Sentado en medio de una habitación
Alzuza. Casa Museo Jorge Oteiza. 13/10/2024. Millenials, escena radiofónica, de Carolina Cerezo. Carolina Cerezo (voz y creación), Juan Luis Montoro (voz, electrónica en vivo y creación), María del Barrio (flauta, voz y creación) y Aitor Ucar (guitarra eléctrica, voz y creación).
En un momento de su vida artística Jorge de Oteiza (1908-2003) se asentó en Alzuza, pequeño pueblo del municipio navarro del Valle de Egüés, sito a apenas diez minutos en coche del centro de Pamplona. Jorge de Oteiza pasa por ser una de las figuras claves de la llamada Escuela Vasca de Escultura, junto a nombres como el de Eduardo Chillida. Fue también célebre poeta y ensayista y su Quosque tándem! es una de las reflexiones más polémicas en torno a lo que el escritor denominaba alma vasca. Pues bien, en Alzuza se encuentra la Casa Museo Jorge Oteiza y el Festival Internacional de Experimentación Musical After Cage, en su XI edición, nos convocó a unos cuantos curiosos para la celebración de un ¿concierto? singular, muy propio del entorno que nos rodeaba, en el que vivió sus últimos años uno de los creadores vascos más curiosos, iconoclastas y polémicos del siglo XX.
En esta edición After Cage ha decidido que cada uno de los conciertos vaya subtitulado con un concepto griego en torno al tema genérico de la memoria. El que nos ocupa es el cuarto de catorce, se ha presentado bajo el nombre de Sortilegio/Kíƿkƞ y se ha centrado en la obra Millenials, escena radiofónica de la compositora malagueña Carolina Cerezo (1993). Precisamente, en la edición 2020 del mismo festival pudimos conocer otra obra suya, De la casa grande, de carácter más teatral y de la que hicimos pertinente reseña en estas páginas. Este acto era, por lo tanto, nuestra segunda experiencia en este festival y ambas con el denominador común del nombre de esta creadora andaluza.
En el After Cage uno sabe que puede encontrarse cualquier cosa y ha de acudir, por tanto, abierto a vivir cualquier experiencia en torno al fenómeno musical. Por ello no era de extrañar que el mismo escenario y su disposición llamaran nuestra atención. En una sala que bien pudo ser un antiguo almacén o la cuadra del caserío estaban dispuestos una veintena de cómodos asientos acolchados, dispuestos frente a una mesa de instrumental electro-acústico. En ellas, y con sus correspondientes micrófonos, se situaban Carolina Cerezo y Juan Luis Montoro, que actuaba de coordinador en el aspecto electrónico. A la derecha del espectador y en posición elevada, la flautista María del Barrio; a la izquierda, en la misma disposición, el guitarrista Aitor Ucar, todos ellos miembros del Grupo Cuarto de Tono, grupo creado por la compositora y último responsable del espectáculo. ¿Y qué es Millenials?
Pues es algo que me hubiera gustado mucho preguntarle a la compositora en la breve charla que se organizó al final del concierto pero las circunstancias lo impidieron. Desde luego, Millenials es definido en su mismo título como una escena radiofónica y, por lo tato, estamos ante un trabajo en el que la voz humana tiene relevancia. Se nos trasladan a través de la pertinente cinta de grabación las voces de varias personas que reflexionan sobre la pertenencia o no, sobre la relevancia o no, sobre el grado de identidad o no a una generación, la de los llamados millenial que, académicamente, son definidos como aquellos nacidos entre 1981 y 1996 y entre quienes se encuentra, para la sana envidia de quien escribe, la misma compositora.
Millenials es, por lo tanto, una creación en la que voz y música se entrecruzan para provocar en el oyente –nunca mejor dicho así, siendo una escena radiofónica- múltiples reflexiones acerca de las características peculiares de una generación que nació en condiciones políticas, sociales y económicas sustancialmente distintas a la de sus padres y madres, aquellos que nacieron en el tardofranquismo, se dedicaron toda la vida a trabajar para asegurar a sus descendientes una vida mejor en la que pudieran estudiar, formarse y tener así más oportunidades de las que ellos gozaron.
La parte vocal es sencilla, son conversaciones naturales, reflexiones espontáneas, de las que podríamos escuchar en cualquier bar, sin pretensión alguna. La parte musical es más compleja. Cada uno de los instrumentos tiene, además de su aportación al colectivo, su parte solista; así, Aitor Ucar hizo un alarde en el final de la obra sobre las posibilidades sonoras de una guitarra eléctrica, descubriéndonos tipos de púas y similares harto infrecuentes para poder provocar sonidos cuasipercutivos. La flautista María del Barrio, que abre y cierra la obra, juega con la respiración, las posibilidades del instrumento y sus sonidos. Finalmente, Juan Luis Montoro desde la mesa electrónica nos convoca a conocer el proceso de alteración de la voz humana con un monólogo en el que se va produciendo la demostración de que en la era digital la voz humana puede llegar a alterarse hasta el infinito, hasta perder el carácter mismo de humana. Por ello, su solo en torno a la narración del texto Estoy sentado en medio de una habitación fue el momento más espectacular y pedagógico de la velada.
En la obra también aparecen Johan Sebastian Bach y Glenn Gould con la intención de unir la generación millenial con el pasado más remoto –musicalmente hablando- para poder asegurar que toda generación, sea cual sea es, además, heredera del pasado. Como se dijo al final de la obra, en la generación de la prisa, la brevedad y la inmediatez, poder ser instrumentista –flautista o guitarrista, pongamos por caso- sigue exigiendo mucho tiempo, lo que no es sino la constatación de una gran contradicción.
Al final del concierto, bajo un cielo azul precioso, pensaba que este tipo de obras son, a pesar de ser vistos por melómanos convencionales como una enorme provocación, mucho más accesibles para la mayoría de los millenials de verdad que, pongamos por caso, las Suites para violonchelo del mismo Bach, mucho más abstractas. Una experiencia distinta y que, sin embargo, creo que merece la pena vivir porque así, sentados en el centro de una habitación hermosa, cubierta con un tejado a dos aguas, con enormes vigas de madera y paredes a piedra vista hemos podido sentir y vivir las inquietudes de una compositora joven y con muchas cosas que decir.