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Fernando Velázquez: "Lo arriesgado no es hacer cosas distintas, sino ser honesto"

Parecía complicado encontrar un hueco en la agenda de Fernando Velázquez para tener esta conversación. Siempre con prisa, tras esta entrevista entendimos que lo que buscaba era tranquilidad para concedernos una charla llena de reflexiones que se podrían extender más allá de estas páginas. Es así como manifiesta su entusiasmo por el lanzamiento de la grabación Viento, un proyecto en el que dejó claro que una parte de sí mismo también quedó registrada. Es una idea que, además, nació en aquellos auditorios yermos del confinamiento pandémico, huérfanos de música en vivo. El compositor vasco brindó a la Euskadiko Orkestra la oportunidad de registrar instantes de belleza y optimismo que quedarán en recuerdo de un momento histórico y desolador. 

Acostumbrados a ver su nombre vinculado a una película u obra teatral, el resultado de esta grabación despierta, como mínimo, curiosidad. El propio Velázquez nos habla sobre el desafío que supuso escribir música sin una idea dirigida, sin prisas y con tanto que decir. Un Concierto para violonchelo, la Cantata de estío y el Viento del oeste siguen proponiendo imágenes muy sugerentes para el oyente, que ha de disponerse a producir sus propias escenas durante la escucha. El nombre que recoge la grabación completa, Viento, nos invita a una audición reflexiva, tranquila y soñadora que se deje llevar y mecer por las impresiones sonoras. 

¿Por qué el título de Viento?

Porque quería un nombre que unificara las tres piezas y todas tienen una vocación de amplitud y de espacio abierto, de resonancia en un paisaje enorme, despejado y con sensación de libertad. Las tres obras son optimistas y positivas como el viento que puede dar vida.

¿Hay una situación idónea para la escucha de esta grabación?

Como casi toda la música, requiere atención. No me gustaría que se convirtiese en música “decorativa”, tiene un mensaje que para disfrutarlo hay que escucharlo con atención, poniendo el oído y el corazón para que resuene. Me gustaría que se escuchara con curiosidad y sin prisa, porque, aunque se llama Viento, también se podría haber llamado Tiempo, ya que es la materia prima que toda música necesita para dejar que te manipule y te meta en situación. No sé si es paseando, mirando por la ventana o con los ojos cerrados, pero sí se ha de escuchar con todos nuestros sentidos y nuestra inteligencia bien despiertos. 

Pasa a menudo que las composiciones contemporáneas van acompañadas de un concepto o de una idea escrita entre la música, ¿es éste el caso?

En este caso son obras que abrazan muchísimos conceptos, pero para mí sería un fracaso tener que explicarlos. La música debería explicarse por sí misma, si no, sería música con manual de instrucciones o con un artificio intelectual que en este caso no busco. No pretendo que se acerquen con una idea previa, aunque esta música encierre un montón de ideas y de justificaciones compositivas, estéticas, emocionales, programáticas y de todo tipo. No creo que sean importantes. Quizá puedan resultar interesantes para una segunda escucha, un disfrute posterior o para una explicación académica, pero yo creo firmemente en el placer de la música en sí misma. 

Y todo esto requiere poner una energía especial en la composición, la grabación y la producción, porque de alguna manera pretendemos llamar la atención constantemente, mostrando que ahí hay algo interesante que tiene que llegar. El objetivo es que se escuche sin más explicaciones. El caso de la Cantata de estío es particular porque al ser cantada puede resultar interesante saber qué es lo que cantan… por eso intentaremos que la letra esté disponible en plataformas, se trata de un texto bíblico del Eclesiastés donde se habla de que hay un tiempo para cada cosa. También hay un poema en latín que le pedí a mi padre que escribiera inspirándose en Las doce en el reloj de Jorge Guillén, que habla de la plenitud de un instante. En todo ello, en el texto bíblico y en el poema, se manifiesta la idea de que “el tiempo se ha cumplido”, que es algo que se puede relacionar con el verano: el momento del sol, del calor, de la cosecha, de la culminación en un instante… de todos modos, la música está concebida para que el oyente reciba estos mensajes y esta energía sin necesidad de entender la letra. Las tres obras están llenas de retórica aunque no contengan texto. 

