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Isamay Benavente: “Tenemos que subrayar el servicio público que los teatros prestan a la sociedad”

Desde hace algunos meses, Isamay Benavente es la nueva presidenta de Ópera XXI, la asociación de teatros y temporadas líricas de España. Al hilo de su nuevo mandato, conversamos con ella para conocer más de cerca su trayectoria, tan ligada al Teatro Villamarta de Jerez, donde es la principal responsable artística desde hace años.

Recién llegada a la presidencia de Ópera XXI, se le asocia por descontado con el Teatro Villamarta de Jerez, pero quizá se desconozca al detalle su largo recorrido en gestión cultural, en programación teatral, etc.

Sí, yo llegué a Jerez tras varios años en la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Trabajé todo el año 1992 para la Consejería, al hilo de la Expo. Aquello fue como un máster para mí. Hice giras, producciones, de todo… Y por encargo de la Junta monté el primer Ballet Andaluz de Flamenco. Y al llegar a Jerez empecé a trabajar como directora de producción con Paco López, con quien me bregué más a fondo en el mundo de la ópera. Paco venía de poner en marcha el Gran Teatro de Córdoba y la colaboración con él fue fundamental para mí. Ahora mismo llevo ya 26 años en Jerez, tras los seis o siete que pasé con la Junta. Asumí la dirección del Teatro Villamarta a final del 2008. Yo siempre digo que soy una directora especialista en gestión de crisis (risas). Me nombraron cuando cayó Lehman Brothers, cuando la taquilla se fue al traste, cuando los patrocinadores desparecieron… y ahora que nos habíamos casi repuesto de todo aquello, llegó la pandemia.

¿Qué retos asume ahora, a su llegada a la presidencia de Ópera XXI?

Ópera XXI es una entidad que trabaja muy bien. El Villamarta de Jerez forma parte de la Asociación desde su creación. Para mí asumir la presidencia de Ópera XXI es un reconocimiento a la trayectoria y el esfuerzo que ha hecho el Villamarta, con un trabajo de continuidad en el proyecto lírico. Es relevante que un teatro pequeño, de un ámbito más local, asuma ahora la presidencia de esta red de teatros y temporadas. Es una manera de reconocer la diversidad de la entidad y del mapa lírico español.

Realmente son muchos los teatros que forman Ópera XXI, más allá de los cinco o seis asociados a las grandes capitales españolas.

Sí, por eso decía que la presencia del Villamarta en la presidencia es un reconocimiento también a todos esos teatros pequeños y medianos que trabajan desde la periferia y cuya labor puede visualizar también la fuerza de la asociación que representa Ópera XXI.

¿Cómo valora el periodo anterior en Ópera XXI, marcado por la pandemia y liderado por Oriol Aguilá, del Festival de Peralada?

Oriol se ocupó sobre todo estos últimos años de lidiar con la crisis de la pandemia. Había unos retos inmediatos muy evidentes y complejos de asumir. Realmente durante la pandemia se hizo un trabajo ingente. Oriol Aguilá lidero la entidad de una manera admirable. Tuvimos muchísimas reuniones, se hicieron muchísimos protocolos con el Ministerio, realmente la entrega de todos fue increíble. Y fue importantísimo para los teatros pequeños que carecíamos de los medios profesionales y técnicos de los teatros grandes como el Teatro Real o el Liceu y fue esencial compartir ideas, socluciones, protocolos de actuación.

Y ahora, que parece que vamos superando la curva de lo que supuso la pandemia para los teatros y temporadas, creo que han quedado al descubierto una serie de retos y carencias que venían de antes, que son de algún modo endémicos, que se arrastran y que con la pandemia se confundieron un poco, como si fueran hechos coyunturales.

¿Cuál es entonces el reto más inmediato ahora mismo?

Revisando documentación el otro día, me encontré con unas palabras de Matabosch, quien en referencia al Teatro Real decía que es momento no solo de sacar pecho por el esfuerzo que se hizo en la pandemia, sino por poner en valor lo que hacemos en el día a día, lo mucho que importa lo que hacemos para la sociedad, nuestro servicio público. Ese es el reto que creo que asumo con la presidencia de Ópera XXI precisamente ahora. En la pandemia se hicieron, hicimos, cosas heroicas pero ahora es momento de poner en valor nuestro papel en la sociedad.

Tenemos por delante dos años, los que corresponden a mi mandato en la presidencia, en los que hay que asumir retos muy importantes. Por un lado nos corresponde dar a los Premios Ópera XXI la relevancia que tienen, porque visualizan para el gran público el trabajo que hacemos durante todo un año, en tantos teatros y temporadas. Esta cuestión es fundamental para mí ahora mismo: visibilizar, ese es el mayor reto.

