Barenboim Debussy CD portada

Simbolismo a media luz 

Debussy: Estampes. Clair de lune de la Suite Bergamasque. La plus que lente. Élégie. Preludios (1er libro). Daniel Barenboim, piano. Deutsche Grammophon. CD

Si los centenarios sirven hasta para rescatar los compositores maltratados por el olvido, cuando se trata de un nombre como el de Claude Debussy las iniciativas artísticas y/o comerciales proliferan. En el centenario de su muerte son varias las novedades en Deutsche Grammophon con grabaciones de obra orquestal, camerística y para piano del compositor francés. Y esta es una de ellas: Daniel Barenboim en la intimidad del teclado para abordar algunas piezas representativas de su producción para piano solo. Entre las propuestas del sello, esta recae en manos de un artista de amplia trayectoria, que ha recorrido gran parte de su vida los recovecos del lenguaje orquestal y pianístico de Debussy, hasta perfilar sobre él una imagen personal y elocuente. 

Podríamos dividir el disco en dos partes, donde la segunda corresponde al primer libro de los Preludios en su integridad. La primera se inicia con las Estampes estrenadas en 1904 en París por Ricard Viñes, donde se identifica el reconocible orientalismo de “Pagodes”, cierta rigidez mecánica para la ensoñación de una Granada fantaseada en “La Soirée dans Grenade” y extraordinaria fluidez y agilidad en “Jardins sous la pluie”  aunque le empuje hasta los límites de la inteligibilidad. Después, Barenboim aísla el famoso “Claire de lune” de la suite. “Máscaras y bergamascos... parecen no creer en su felicidad y sus canciones se unen al claro de la luna” escribía Paul Verlaine con la voz de Manuel Machado. El pianista responde con una inspiración crepuscular y un dechado de transparencia y claridad. Técnicamente impecable desenvuelve Barenboim la morbidez dulce del vals La plus que lente, a veces con un rubato algo extremado hasta ese último acento que deshace toda la sonoridad sobrenatural desenvuelta antes, para devolverla a lo cotidiano, pero con una sabiduría estética admirable. De 1915 es Élégie, una elegía del compositor a sí mismo en un momento personal difícil y síntesis de distintos rasgos de su escritura, expresada con lirismo y escrupulosidad tímbrica por Barenboim.

Los doce preludios que siguen, son en mi opinión el valor principal del disco. Desde las “Danseuses de Delphes” Barenboim reserva una imaginación inagotable para el primer libro de los Préludes con una excepcional versión, de gran profundidad, de “La Cathédrale engloutie” y un “Voiles” antológico, con una cuidada administración del pedal. No es sin embargo una novedad en sentido estricto, puesto que en el caso de los preludios se trata de una grabación que aunque inédita, fue realizada hace veinte años en el pabellón número 6 (conocido como “Pavelló dels distingits”) del Instituto Pere Mata de Reus, como queda reflejado en el documental Entre Quatre-z-Yeux. La obra del arquitecto Lluís Domènech i Montaner proporciona ese perfume tan fin de siècle que se respira en la obra y el imaginario de Debussy, quien también tiene en la naturaleza su maestra. Concretamente, la sala de estar del pabellón mencionado proporciona una acústica fabulosa: para que se hagan una idea, es una especie de Palau de la Música en pequeño pero sin toses, móviles ni fotógrafos compulsivos. Muy cercano al concepto arquitectónico del salón burgués finisecular, en su construcción colaboró el pintor Josep Triadó, el ceramista Lluís Bru o el ebanista Josep Prat, entre otros. Una toma de sonido magnífica a cargo de Toine Mertens hacen el resto, logrando esa limpieza y sencillez e intimidad cálida que no se aprecia en el registro de las otras piezas –aún siendo de excelente definición– realizado en el estudio Teldex de Berlín el pasado mes de octubre. Ese sonido íntimo nos permite apreciar en detalle el concepto del pianista argentino. Éste se materializa en una lectura sosegada, proporcionada y madurada de esta cumbre de la literatura pianística, a través de la cual el pianista sabe navegar desde sus entrañas estéticas con consistencia estilística, subrayando toda la dimensión profética que contienen para la última centuria.   

En las notas al disco, tras una escueta contextualización de Debussy el musicólogo alemán Wolfgang Rather destaca los vínculos de Barenboim con la música y el pianismo francés, ya sea a través del magisterio de Nadia Boulanger o de su admiración por Yvonne Léfebure, discípulo de Alfred Cortot, tanto como de su contacto con el catálogo debussysta durante sus años como titular en la Orchestre de Paris (1975-1989) lo cual enriquece, según Rather, la diversidad tímbrica en el piano. Por último, en un formato de acabado muy sencillo, el diseño gráfico minimalista de Simon Singer resulta de gusto más que dudoso, y en cualquier caso tan indeterminado que podría haber servido tanto para este disco como para cualquier otro. 

En definitiva, el disco constituye una puerta a ese jardín inagotable que es la imaginación sonora del compositor francés en la dimensión radical e introspectiva del piano. Y se trata de la puerta al corazón de la modernidad, como ocurre en el desplazamiento del objeto al sujeto en la pintura, pero más aún en la ruptura de la relación entre lenguaje y mundo en el simbolismo, donde el símbolo pone de manifiesto la compleja vida psíquica del individuo. “La verdad de la palabra es la ausencia del mundo” diagnostica George Steiner cuando lee el autismo de Stéphane Mallarmé o la autodestrucción de Arthur Rimbaud. Lejos del mundanal ruido, Debussy hizo crepitar los silencios entre los versos de Mallarmé y Baudelaire. Y Barenboim –que entiende Debussy como el gran simbolista– los hace respirar a media luz, una luz tenue y alejada de los grandes espacios sonoros –también de las perturbaciones del espacio público– capaz de hacer resplandecer la singularidad de un universo musical único e irrepetible, que paradójicamente, es imprescindible para explicar todo lo que ha sucedido en la música durante los últimos cien años.