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Los mejores discos de la última década: Sinfónico

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Completando la selección con los mejores discos de la década que nos viene acompañando durante todo este año en la edición impresa de Platea Magazine, llega ahora el turno para los instrumentos de cuerda, entendidos aquí sobre todo como solistas y quedando al margen pues de manera expresa las diversas formaciones de cámara (violín y piano, cuartetos, quintetos, etc.), cuya fecunda producción discográfica bien merecería capítulo aparte.

Lo cierto es que algunos instrumentistas aparecen y desaparecen como el Guadiana. El siguiente mosaico busca sobre todo reflejar con cierto equilibrio y relativa justicia tanto la trayectoria de aquellos más próximos a la gran mercadotecnia, a la industria rutilante, como el hacer de quienes por azares o por propia voluntad deciden trazar su camino lejos de los focos.

Anne-Sophie Mutter (Rheinfelden, 1963) es por méritos propios la gran dama del violín. Su reinado es incuestionable. Cuatro décadas ya en activo, al máximo nivel, si renunciar al repertorio más exigente, con un sonido único y reconocible, de extraordinaria presencia y sutiles acentos. Cualquier gran batuta que se precie desea colaborar con ella. Es el caso de Manfred Honeck, con quien Mutter registró el poco frecuentado concierto para violín de Antonín Dvořák, junto a los Berliner Philharmoniker, en Deutsche Grammophon. El resultado es una versión de referencia, de sonido bruñido y opulento. La madurez, la calidez y la hondura de Mutter con su instrumento no hay perdido un ápice de su impacto con el paso de los años. Admirable. En 2018 publicó otro álbum interesante, consagrado por entero a la música de su querido y admirado Krzysztof Penderecki, fallecido el pasado mes de marzo de este mismo año. Un álbum emotivo y hermoso -en realidad un recopilatorio, con tomas de 1997, 2011 y 2014- que testimonia el compromiso infatigable de Mutter con la creación contemporánea -Penderecki le dedicó su segundo concierto para violín, Metamorphosen, incluido en el CD y estrenado en 1995-. 

Son muchas las violinistas que han presentado su firme candidatura a suceder a Anne-Sophie Mutter en el trono que la alemana todavía hoy ostenta: Janine Jansen, Isabelle Faust, Lisa Batiashvili… La lista es larga y afortunadamente ha sido muy fecunda en el terreno discográfico. 

Desde que epatase en 2013 con un sobresaliente Brahms, a las órdenes de Christian Thielemann, la trayectoria de la georgiana Lisa Batiashvili (Tiflis, 1979) no ha dejado de cotizarse al alza. Y fue su encuentro con Barenboim lo que deparó un álbum extraordinario, en 2016, con los conciertos de Tchaikovsky y Sibelius, en lecturas de un aire clásico, con un regusto al pasado de los grandes, como una suerte de gran reserva en la cosecha del sello amarillo, si me permiten el símil vinícola. Realmente una grabación de esas que apetece escuchar una y otra vez, tanto por la calidez de la Staatskapelle en manos de Barenboim como por el bello y firme sonido que Batiashvili extrae de su Guarnieri de 1739.

Desde lo más temprano de su trayectoria el nombre de la violinista neerlandesa Janine Jansen (Soest, 1978) es sinónimo de sensibilidad. Realmente su manera de tocar es cautivadora. Su discografía está llena de álbumes afortunados: en 2009 grabó Beethoven y Britten con Parvo Järvi, en lecturas poderosas; en 2008, con Daniel Harding, había hecho lo propio con un Tchaikovsky singularísimo; y no hay que olvidar su Bruch y su Mendelssohn junto a un inspirado Riccardo Chailly, en 2007. En la pasada década también ha puesto sobre la mesa grabaciones importantes. Más allá de sus álbum en solitario consagrado a Prokofiev, que es un registro solidísimo, me quedo con el Brahms y el Bartók que grabó en 2015 para DECCA, junto a Antonio Pappano, desigualmente inspirado en el acompañamiento. Un CD colosal y refinado que expone y recapitula todas las virtudes de Jansen con su Stradivarius de 1727.