Al margen de esto, también tenemos que abordar de manera urgente algunos temas de sostenibilidad, que están en la agenda de todos los gobiernos e instituciones y que nosotros tampoco podemos dejar a un lado. Se nos va a juzgar por ello en un futuro inmediato.

También me gustaría ampliar la interlocución con la parte artística de los teatros. Porque Ópera XXI es al fin y al cabo una asociación de gestores, no de responsables artísticos. Y creo que sería bueno ahondar en la colaboración que se da entre gestión y creación.

Querría asimismo potenciar la colaboración con las otras asociaciones, como Ópera Europa y OLA. Y estamos trabajando en un foro que seguramente tendrá lugar dentro de año y medio, en el que el mundo de la ópera comparta sus experiencias y retos con otros ámbitos. Vamos a intentar que sea algo realmente importante, en diálogo con otras industrias y con la sociedad.

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Un tema capital, en boca de todos estos últimos meses, es la crisis de público. Un asunto que viene de siempre pero que se ha acentuado con la pandemia. Una franja del público se ha ido y todos sospechamos que no va a volver. 

Eso es un hecho y hay que asumirlo como tal. En algunos sitios un 50% de aforo vendido es ya sinónimo de sold out. No nos podemos conformar y tenemos que trabajar para revertir esa realidad. En España se hizo una heroicidad importa, liderando la reactivación de la lírica en comparación con los teatros de países de nuestro entorno. Este otoño-invierno se ha notado por vez primera una reactivación seria de la actividad en taquilla. Pero el reto está ahí, sobre todo para los teatros pequeños y medianos, que son los que dependemos tanto de esos ingresos por venta de entradas. Pero soy optimista. Estas Navidades por fin ha vuelto mucho del público que había dejado de venir desde la pandemia.

Con todo el tema de la digitalización hay además un cierto perfil de público que quizá se ha acomodado mucho, aceptando sustituir la experiencia del directo por el ‘live at home’, en la comodidad del sofá.

Los estudios suelen apuntar que la oferta digital no debería restar a la oferta en vivo, incluso podría potenciarla, animando a disfrutar en directo de lo que se ha visto antes por la pantalla. Pero sí que es verdad que hay gente que por miedo o pereza, o simplemente porque ha perdido el hábito, está ahora mismo consumiendo más música en formato digital que en vivo. Han surgido proyectos fantásticos además, en este sentido, como el abono digital del Liceu o la plataforma My Opera Player del Teatro Real. Pero afortunadamente nada sustituye a la experiencia en vivo, como comprobamos hace unos días con La sonnambula, con Nadine Sierra y Xabier Anduaga. Y creo que desde Ópera XXI tenemos que esforzarnos mucho en trasladar eso al público.

Tengo la impresión de que estamos justamente en un impás en el que ambos formatos, la retransmisión por vía digital y la experiencia en vivo, van camino de realimentarse. Como apuntaba, propuestas como la del Liceu, con tantas cámaras, puntos de vista y tanto contenido complementario, ayudan y enriquecen la experiencia teatral en vivo.

A mí me encanta ver cómo se está enriqueciendo la propuesta digital, que ahora va mucho más allá de una mera retransmisión en vivo. Pero personalmente nunca creo que me llegue a emocionar como en un teatro.

Sí, la presencia física del sonido, la impresión de una voz en vivo, eso es insustituible.

Sin duda, pero como le decía, tenemos que hacer un esfuerzo en transmitir esto, precisamente para que no se caiga en el equívoco de que una cosa puede sustituir a la otra. Lo mejor que nos puede pasar es que ambas cosas convivan de una manera complementaria y se potencien la una a la otra.

Al final el teatro en vivo es una experiencia y el formato digital nunca podrá reemplazar eso, por muy sofisticado que sea.

El lujo del futuro va a ser ese, creo yo: las experiencias de calidad, únicas, insustituibles. Vamos a estar tan saturados de pantallas y entornos digitales que pagaremos lo que haga falta por vivir algo especial en directo, espectáculos en vivo. El lujo van a ser las experiencias reales de calidad. Y en este sentido, los teatros y temporadas líricas vamos a desempeñar un papel fundamental para la vida social y política de nuestras comunidades. Los teatros son algo así como el último reducto donde es posible compartir juntos una experiencia común, la emoción de sentir y vibrar juntos… los silencios, los aplausos… Cada vez estamos más aislados y los teatros van a ser espacios necesarios, que reforzarán valores ciudadanos y democráticos en nuestras sociedades. Esta es una función que ya realizamos y que debemos comunicar y poner en valor.

