Alicia Díaz de la Fuente: "Mientras haya un ser humano, la música siempre tendrá algo nuevo que decir"
La compositora madrileña Alicia Díaz de la Fuente estrena este fin de semana su nueva obra, Y la mañana se llenó de luz, con la Orquesta Nacional de España, con la Orquesta Nacional de España. Recientemente hizo lo propio en el Museo Arqueológico Nacional con Venus en bronce, mientras prosigue con su labor como Catedrática de Composición en el Conservatorio Superior de Música de Madrid y como profesora en la Universidad Alfonso X el Sabio. De su nueva música, de su carrera, de su visión como docente y de mucha poesía, hablamos con ella.
Quisiera comenzar preguntándole por lo más inmediato: En estos próximos días la Orquesta Nacional de España estrenará su nueva obra, Y la mañana se llenó de luz. ¿Qué vamos a poder escuchar en ella? ¿Qué hay detrás de un título tan poético?
El título, es cierto, tiene un aspecto poético porque, en realidad, lo que está detrás de él también lo tiene. Es una obra que, de alguna forma, evoca un recuerdo de infancia: la casa donde viví en los primeros años de mi vida. Una casa pequeña, pero excepcionalmente luminosa. Lo cierto es que guardo en mi recuerda aquella imagen de ver la casa llena de luz cada mañana. Es algo que, en cierto sentido, me ha mediatizado en mi carrera como compositora, porque esa fascinación que creaba en mí aquella luz, tengo la sensación de que inevitablemente me ha conducido a un interés especial por el color, por el sonido en su mayor sutileza. Esas luces y sombras que tienen no sólo la vida y el mundo de las artes plásticas, sino también el propio sonido. Ya digo, el título es casi un homenaje a aquella casa.
¿La obra en sí presenta alguna estructura o forma que pueda poner en palabras?
Sí, es una obra que, aunque está escrita en un sólo trazo, podría de alguna forma señalarse en ella tres grandes momentos. La pieza parte del sonido de dos cuencos tibetanos. Desde el punto de vista musical, inicio la obra rodeándome de la atmósfera de ese sonido. Lo analizo espectralmente y, a partir de ese análisis, voy derivando el propio sonido de la orquesta. Cuando vayan al auditorio, los espectadores en primer lugar verán que la obra comienza con los dos percusionistas generando un sonido alrededor de cada uno de los cuencos, formando un sol sostenido. Comienza a generarse una gran resonancia de la cual nace el sonido de la orquesta. Los armónicos de los violines, pequeños gestos en el arpa, en la flauta... A partir de ahí, surge toda la narración. De hecho, hay un momento en el que se sucede, digamos, una máxima complejidad y progresivamente el final de la obra no es más que un retorno a la pureza del comienzo. Casi, casi como si simbólicamente la resonancia de los cuencos recogiera esa narración y volviese a ellos.
Los cuencos tibetanos tienen una implicación cultural y tradicional... ¿La obra la imaginó hace ya tiempo o tiene que ver con el momento que estamos viviendo ahora?
Es una pregunta estupenda. De entrada, es verdad, parto desde ese sonido desde un punto de vista estrictamente musical. Es verdad que los cuencos suponen un elemento muy generalizado para meditaciones y divulgado en Nepal, China, Tíbet... pero, es cierto, yo lo empleo como un espacio sonoro que me brinda muchas oportunidades. Crea un espectro muy rico, por la tímbrica, tiene ciertos armónicos muy remarcados y otros que generan pequeñas desviaciones muy interesantes... Lo que también es verdad es que esta obra la comencé a trabajar antes de iniciarse la pandemia. De hecho, era un proyecto para orquesta a tres...
Que, entiendo, ¿la actual situación sanitaria ha obligado a modificar o adaptar?