Hay algo verdaderamente apolíneo en el violín de Isabelle Faust (Esslingen, 1972), una intérprete de suma elegancia, de formas escuetas, poco dada a extravagancias. Su violín encuentra la belleza por la forma, sin perderse en vericuetos de expresividad arrebatada, con poco vibrato. Ideal, en suma, su enfoque para compositores tan dispares como Mozart, Berg o Beethoven, a quienes de tanto en tanto conviene iluminar sin tantos ademanes. De 2012, en Harmonia Mundi, data un disco monumental, con Claudio Abbado e Isabelle Faust interpretando los conciertos de Berg y Beethoven con una refinadísima Orquesta Mozart. Quizá uno de los mejores álbumes de toda la década, con ese poso y esa trascendencia propias del último Abbado. Lo cierto es que las partituras de Berg y Beethoven conforman un tándem sumamente afortunado e inesperado. La lectura de Faust posee una intensidad descarnada e irrefrenable. Una versión reveladora, sobre todo en referencia al Berg. 

También es de obligada mención -y siempre en Harmonia Mundi- el doble CD de Isabelle Faust recogiendo los cinco conciertos para violín de Mozart, junto a Il Giardino Armonico y Giovanni Antonini. De nuevo una aproximación de referencia, de un equilibrio exquisito, ágil, colorista y austero a un tiempo, con un concepto camerístico sumamente grato. Con Pablo Heras-Casado también ha hecho buen tándem la violinista alemana. Juntos han dejado espléndidas versiones de los conciertos de Schumann y sobre todo Mendelssohn, en una grabación de 2017 que recibió un aplauso unánime, con la Orquesta Barroca de Friburgo. 

Aunque más alejada de los focos que otras colegas, Baiba Skride (Riga, 1981) se ha forjado con tesón una reputación incuestionable desde que en 2011 se alzase con el primer premio en el Concurso de violín Queen Elisabeth. De 2016 data un álbum muy atractivo en el sello Orfeo, con los conciertos de Sibelius y Nielsen. La violinista letona extrae de su instrumento un sonido descarnado, por momentos siniestro y sibilino, cargado de un aliento premonitorio, de resonancias telúricas, extraordinariamente expresivo, como el acompañamiento de la Orquesta Filarmónica de Tampere de la que Rouvali es director titular desde 2013. Un Sibelius genuino, de raza. El álbum se completa con el infrecuente concierto para violín de Carl Nielsen, que encuentra aquí una lectura sumamente vigorosa y resuelta, contribuyendo a elevar la valía de esta partitura. Igualmente, merece la pena dedicar un momento al doble álbum publicado en 2018 por el mismo tándem, Skride y Rouvali, en torno a tres compositores vinculados a Norteamérica y sus conciertos para violín: Leonard Bernstein, Erich W. Korngold y Miklós Rózsa -éste último maestro de John Williams y Jerry Goldsmith-. También merece mucho la pena el trabajo de 2016 junto a Vasily Petrenko con los conciertos para violín de Karol Szymanowski, siempre en Orfeo.

Caso semejante al de su colega letona, la violinista alemana Arabella Steinbacher (Múnich, 1981) atesora ya una discografía respetabilísima, al lado de algunas de las batutas más reputadas de la última década, como Andris Nelsons o Vladimir Jurowski. Tras sus espléndidos álbumes en Orfeo, la artista dio el salto al sello Pentatone, donde ha seguido revelando su empeño y su talento. Para muestra, un botón, el compacto de 2017 con los conciertos de Britten y Hindemith, al lado de Vladimir Jurowski, con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín. Impecable Steinbacher, respondiendo con idéntico aplomo a las más diversas exigencias técnicas y a los más dispares cambios de humor que atraviesan estas partituras. También es digno de mención un álbum anterior, de 2013, junto Lawrence Foster, con los conciertos de Bruch y Korngold.

Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Si la música de nuestro Antón García-Abril ha logrado seducir a una violinista norteamericana como Hilary Hahn (Lexington, 1979), hasta el punto de encargarle la composición de una serie completa de partitas para su instrumento, la reseña de semejante hito era obligada en estas páginas. Pero es que además se trata de música excelente en manos de una ejecución esmeradísima. 

