año de su desaparición marca –entre otras muchas cosas- los inicios del fin del siglo XX, un siglo tumultuoso, preso de guerras mundiales, de holocaustos y bombas atómicas, de experiencias políticas nuevas y de problemas que, parece que inexorablemente, van a hipotecar el futuro del ser humano de no mediar cambios fundamentales. Un siglo en que pasamos en lo lírico del verismo italiano y las obras post-Verdi y Wagner a la experimentación más radical desde los tumultuosos años 60 y hasta nuestros días.
Así, que un festival se denomine AfterCage marca de forma gráfica las prioridades a las que quiere atender con su planteamiento, a saber, la exposición de la música clásica más actual, las nuevas tendencias y estéticas que, expuestas en un ciclo de cinco conciertos, nos pueden servir para conocer nuevos nombres, explorar nuevas vías estéticas y atender a las inquietudes que jóvenes y no tan jóvenes quieren exponernos en eso que llamamos la evolución permanente de la música y de sus formas.
John Cage ya realizó su pertinente aportación a la estupefacción musical cuando inventó y desarrolló el llamado piano preparado o cuando reivindicó el silencio como sonido eterno en su celebérrima 4’33’’. Ahora es el turno de nombres que se agolpan en el programa de este ciclo y que buscan exponer a un público curioso lo que quizás llegue a ser éxito popular, lo que quizás termine en un cajón del olvido o lo que quizás simplemente sea flor de un día pero, al fin y al cabo, el resultado de la idea y el trabajo de una persona que quiere aportar al mundo denominado de la música clásica.
A ello no es ajeno la ópera y el teatro musical. El pasado mes de julio pude asistir a la jornada inaugural del Festival Little Opera 2020 de Zamora y de la que realizamos pertinente reseña en esta publicación donde se expusieron tres obras de teatro musical en el que se aportaban caminos distintos para ensamblar música y texto. Las obras de Zamora provenían, como las expuestas en el Teatro Gayarre, del Laboratorio de creación e investigación música-palabra/EPOS del Instituto para la Formación, Investigación y Desarrollo de la Música y otras Artes. Si bien en el caso de Zamora se evitaba –intuyo que conscientemente- el uso de la palabra ópera en el caso del concierto que nos ocupa se citaba el de óperas de cámara, al menos como referencia aproximativa de lo que iba a ver y escuchar el espectador.
Y es que en el Gayarre el primer concierto del AfterCage 20 presentaba tres espectáculos de duración entre los 15 y 25 minutos donde lo escénico se une a lo literario y musical para crear tres obras unidas por ciertos aspectos comunes, aunque cada compositor/a lo desarrolle dentro de su libertad creativa.
La primera obra representada fue Kelaia, del compositor quizás más mediático del concierto, José María Sánchez-Verdú. Obra para soprano, mezzosoprano, saxofón, percusión y cinta electrónica, nos muestra el enfrentamiento madre-hija en los paisajes desérticos del norte de África –de ahí el origen magrebí de la palabra que da título a la obra- y donde el compositor utiliza los extremos vocales de la madre –voz de contralto- y la hija –soprano aguda- para subrayar el desencuentro de ambas dentro de un mismo espacio, mecido por el viento desértico. Una obra en la que el texto, incluso con el uso de fonemas intraducibles, cobra gran importancia y queda muy bien dicho, sobre todo en la voz experimentada de Marta Knörr.
La segunda obra, De la casa grande, de Carolina Cerezo presenta a la madre en torno a la mesa de un salón de un hogar convencional conversando con la voz de otra mujer no presente en la escena. Palabra recitada y cantada se alternan en una sucesión de reflexiones que hacen de esta ópera de cámara quizás la más convencional (¡qué término más peligroso!) de entre las ofrecidas.
Finalmente, Lo grotesco, (y ahora escucha, por dentro), de Sergio Blardony, la más teatral, la más elaborada en el apartado escénico, con presencia de actores acompañando a las dos cantantes, nuevamente soprano y mezzo. Lo grotesco se presenta tanto como lo nuevo como por lo distinto a través de actores y músicos que en el escenario nos enseñan el nacimiento del cuerpo desnudo mientras en palcos enfrentados las cantantes dirimen en sus opuestas tesituras el texto cantado. Marta Knörr, presente en las tres obras da empaque y aporta una voz de densidad notable además de la credibilidad que transmite en la credibilidad que otorga a las obras que interpreta. La soprano Margarita Rodríguez, presente en las obras primera y tercera enseñó una voz de coloratura y agudos fáciles, contrastando de forma conveniente y necesaria con la de su antagonista. Ambas cantantes, con la voz amplificada, hicieron uso continuo del diapasón en busca de la ajustada afinación dentro de unas partituras de enorme complejidad técnica.
El concierto, de unos noventa minutos de duración dio comienzo con el estreno absoluto de Tensión tranquila I, de Javier Torres, una obra para oboe y cinta que nos enseñó la exploración que del instrumento y sus posibilidades hace el compositor, buscando del mismo un uso tanto tradicional como percutido, buscando el sonido extremo y el trabajo en colaboración con la cinta electrónica. Una obra de carácter experimental, de escucha compleja para un servidor y que llevó de forma convincente la oboísta Pilar Fontalba, vestida para la ocasión al estilo de una reina de la noche mozartiana cualquiera, con todos oscuros y atadas a largas cuerdas que parecían querer proyectar no ya solo el experimento musical sino el cuerpo mismo de la instrumentista al cielo, al futuro.
Navarra se cerraba apenas dos horas después del concierto; la verdad es que en el paseo previo al concierto pude comprobar que las calles de la capital apenas expelían vida. Se apreciaba en muchas caras y muchos gestos el nerviosismo, la incertidumbre que se ha apoderado de una comunidad foral con cifras insostenibles. En el patio de butacas del teatro, símbolo del último refugio antes del inicio de un nuevo desasosiego, unas setenta personas habíamos hecho un alto en nuestro penar para escuchar estas propuestas de música de vanguardia. No es poco, dadas las circunstancias.
Pasadas las diez y media de la noche salía de la autonomía dejando atrás unas tierras que en algunos días nos va a aparecer lejana. Por ello solo nos queda esperar que el AfterCage 2020 pueda ser el AfertCage & Pandemic 2021. Que así sea.