Sí, me llamo Félix Palomero y me dijo que así era imposible hacerla. Mantuvimos una conversación y, a partir de ahí, yo reajusto la orquesta. De hecho, la formación que vamos a escuchar es una orquesta bastante discreta. Maderas a dos y con metal bastante reducido, al igual que la cuerda. Ayer mismo me comunicaron que había que reducirla aún más, con seis violines primeros, seis segundos, cuatro violas, cuatro chelos y dos contrabajos. Realmente es una orquesta de cuerdas muy pequeña, aunque es verdad que la obra admite esa reducción sin sufrir demasiado. La obra tiene muy puesto el acento en el piano, la celesta y la percusión. Desde luego, hubiese preferido, sin duda alguna, contar con una cuerda nutrida, porque es una obra que necesitaría, incluso, la proximidad física de los instrumentos para lograr el empaste tímbrico e instrumental que busco, que se vería más beneficiado. En cualquier caso, la vida es como es.
Y volviendo un poco a la pregunta anterior, pensé que, lo mismo en un nivel inconsciente esta situación dura que estamos atravesando me haya conducido a una metáfora en mi imaginación, una especie de luz buscada y soñada. Igual tiene que ver, aunque si ha sido así, ha sido bastante inconsciente.
¿También es cómo la recibe el público luego, supongo? Debe ser un momento muy interesante para el creador o creadora, de cómo lo concibe a cómo lo recibe el espectador.
Claro. Para mí es el momento más importante. Hay dos momentos llenos de magia. Uno, indudablemente, es cuando por primera vez la música empieza a sonar en el primer ensayo. Por mucho que uno haya escuchado la obra interiormente, qué duda cabe que ese momento en el que suena en el exterior es fantástico. Otro momento maravilloso es cuando se produce el estreno ante el público, porque realmente el acto creativo culmina ahí. No tendría mucho sentido dedicarse a la creación para que esa obra no pudiera llegar a un público. Nunca he esperado nada en particular del público, más que en algún caso se produzca un encuentro de sensibilidades. Que alguien pueda sentir algo escuchando mi música, a través de ella, es el mayor regalo. Sin ninguna duda. Ojalá que en esta ocasión también ocurra.
Un momento tan especial como este, además... de demostrarnos cosas a nosotros mismos a nivel personal, cultural y social.
Tenemos que hacernos ver que la cultura sobrevive. Sin cultura no seríamos nada. En los momentos más complicados, cuando parece que perdemos todo, es cuando la poesía, la música, el arte en general siempre sale a nuestro encuentro y nos rescata. Es ella la que lo hace. ¿Qué sería de nosotros sin esos momentos? Algunos amigos me están escribiendo: "qué bien que podamos volver a escuchar música, qué bien que podamos volver al Auditorio". Es verdad que, inevitablemente, se está escuchando menos música y por eso hay que agradecer la labor que está llevando a cabo la Orquesta Nacional de España. La capacidad que está teniendo para sacar adelante esta temporada es digna de todo elogio, al mayor de los niveles.
Dentro de su catálogo compositivo se observan muchas obras con títulos literarios, sensoriales, poéticos... ¿es algo que responde a una etapa de su carrera, o algo que define su manera de entender la música?
Creo que es algo que, de una forma u otra, me acompaña desde siempre. Para mí la poesía es un estímulo creativo primordial. La poesía me alimenta tanto como la música. Muchas veces unos versos, un poema sugerente despierta algo en mi interior que, de alguna forma, impulsa la propia composición. Muchas veces he empleado, incluso, ciertas palabras o algún verso directamente. Hay un poeta al que yo admiro muchísimo, Rafael Santos Varga, cuya obra aparece por ejemplo en Té de luces. También Silueta sobre un mundo de silencio, o Mundo del agua... Hay algunas obras que sí, directamente, reflejan todo esto. Hay otras que incluso vienen de poemas propios. Yo estoy muy lejos de ser poeta, pero inevitablemente el amor por la poesía me ha hecho un poco atrevida y, a veces he escrito pequeños poemas que han acompañado a la música: Ecos del pensamiento, Redes al tiempo, Como brisa de otoño... La poesía es un mundo maravilloso y necesario, seguramente cada día más.
Si he conocido a alguien que también era un enamorado de la poesía, era Antón García Abril. Entiendo que usted fue alumna suya...