Iconoclasta y rompedora, de algún modo inclasificable, la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja (Chisinau, 1977) rara vez deja indiferente. Hay algo indudablemente provocador y excitante en su manera de concebir el violín. Su hacer rara vez concita consensos, pero sin duda se ha logrado hacer un hueco en el disputado panorama de los principales violinistas en activo, siendo requerida a menudo por las principales orquestas y batutas internacionales. Buena prueba de su arte singularísimo, en 2016 grabó el concierto para violín de Tchaikovsky junto al no menos heterodoxo Teodor Currentzis. Bajo la apariencia de una versión rompedora, y cuando parecía imposible decir algo nuevo sobre esta partitura, se destapa aquí un talento desbordante, de una belleza tan subyugante como incómoda. Una lectura vertiginosa, con MusicAeterna en estado de gracia.

Dentro de la pléyade de jóvenes promesas del violín que irrumpen año tras año, como sucesivas cosechas, es complicado hacerse un lugar con voz propia. Las discográficas tampoco ayudan, intentando la cuadratura del círculo, la suma de virtuosismo técnico y fotogenia, en la búsqueda incansable y fatigosa de una nueva Mutter. La violinista alemana Julia Fischer (Múnich, 1983) lleva desde sus inicios bregando por escapar precisamente de ese cliché. Y álbumes como el que publicó en 2013 en DECCA, junto al director David Zinmann, dan buena cuenta de sus credenciales. El CD incluye los conciertos para violín de Bruch y Dvořák, una partitura que parece haber resucitado precisamente en la última década, con una abundante discografía. Fischer demuestra aquí madurez y aplomo, un equilibrio bien ponderado entre el apasionamiento y la exhibición técnica. 

Joven promesa que no termina de llegar a buen puerto. Así podríamos definir el caso de Nicola Benedetti (Irvine, 1987), una violinista británica que empezó pegando muy fuerte a comienzos de la década pasada, si bien ha quedado un tanto relegada en años recientes. Acaba de publicar una grabación muy notable del concierto para violín de Elgar, junto a Vladimir Jurowski y la London Philharmonic. Quizá sea el primer álbum verdaderamente interesante que publica desde 2010, cuando puso sobre la mesa un trabajo irreprochable junto a la batuta de Jakub Hrůša y la Orquesta Filarmónica Checa. De nuevo Bruch y Dvořák, la misma dupla que Julia Fischer en su CD de 2013, y también en DECCA. Uno se pregunta a veces si las discográficas reparan en estas repeticiones, cuando un concierto como el de Dvořák llevaba años sin grabarse. Sea como fuere, es con diferencia el mejor trabajo de Nicola Benedetti, quien publicó también en 2012 un álbum importante, The Silver Violin (DECCA), con una fantástica versión del concierto de Korngold, con Kirill Karabits a la batuta.

El violinista Giuliano Carmignola (Treviso, 1951) es una autoridad sin discusión en el panorama de la música barroca y el repertorio antiguo. De entre sus muchos trabajos brilla con luz propia un álbum de 2018 para Deutsche Grammophon, consagrado por entero a música de J. S. Bach. El CD, con las célebres sonatas y partitas, es un dechado de virtudes expresivas. Con su Guarnieri de 1733, Carmignola seduce desde el lirismo, con lecturas de acento más bien italianizante. La toma es próxima en exceso, escuchándose al violinista en demasía, en sus respiraciones. Peccata minuta, un detalle menor que no emborrona un registro realmente disfrutable, que permite escuchar estas obras con una redoblada elocuencia.

El violinista griego Leonidas Kavakos (Atenas, 1967) no podía faltar en este listado. Gigantesco intérprete, en 1991 fue el primer artista al que se autorizó a interpretar y grabar el concierto de Sibelius en su versión original. Lo cierto es que la discografía de Kavakos está llena de joyas, sobre todo en lo referente a música de cámara, como sus sonatas para violín y piano de Beethoven. En cambio, no ha frecuentado tanto los estudios junto una orquesta. Pero como lo bueno suele ofrecerse en frasco pequeño, Kavakos no podía defraudar cuando en 2012 se embarcó a grabar el célebre concierto de Brahms junto a la Gewandhausorchester de Leipzig y su entonces maestro titular, Riccardo Chailly. Este álbum editado por DECCA se sitúa por méritos propios en el olimpo de los grandes. Grabar un Brahms de talla histórica, en pleno siglo XXI, no está al alcance de todos. El mérito es compartido: Kavakos en estado de gracia, por descontado, pero qué decir del sonido resplandeciente que brindan los atriles de la Gewandhausorchester, y qué grandes cosas hizo Chailly durante sus años en Leipzig, qué inspiración en el fraseo. El álbum se completa con varias danzas húngaras de Brahms, con Peter Nagy al piano; y un buen puñado de piezas de Béla Bartók, dando forma a una suerte de díptico con Budapest en la memoria.