¿Cómo nacieron estas tres obras?

Viento del Oeste fue un encargo de la Orquesta Sinfónica de Bilbao a través de la AEOS hace ya doce o trece años… me da un poco de reparo contar por qué se llama así porque no creo que sea importante cuál es mi inspiración. Para mí lo importante es que transmita un mensaje, que es lo misterioso y es lo bonito. Al final hacer música es un misterio: lo que haces y también cómo se entiende, por eso que hablar de ese misterio creo que le puede restar magia al proceso.

¿Pero el título ha sido idea suya o parte del encargo?

Ha sido idea mía, en eso me he inspirado. El viento del Oeste es para mí una contemplación y un paseo en una tarde cuando sopla el “gallego”, como lo llamamos en mi pueblo, el que trae movimiento y momentos despejados. Pensé en esos momentos en los que la cabeza y el corazón se tranquilizan viendo el cielo. De hecho, la obra empieza sin mucha definición, sin saber a dónde va, con una interrogación que a medida que avanza encuentra su respuesta. Para esto recurrí a la aleatoriedad controlada en la que los músicos forman parte de la creación de la obra. 

¿Por qué un concierto para chelo?

Fue un encargo de la Orquesta Sinfónica de Navarra para que lo tocara Asier Polo en mayo de 2019, aunque era algo que yo siempre he tenido en mente porque al yo ser violonchelista, me apetecía mucho (también me ha dado pánico). Me supuso un esfuerzo muy grande porque tuve que mostrar lo que hay sin llenar todo de notas, recordando aquello que decía Martinu: “componer es borrar”. Para mí lo más difícil fue eso, quitar y perder ideas por el camino que me parecían buenas, pero luego la propia música te lleva a lugares donde no pensabas ir y ahí hay es cuando hay que aprender a “soltar” y que “fluya”. Yo tenía muchas expectativas sobre cómo hacer que se sintiera el solista, sin complejos a la hora de cantar. Digo sin complejos porque, aunque es un instrumento que “canta”, cuando llega una melodía parece que muchas veces el intérprete se achica. Yo he querido hacer melodías y las he hecho, y creo que ha quedado muy cantable y transparente. Tengo mucha curiosidad por saber cómo lo va a recibir el público. 

¿Mientras lo escribía pensaba en Asier Polo?

Claro que sí. Pensaba en Asier y en su maravillosa manera de cantar sin perder de vista lo que yo quería escribir. Quise grabarlo con él pero fue imposible cuadrar las agendas, entonces surgió la oportunidad con Johannes Moser, con el que ya había trabajado antes y el resultado fue tan asombroso que el material que nos ha dejado da para hacer otras tres versiones completamente distintas a la que quedó grabada. Moser, cada vez que repite lo hace de una manera distinta y eso es algo maravilloso y muy especial, por eso a mí me ha costado decidirme por una versión.

¿Y cómo nació la idea de una Cantata de estío?

Fue un encargo de la ORCAM: de su gerencia y de Víctor Pablo Perez. Sabíamos que iba a ser para un programa con la Novena de Beethoven, y eso condicionó el resultado. Es una obra que, por supuesto, se puede interpretar sola, con coro y piano (es una obra muy coral), pero está hecha para que rime con la Novena.

¿Y en qué rima?

Está en el mismo tono, con la misma orquestación salvo platillos y piccolo, y su duración hace de la Cantata un buen “aperitivo”. Al mismo tiempo quería que fuera música con entidad propia y que no perturbara la escucha de la Novena. Es muy difícil programar algo junto a esa obra, porque cualquier cosa “molesta” al lado de esa sinfonía, tanto antes como después. Esta Cantata nunca tuvo pretensión de “competir” con la obra de Beethoven o con cualquier otra, sería ridículo. Si el orden del concierto hubiera sido al revés y la Cantata fuera detrás de la Novena, habría escrito otra cosa, puede que un aplauso y basta (risas). Si hay algo que yo respeto mucho es el oído de la gente y que no se aburra, a veces después de según qué obra ya no apetece algo más. 

Esto de que un compositor dirija sus propias obras es en realidad un regalo para los músicos, porque se supone que queda registrada la “versión ideal” para la posteridad.