En este sentido hace falta una reflexión global sobre qué es un teatro, es más, qué es un teatro público. Porque si lo tomamos en serio va mucho más allá de ser un escenario donde se representan determinadas obras; es un espacio público de reflexión, de creación, sufragado por todos, etc.

Eso es. Es un espacio de encuentro y reconocimiento. 

Hay que volver al ideal clásico del teatro, en tiempos de la tragedia griega.

Exactamente.

No es meramente entretenimiento.

Así es, y tenemos que ponerlo en valor.

Además esta es la única perspectiva desde la que realmente es posible justificar el gasto público que implica un teatro, porque presenta un servicio a la comunidad.

Y no solo eso, es que va ser necesario que juguemos ese papel, más que nunca.

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Cambiando de tercio, a nivel económico, ¿cómo está el panorama general de nuestros teatros y temporadas líricas?

Complejo. Se empiezan a escuchar voces que pronostican de nuevo austeridad, ajustes, recortes inminentes. Y lógicamente tenemos que buscar el equilibrio económico, pero apenas nos hemos repuesto aún de dos crisis seguidas, con la pandemia tan reciente aún. En las últimas reuniones de Ópera XXI lo comentamos: se hizo una heroicidad durante la pandemia, sí, pero a un coste muy elevado, porque nadie puede pensar que levantar el telón con aforos casi vacíos durante meses era algo rentable. Vamos a necesitar un refuerzo de las instituciones públicas y del patrocinio, para llegar a ese equilibrio.

El patrocinio privado, ¿en qué punto está? Tengo la impresión de que cada vez cuesta más, se va perdiendo cierta inercia por la que que grandes entidades sentían la obligación de estar ahí, aunque fuera por un tema de mera responsabilidad social y visibilidad.

El patrocinio privado cuesta mucho. También la crisis del covid ha hecho mella en algunos sectores y obviamente el patrocinio cultural es lo primero que se resiente en estos casos.

También ha habido empresas y bancos con cifras récord de facturación y beneficios.

Sí, eso también es verdad. Pero igualmente cuesta, cuesta mucho comprometer el patrocinio privado. Y aquí hay una gran diferencia entre los teatros grandes y los teatros pequeños. Interesa mucho más la visibilidad en Madrid o Barcelona que en la periferia. Y ahí tenemos un trabajo por hacer, entre todos. Es verdad que nos faltaría una ley más ambiciosa en cuanto al patrocinio, pero si no trabajamos también en la mentalidad del patrocinio, la ley servirá de poco cuando llegue.

Una buena ley ayudaría pero no solucionará las cosas de la noche a la mañana.

Cuando tienes un patrocinador que cree en tu proyecto y está involucrado, sin duda una ley de mecenazgo haría más fácil su compromiso. Pero sin esa implicación, sin el convencimiento, no llegaremos a ninguna parte.

En otro orden de cosas, a pesar de que existe Ópera XXI y a pesar de que hay una red importante de contactos y conexiones entre los teatros y temporadas líricas de nuestro país, al final siempre tengo la impresión de que cada director artístico quiere sacar pecho por lo suyo y ponerse su correspondiente medalla. No hay tanta colaboración real a la hora de compartir proyectos, ¿puede ser? ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que esta temporada se haga Jenufa en Les Arts y en el Maestranza, con dos producciones distintas, de un título que rara vez se representa en España? Y esto mismo nos ha pasado años atrás con el Real y el Liceu, programando Puritani y Lucia en años consecutivos. ¿No deberíamos hacer una reflexión sobre el derroche de gasto público que hay detrás de todo esto? ¿No se podría coordinar de otra manera?

Es complicado. Ningún teatro ni director artístico quiere renunciar a su autonomía, a su personalidad, a su proyecto… Todos los gestores artísticos son muy celosos con sus programaciones, y lo entiendo. Ahora mismo se programa con mucha antelación, a veces en cambio a última hora toca improvisar… Visto desde fuera puede parecer más sencillo de lo que es en realidad. Ojalá, sin duda, pudiéramos coordinar más cosas de un modo sostenible y conveniente para todos. Hay una tarea pendiente en todo esto, claro que sí. Por eso también quiero implicar más a la parte artística en Ópera XXI, que como le decía antes no deja de ser hasta la fecha una red de gestores. Además está de fondo un tema tan importante como la sostenibilidad, ya mencionado antes y que cada vez está más en la primera línea de nuestras preocupaciones como sociedad. Encontrar el equilibrio entre la colaboración en red y la singularidad de cada proyecto es otra de las cuestiones que nos plantearemos en los próximos encuentros.

Fotos: © Mikel Ponce