Nacido en Italia, aunque hijo de padres alemanes, Augustin Hadelich (Cecina, 1984) vio marcada su vida siendo apenas un adolescente, cuando las consecuencias de un terrible incendio le forzaron a detener súbitamente su práctica con el violín, dejando huella además para siempre en su fisionomía. Pero lo cierto es que Hadelich se empeñó en ser un violinista de primera, graduándose en la Julliard con los máximos honores. Y lo cierto es que no ha dejado de reafirmarse con cada nuevo trabajo (acaba de publicar, en 2020, un espléndido CD dedicado por entero a Dvořák, junto al director checo Jakub Hrůša. 

Pero en la discografía anterior de Hadelich ya destacaban algunos trabajos. Muy especialmente el álbum publicado en 2014 junto a Hannu Lintu, con los conciertos para violín de Thomas Adès y Jean Sibelius, dos obras entre las que se trazan estimulantes vínculos y parentescos. Se trata de un CD editado por el sello AVIE Records, con la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra, aquí ciertamente inspirada. Más allá de la partitura de Adès -una obra estrenada en 2005 y que apenas había conocido una grabación al hilo de su première, con Anthony Marwood como solista-, es de apreciar aquí el buen entendimiento entre Lintu y Hadelich en un Sibelius al que despojan de contemplaciones y sentimentalismos, hasta penetrar en lo más descarnado y urgente de la obra. De la producción discográfica de Hadelich es justo mencionar también el CD publicado en 2019, bajo la batuta de Miguel Harth-Bedoya, con los conciertos de Brahms y Ligeti.

El violinista francés David Grimal (Châtenay-Malabry, 1973) tampoco se ha dejado seducir por los focos, labrando su carrera con paso lento y buena letra. A sus espaldas, una discografía no demasiado extensa pero selecta, con proyectos bien meditados. Es el caso de su Brahms, grabado en 2014 junto al conjunto Les Dissonances, del que el propio Grimal es fundador. 

El CD -una toma en vivo, editada por la propia orquesta- se completa con una Cuarta de Brahms donde Grimal no se muestra tan resuelto, aunque indudablemente voluntarioso. Es de apreciar la libertad, casi la osadía, con la que Grimal y los suyos se lanzan a recrear un Brahms que escape por igual a las etiquetas del historicismo y de la interpretación convencional. Con los mismos mimbres, Grimal y Les Dissonances firmaron una estimable versión de Las cuatro estaciones de Vivaldi, en un díptico publicado en 2010 con las correspondientes partituras de Astor Piazzolla.

No son muchos los violinistas rusos que hayan hecho fortuna en la última década. Curioso fenómeno, cuando la década anterior estuvo marcada por artistas como Vadim Repin, hoy un tanto venido a menos. Quizá el único violinista ruso con algo nuevo que decir sea Ilya Gringolts (San Petersburgo, 1982), quien en 2017 publicó un sugerente álbum en Orchi Music, a las órdenes del joven Santtu-Matias Rouvali y con la Filarmónica de Copenhague. El CD recoge los conciertos para violín de John Adams y Erich Wolfgang Korngold. Dupla sorprendente y afortunada, tanto en lo referente a los intérpretes como en lo que hace a los compositores. Más allá del interés evidente que tiene la obra de Adams, Gringolts y Rouvali se destapan aquí con una de las mejores versiones que puedan hallarse del concierto de Korngold, lejos de la habitual y previsible opulencia que ha marcado otros registros.

Si bien acaba de publicar una grabación espléndida de los conciertos para violín de Shostakovich, junto a Vladimir Jurowski, la violinista rusa Alina Ibraguímova (San Petersburgo, 1985) ya había dejado muestra de su extraordinario talento años atrás, y ya entonces con el citado maestro ruso a la batuta. Y es que en 2012 ambos publicaron un precioso álbum con los dos conciertos para violín de Mendelssohn, junto a la Orchestra of the Age of Enlightenment. El CD, en el sello Hyperion, tiene el atractivo de incluir ese primer concierto para violín escrito por Mendelssohn en 1822 cuando apenas tenía trece años. Rara vez un álbum se antoja tan redondo y cerrado, tan perfecto. Al lirismo y espontaneidad de la orquesta se ajusta como un guante el estilo de Ibraguímova, quien parece tocar sobre puntas de ballet su Bellosio de 1775, tal es la limpieza y perfección de su sonido.