Hasta cierto punto, porque puedo exigir cosas que a mí me gustan, pero yo mismo dudo ya que, a veces, cuando una idea está bien, tiene muchas posibilidades. Como comentaba antes, Moser toca el concierto de varias maneras y todas son buenas, cuando lo tocó Asier Polo dirigido por Pablo González también fue fantástico. Al final, a mí me gusta dejar una versión más o menos fijada que me complace, pero también me encanta que me sorprendan con nuevas lecturas. Es verdad que hay algunos tempi que me parecen obligatorios, como el final de la Cantata o el segundo movimiento del Concierto, esos no deberían variar mucho en tempo, porque en ambos casos es muy simbólico.

Es verdad que la indicación Tight and apocalyptic del segundo movimiento resulta muy llamativa, muy personal…

Este movimiento está en re porque es la tonalidad en la que se afinan las guitarras de Heavy metal para que suenen así de agresivas y espeluznantes. Entonces el carácter de este movimiento no puede ser otro que apocalíptico y mantenido, no hay muchas más opciones. Por lo demás hay incluso una nota que Moser me propuso cambiar y hacerla pizzicato en vez de arco, y me pareció bien porque yo quiero que mi música sea también de quien la toca. 

De toda la producción ¿cuáles fueron los mejores momentos?

Para mí fue especialmente emocionante el estreno del concierto con Asier Polo porque estaban mis padres presentes y fue muy bonito y mágico, casi como ver nacer a un niño. También guardo un recuerdo especial del momento en el que ya habíamos grabado cada movimiento del concierto con Moser y la EO y, como nos quedaban tiempo y ganas, hicimos todo el concierto de principio a fin como si hubiera público, sólo porque nos apetecía. Ahí tomé conciencia de las dimensiones del concierto, porque cuando lo vas escribiendo compás a compás, sufriendo con la estructura y tomando decisiones que me costaron mucho, cuesta ver el resultado en su totalidad. Es curioso porque con la música de cine esto no me pasa al no haber tiempo para dudar. También tengo que decir que trabajar con el coro Kup Taldea, con lo bien que canta, con Moser y con la EO, es una fiesta constante.

Entiendo que los peores momentos los pasó durante la creación.

Lo que pasa es que soy muy ansioso y estoy acostumbrado a la rapidez. En estas obras la orquesta impone su madurez, lo que exige ir con más calma. La composición ha resultado un proceso de creación duro porque a veces preferiría estar desnudo delante del público a que escuchara la música: me siento muy expuesto, me muestro tal cual sin parapeto. Podría decir que en cada nota que he escrito se me ha ido una lágrima.

Hay quien puede ver en estas formas y en este lenguaje una “resistencia” ante la música de vanguardia o lo que se da en llamar “música contemporánea”.

A mí me gusta la música buena y que transmite, y eso puede venir de un montón de sitios. Me fascina la música que tiene capacidad de comunicar con lenguajes novedosos y distintos. El resto de las etiquetas me dan igual. Me gusta que me desafíen al mismo tiempo que me seducen, no sólo ha de tratarse de un reto intelectual. Lo que no veo que sea justo es que eso de sorprender y hablar lenguajes que nadie entiende sea lo único que se ofrece, hay sitio para todos y tiene que haber de todo. Lo arriesgado no es hacer cosas distintas, sino ser honesto, porque si lo eres te expones y eso da mucho miedo, ya que puede ser que no guste lo que tienes que contar, da igual qué lenguaje o formas uses. El problema es que sólo haya atención y recursos para una única forma de expresión. Sería importante encontrar un equilibrio entre apoyar sólo lo que aplaude el público y lo que el artista tiene que contar. 

¿Qué ve como urgente a cambiar en el panorama musical español?

Es urgente e importante seducir el corazón del público. Haciendo las cosas con pasión, es la única manera. Es vital mantener y ampliar el entusiasmo con las orquestas porque “las palabras enseñan, pero los ejemplos arrastran”, y cuando una orquesta disfruta, irremediablemente disfruta el público. 

¿A qué cree que se debe esa brecha que hay, aunque no se diga en voz alta, entre la música de cine y la demás música sinfónica?