Antón García Abril ha sido el poeta del sonido durante toda su vida. Cuando pienso en lo que fue como docente, en lo que significó poder recibir sus consejos, me doy cuenta de algo que uno, seguramente, valora con el tiempo. Quizá con la pequeña distancia y sobre todo con la juventud, hay determinadas cosas que no se ven con tanta claridad, pero yo le recuerdo como el maestro que nos enseñaba, por un lado, a situarnos en lugar del intérprete. Algo que me parece maravilloso. Y por otra parte, siempre buscaba en nosotros una escritura exenta de elementos superfluos. Cuando él revisaba nuestras obras, dentro del respeto que mostraba hacia cualquier estética, lo cual es algo extraordinario, que un creador al margen de cómo viva por sí mismo la creación, tenga respeto hacia otras miradas... él siempre nos insistía en una escritura que fuera clara.
De hecho, quería preguntarle por esa sutilidad que se percibe en sus obras. ¿Cómo las trabaja?
Seguramente aquellas enseñanzas de Antón ahora las transmita yo, con mi pequeña medida, porque es algo que va transmitiéndose de generación en generación. Es cierto que la música, el sonido, tiene muchas dimensiones. Seguramente cada creador ponemos el foco en un aspecto, pero todo es uno. Dentro de esa infinitud que tiene el sonido, ese buceo que es inacabable, la cualidad de su transformación como timbre, intentar que una orquesta se pueda comportar casi como un color de conjunto y que por debajo de él surjan matices, pequeños burbujeos que transforman el todo, me parece una tarea enormemente atractiva y muy próxima a esa búsqueda poética que yo percibo. Seguramente pasamos la vida soñando y buscando algo... y a mí la poesía y el color sonoro me andan persiguiendo desde hace muchos años.
Recientemente ha tenido la oportunidad de participar en una propuesta colectiva, donde diferentes compositoras ponían música a obras del Museo arqueológico. ¿Cómo ha resultado?
La experiencia ha sido inigualable. El proyecto nace con la intención de estrechar lazos entre artes y épocas muy distintas. El punto de partida de una obra de hace tanto tiempo, que de alguna forma sigue siendo evocadora, como la Venus en bronce de la que yo parto, del Siglo I, que nos sigue hablando, sólo que de forma distintas. ¡O quizá nosotros, pasados los años, los siglos, escuchamos lo que nos cuentan de manera diferente! De entrada ha sido un reto maravilloso. Después, en esa unión de las artes, algo extremadamente valioso para mí ha sido que, dentro del proyecto, teníamos la posibilidad de trabajar con una poeta, Nuria Ruiz de Viñaspre, quien creó una serie de poemas basados en estas obras. En concreto, cuando yo comenzaba a arrancar con el proyecto, recibí un poema de ella, con el título de Tierra, que servía de impulso creativo. Tanto es así, que decidí tomar algunos versos o palabras del poema, para incluirlo de forma implícita en la obra, de manera que las tres percusionistas recitan versos que van mezclándose con la propia música.
Me he sentido muy feliz de poder participar en este proyecto, idea de la directora del Festival Ellas Crean, Concha Hernández y de la compositora Teresa Catalán. A ambas sólo les debo mi agradecimiento por haber contado conmigo. La conjunción de arte, como la puesta en escena que se realizó, incluyendo holografías con las obras del Museo, fue un trabajo fantástico.
Como docente, ¿cómo ve la composición española en este momento? ¿Puede intuir algún futuro para ella?
En efecto, la docencia para mí es fundamental. Llevo casi 30 años dedicada a ella. ¡He recibido tanto de mis alumnos! De quienes han ido pasando por mis clases, confiando en haberles podido guiar y enseñar... Desde luego, ellos a mí me han dado muchísimo. Me parece un lujo poder dedicarme a la docencia en el campo de la música. En los estudiantes veo la misma ilusión que los de hace mucho tiempo. Eso sí, ahora con muchas más dificultades. No obstante, creo que hace tiempo que España vive un momento absolutamente fecundo en la creación musical. Hay magníficos compositores muy jóvenes que siguen caminando hacia delante, a pesar de todo. ¡Notará usted que soy optimista! (Risas). Pero creo que cualquier reto, con una buena dosis de energía, puede superarse. Confío enormemente en la juventud. Estoy convencida de ello. Mientras haya un ser humano, creo que a la música siempre tendrá algo nuevo que decir.
Foto: Zafiro Visual.