Ray Chen (Taipéi, 1989), violinista australiano de origen taiwanés, irrumpió con fuerza inusitada siendo poco más que un adolescente, cuando en 2008 se alzó con el primer premio en el Concurso Internacional de Violín Yehudi Menuhin. Al año siguiente ganaría el Queen Elisabeth que se celebra en Bélgica y lo cierto es que hoy en día parece haberse quedado lejos de ser la estrella que prometía entonces. Pero por el camino ha dejado algunos discos importantes. Sobre todo uno de 2012, publicado en DECCA, junto a un inspiradísimo Daniel Harding y con la Orquesta de la Radio de Suecia. Nada menos que Tchaikovsky y Mendelssohn, dos de los grandes, en un mismo álbum, en versiones apabullantes, de una madurez asombrosa y realmente estimulante. De aquel espléndido Ray Chen tan solo he encontrado un cierto eco en otro álbum publicado en 2018, junto a Roberto Treviño y la London Philharmonic, con una versión muy sólida del concierto de Bruch, incluido en el álbum The Golden Age, también editado DECCA.

Los Sei Solo de Johann Sebastian Bach (tres sonatas y tres partitas para violín solo) constituyen un monumento de indudable trascendencia para la historia de la música. El violinista austríaco Thomas Zehetmair (Salzburgo, 1961), alumno del célebre Nathan Milstein, presentó en 2016 una sobresaliente versión de estas partituras. En plena madurez, hace sonar su Eberle de 1750 con una trascendencia y una proximidad pocas veces escuchadas. Una versión preclara, genuina, cumbre, en el sello ECM.

El violinista barroco Gottfried von der Goltz (Wurzburgo, 1964), uno de los directores artísticos de la Freiburger Barockorchester, presentó en 2013 una celebrada grabación de los Conciertos para violín de Johann Sebastian Bach, junto a Petra Müllejans, vinculada también a la célebre formación de Friburgo. Editado por Harmonia Mundi, Bach suena aquí con belleza y refinamiento, virtuoso juego de texturas y colores, una lectura sumamente grata. Un álbum que justifica que una discográfica apueste por grabar la enésima versión de unas partituras como estas, sobradamente conocidas.

Bien conocida por haber sido la concertino de referencia de Philippe Herreweghe al frente del Collegium Vocale Gent, entre otros muchos méritos, la violinista austríaca Christine Busch (1966, Stuttgart) ha ido labrando una pequeña pero mimada discografía. En 2012, en el sello PHI, publicó una traslúcida y poética grabación de las seis sonatas y partitas para violín solo de Bach. Lo cierto es que Busch acierta aquí con un sonido cálido, de exquisita nitidez y precisión técnica, favorecida además por una toma de sonido brillante. Una lectura inesperada y humilde, que rezuma naturalidad y que sitúa a Busch entre las intérpretes de referencia para estas partituras.

Un interesante proyecto, en dos entregas, situó de nuevo en la palestra al violinista norteamericano Gil Shaham (Illinois, 1971). Entre 2014 y 2016 publicó dos dobles álbumes en el sello Canary Classics, repasando los numerosos conciertos para violín escritos y estrenados durante la década de 1930: Samuel Barber, Karl Amadeus Hartmann, Alban Berg, Igor Stravinsky, Benjamin Britten, Sergei Prokofiev y Bela Bartók. Aunque el resultado sea francamente desigual, entre otras cosas por el muy distinto acompañamiento orquestal del que dispone Shaham en algunos de estos conciertos -no es lo mismo contar con la Boston Symphony, la Staatskapelle Dresden o la NY Philharmonic que conjuntos como The Knights o los Sejong Soloists-, lo cierto es que el proyecto seduce por su planteamiento, incluso por su ambición, buscando recrear la sobresaliente voluntad creadora de una época fascinante. Grabados mayormente en vivo, entre 2008 y 2015, estos conciertos muestran también el consumado arte de un violinista como Gil Shaham, uno de los intérpretes más celebrados de su generación, con el añadido de desempolvar y rescatar algunas partituras menos frecuentadas como el interesante concierto de Hartmann.