Porque la música de cine a partir de un momento estuvo en manos de gente que quizá no la supo conducir. Hay música de cine muy mala de aquella época en la que parecía que se podía hacer dejando de lado a las orquestas, con pocos músicos y abaratando las producciones. Si echas mano de la música de Espartaco, Ben-Hur, El Cid o Lo que el viento se llevó, te das cuenta de que son auténticas maravillas, unos monumentos de un talento arrollador y de gente inspiradísima. No es casualidad que Korngold se fuera a Hollywood a trabajar, pero al llegar el pop al cine, la música también tomó otros derroteros en una especie de “todo vale” como ocurrió con el resto de música de nueva creación del siglo XX.

Además de director ha sido solista de chelo, también tutti… conoce bien a la orquesta desde dentro, ¿qué puede aportar un compositor a la dirección de orquesta?

Me suele pasar que cuando dirijo música de otros los imagino decidiendo y entiendo y apoyo sus decisiones, me puedo poner en su lugar y defenderlos. Porque, aunque ahora tengamos obras que nos parezcan eternas, en algún momento fueron escritas y “decididas”. Bernstein explica en un documental los posibles finales que pudo haber tenido el tercer movimiento de la Quinta de Beethoven tomando algunos bocetos que dejó escritos el compositor. Lo que ahora nos parece que no puede sonar de otra manera, en algún momento se tuvo que decidir, ha de sonar así por alguna razón y es lo que conviene trasladar a los músicos que lo interpretan. Esa es mi sensación cuando estoy dirigiendo, entiendo lo que los compositores han pensado y ejecuto su decisión. Hay obras que quizá me cuesta entender y por eso prefiero no dirigirlas. 

A quien no entienda el valor de tener una orquesta en su comunidad, ¿qué le diría?

Que las orquestas son un poco como las abejas. No les damos demasiada importancia cuando trabajan cerca, pero son un síntoma muy importante de que las cosas van bien, si viven cerca lo polinizan todo, igual que el trabajo de una orquesta, que es un síntoma de la buena salud cultural de una comunidad. Y en esto el ser gerente conlleva una responsabilidad enorme, porque la orquesta es la propulsora de que la gente se apasione por la música y desee acudir a los conciertos. 

Un mensaje para la posteridad: ¿cómo le gustaría que le recuerden?

A mí lo que me gusta es saber que lo que voy haciendo significa algo para la gente. Ya sólo el hecho de que se recuerde mi obra sería para mí un gran triunfo, aunque no es el propósito con el que trabajo. Me gustaría que haya gente que escuche mis composiciones y que se conmueva, que las lleve consigo. “Quiero hacer cosas bonitas” es algo que me cuesta decir, y lo digo con la boca pequeña, porque parece que hoy en día es una intención muy criticable: obras que te hagan sentir mejor, que te consuelen, que te ayuden, que te iluminen, que te acompañen… no quiero hacer una música que te haga sentir extraño, aunque ojo, los casos del concierto de chelo o Viento del oeste son obras que empiezan “mal” a propósito y que evolucionan a un lugar más luminoso. Quiero crear lo que no tengo, lo que ansío, lo que deseo. No quiero presentar la realidad tal como es, sino tal como me gustaría que fuera. Me gustaría que la gente perciba eso y que diga que esta música le ha reconfortado, le ha ensanchado el alma… sé que son palabras un poco mesiánicas, pero al final es el poder que tiene la música, el que he aprendido y con lo que me gusta jugar. El reconocer que quiero hacer estas cosas es algo que me cuesta un poco admitir, aunque es definitivamente lo que quiero transmitir. 

Se le suele presentar como “compositor multipremiado”. ¿Qué han cambiado esos reconocimientos? ¿ha habido un antes y un después?

En el caso del Goya me gustó mucho ganarlo porque ya nadie me pregunta por ello. Es verdad que con eso se siente cierta presión, pero lo que he sentido es que una vez pasado ese umbral no tiene importancia alguna, no tiene consecuencias: no se trabaja más o menos por haber ganado un Goya. De hecho, he oído hace poco que con ciertos premios de prestigio hay una especie de “maldición” porque después a la gente le cuesta más acercarse a ti. Es cierto que yo no he tenido esa sensación. Al final lo importante es estar activo ofreciendo y haciendo cosas, investigando y aprendiendo.

Foto: David Herranz.