Aclamado por la crítica británica, el álbum con Las cuatro estaciones de Vivaldi publicado por Rachel Podger (Inglaterra, 1968) en 2018 ha logrado hacerse un hueco en el abarrotado panorama discográfico de esta partitura. Un álbum que consigue decir algo nuevo sin pretenderlo, con un aire de encantadora naturalidad, sin afectaciones ni corsés. Por momentos se escucha aquí a Vivaldi como si su música fuera una suerte de improvisación, tal es la frescura de esta recreación. Un álbum lleno de imaginación, sumamente fiel al alma de esta música de Vivaldi.

Aunque no lo parezca, el violinista alemán Christian Tetzlaff (Hamburgo, 1966) atesora ya tres décadas completas de actividad en los escenarios y una bien nutrida discografía. Aunque sus mejores días parecen hoy haber quedado atrás, en 2010 fue el escogido por Pierre Boulez y los Wiener Philharmoniker para interpretar y grabar el concierto para violín de Szymanowski.

Un disco de obligado conocimiento, un referencia, siquiera por interés documental. 

Aunque en un estilo algo periclitado, merece la pena detenerse un instante en los Conciertos para violín de J. S. Bach que Kati Debretzeni (Cluj-Napoca, 1971) publicó en 2019 junto John Eliot Gardiner. Debretzeni, una de las cabezas visibles de la Orchestra of the Age of Enlightenment y los English Baroque Soloists durante dos décadas, delinea estas partituras con verdadero mimo. Concebidos prácticamente como miniaturas, estos conciertos se benefician del preciosista enfoque de Gardiner y su reducida orquesta, apenas una docena de músicos. La misma Debretzeni publicó por cierto, en 2014, una excelente y vibrante versión de Las cuatro estaciones de Vivaldi, poco ponderada en algunos círculos pero de obligada escucha.

Obra extensa, concebida para el célebre Fritz Kreisler, el Concierto para violín de Edward Elgar no ha gozado de la popularidad de otros, aunque sí fue en su día la última partitura de su autor en hallar el aplauso unánime de crítica y público. Encumbrada más tarde por un jovencísimo Yehudi Menuhin, la partitura todavía hoy tiene la fama de ser una de las más intrincadas a la que pueda enfrentarse un violinista, tanto por su extensión como por sus diversos requerimientos técnicos. Sorprende por ello Nikolaj Znaider (Copenhague, 1975) en esta grabación editada en 2010 haciendo gala e una utilísima expresividad y un inspirado fraseo, amén de una solidez técnica irreprochable. En suma, una versión de absoluta referencia. Sir Colin Davis es el compañero de viaje idóneo para este trayecto, ofreciendo un Elgar transparente, intenso y lleno de contrastes, merced a una Staatskapelle de Dresde en estado de gracia. 

De la extensa nómina de violinistas alemanes en activo -casi podría hablarse una escuela, aunque son todos ellos bien distintos- no podía quedar sin mención la figura de Frank Peter Zimmermann (Duisburgo, 1965), ejemplo de solidez interpretativa, con un amplísimo repertorio siempre en su agenda, inseparable de la nueva creación y la música contemporánea. Precisamente con su grabación del Concierto para violín no. 2 de Magnus Lindberg, compositor finlandés nacido en 1958, firmó Zimmermann un álbum interesantísimo en 2018, en el sello ONDINE y junto a la batuta de Hannu Lintu. Abundando en una serie de registros anteriores (Shostakovich con Gilbert, en 2016; Hindemith con Järvi en 2013), Zimmermann pone una vez más a prueba la adecuación de sus modos para con la música del siglo XX. Se trata de la primera grabación mundial de esta interesante partitura de Lindberg, concebida para el propio Zimmermann a la que se une en este álbum la pieza orquestal Tempus Fugit, dedicada a su vez a Hannu Lintu.

Hacía tiempo que una violonchelista no irrumpía en el panorama con solidez comparable a la que Alisa Weilerstein (Rochester, 1982) ha demostrado en la última década. Su álbum de 2012, en DECCA, junto a Daniel Barenboim, la situó de un plumazo entre lo más granado. Sus lecturas de los conciertos de Elgar y Carter suenan poderosas, osadas, convincentes en suma. Lo mismo cabe decir de dos compactos posteriores, uno de 2014 junto a Jiří Bělohlávek con el concierto de Dvořák; y otro de 2016 junto a Pablo Heras-Casado, con los conciertos para violonchelo de Shostakovich. La intérprete estadounidense se ha ganado en pocos años un lugar de excepción, siendo quizá la única de su generación en la que el talento está a la altura del despliegue mediático puesto en marcha por su discográfica.

El icónico violonchelista franco-estadounidense Yo-Yo Ma (París, 1955) no necesita presentación alguna. De su amplia y continuada discografía, cada vez más tendente al crossover dicho sea de paso, conviene rescatar no obstante un disco importante y reciente, publicado en 2019, con el concierto para violonchelo que Esa-Pekka Salonen escribió en 2017. La elocuencia de Yo-Yo Ma, un gran comunicador por encima de todo, lleva esta partitura mucho más allá de donde Salonen seguramente hubiera podido concebir de antemano. Yo-Yo Ma encuentra la luz en mitad de una partitura densa, que parece avanzar a tientas. El resultado es una ejecución vibrante y dramática, fruto de una feliz conjunción entre autor e intérprete.

Compuestas para el célebre Mstislav Rostropovich, las tres suites para violonchelo de Benjamin Britten son partituras complejas, de resonancias atemporales y con el eco inevitable de las suites de J. S. Bach. El violonchelista alemán Daniel Müller-Schott (Múnich, 1976) publicó en Orfeo una grabación de referencia, apenas comparable con la versión del citado Rostropovich y la ulterior de Truls Mørk. 

La discografía del violagambista Paolo Pandolfo (Padova, 1964) para el sello Glossa atesora ya una sucesión de pequeñas joyas, casi a modo de bocados para degustaciones gourmet: su álbum en torno Marais de 2016, el CD consagrado a Couperin de 2013 o el Forqueray de 2011… sin olvidar Kind of Satie, de 2017. Y de entre todas ellas destacaría el monográfico con las fantasías para viola da gamba de Georg Philipp Telemann, publicado en 2017. Estamos ante un disco importante, que pone en valor una música inspiradísima y casi desconocida. Y al mismo tiempo un álbum que reafirma la curiosidad que ha marcado siempre los trabajos de Pandolfo, un verdadero explorador del repertorio más orillado por la historia en referencia a la viola da gamba. 

El jovencísimo violonchelista parisino Edgar Moreau (París, 1994) está llamado a ser la referencia de su instrumento en el futuro más inmediato. En 2015 publicó su segundo álbum, esta vez junto a Il Pomo d´Oro, comandado por Riccardo Minasi. Junto a los conocidos conciertos de Haydn, Vivaldi y Boccherini, en un repaso por el siglo XVIII, Moreau desempolva aquí también el concierto de Platti y ofrece la primera grabación mundial del concierto de Carlo Graziani. El violonchelista francés tenía tan solo veinte años de edad cuando grabó este disco y se destapaba ya entonces como un intérprete de sobresaliente madurez -fraseo y expresividad propios de un grande-, con una proyección palmaria. Un álbum que rebosa energía, virtuosismo y vitalidad.

Tabea Zimmermann (Lahr, 1966) es a buen seguro la referencia absoluta hoy en día en su instrumento. No en vano esta temporada es artista en residencia de los Berliner Philharmoniker. Pieza imprescindible en la discografía de todo gran violista que se precie, durante la pasada década Zimmermann ya había grabado Harold en Italia de Hector Berlioz en 2003, en vivo junto a Sir Colin Davis y la London Symphony, en una versión que, dentro de la excelencia, respondía a los cánones y a las expectativas más convencionales (la misma Zimmermann ya había grabado la obra en 1975, también con LSO). La violista alemana ofreció en 2019 la que a buen seguro es su mejor lectura de esta partitura. En el 150 aniversario del compositor francés, Harmonia Mundi publicó un CD en el que Zimmermann brilla con luz propia junto François Xavier-Roth y su conjunto Les Siècles, un proyecto orquestal extraordinario que no deja de sorprender con cada nueva grabación. El álbum, por cierto, se completa con una deliciosa versión de Les Nuits d´été en la voz del barítono Stéphane Degout.