marisa manchado david marzo© David Marzo.

Marisa Manchado: "Soy hija de la modernidad"

Marisa Manchado es una de las grandes compositoras de su generación en nuestro país. Referente desde tantos ángulos, estrena, al fin, su ópera La Regenta. Lo hará en las Naves del Matadero, en una coproducción entre el Teatro Español y el Teatro Real de Madrid, con libreto de Amelia Valcárcel y puesta en escena de Bárbara Lluch, a partir del próximo 24 de octubre. Con ella hablamos, como no podía ser de otra manera, de su partitura sobre la obra de Leopoldo Alas Clarín, pero también de libertad, modernidad, cine, inteligencia artificial... y su nuevo libro, ¡Mis queridas genias!

La Regenta, todo un reto.

¡Efectivamente! Pero es que además el libreto es muy bueno y muy fiel a la novela. Es una síntesis perfecta de la novela. En origen la idea era realizar una ópera grande, en tres actos, donde pudiera desarrollarse también toda la parte técnica de un teatro. En la cabeza siempre tuve la idea de Die Soldaten, de Zimmermann.

¿Cómo surge la idea de crear una ópera basada en la novela?

La Regenta es un libro que todos leímos en el instituto, por lo general. Yo la había leído en el bachillerato y de nuevo la releí más adelante, supongo que en un ataque patriótico de amor por los clásicos españoles que me dio mientras vivía en París. Ya mucho más tarde, Amelia Valcárcel, autora del libreto, estaba coordinando unos encuentros de mujeres y arte en la Universidad Menéndez Pelayo, en los que yo participaba con una ponencia, cuando me propuso tomar un oporto. Ella es una mujer exquisita. En todo su pensamiento. Yo a ella la conocía, principalmente, por su libro Sexo y filosofía: sobre mujer y poder, que se ha reeditado ahora. Su saludo fue, “Bueno, ¿qué tal La Regenta?”. Hablamos un poco sobre ella y enseguida me planteó hacer una ópera. Yo le contesté que eso era imposible. Que si fuera posible ya la habría hecho alguien. La cuestión es que me empezó a seducir y acabé convencida… no sé si es que bebí muchos oportos (risas), pero acabé aceptando.

¿Para componer hay que ser una osada?

Sí, un poco sí, aunque con los años cada vez lo soy menos, pero en este caso, desde luego que sí, absolutamente. También porque me fié mucho de Valcárcel. Es una de las grandes cabezas pensantes de este país.

La ópera se fecha en 2015…

¡Claro! ¡Es que esto que le estoy contando fue en 2002! Por aquel entonces, todavía se mantenía en el INAEM algo que hicimos nosotros con anterioridad, porque yo fui subdirectora General de Música y Danza con Juan Carlos Marset, y estas ayudas consistían en un apoyo económico básico a la creación mediante la presentación de proyectos compositivos a tres años. Esto fue algo suficiente para continuar a partir de 2011, antes habíamos recibido una pequeña ayuda del Instituto de la Mujer que exclusivamente sirvió para pagar a la copista la edición del primer acto de la ópera. Hasta entonces  había dejado un poco apartado el proyecto, porque atravesé una época horrible en la que falleció mi pareja de un cáncer, falleció mi padre, falleció María Escribano, una compositora y amiga referente para mí… Murió Carmelo Bernaola, que fue mi maestro y mi mentor y el de tantas otras compositoras y compositores….en fin, fue un período terrible.

He de decir que en 2002 Valcárcel me propone ser la compositora de esta ópera, pero no arrancamos con el proyecto creo que hasta 2005 ó 2006, interrumpido de nuevo durante mi paso por el INAEM y retomado a partir del 2010 o 2011, así hasta concluirlo en 2015.

¿Se ha ido transformando la idea hasta el próximo estreno en Matadero, en octubre 2023? 

La idea, desde un principio, fue trabajar conjuntamente Amelia y yo. Ella iba trabajando sobre el texto de la novela y yo iba haciendo los leitmotiv. Desarrollaba temas para los personajes, que son nueve, porque todos son protagonistas en mayor o menor medida, además del coro, otro protagonista más. Por lo tanto, la protagonista no es Ana Ozores, ella es la víctima, ¡claro! Pero protagonista es el ambiente opresivo de un lugar pequeño que se ensaña con la más débil, que sí, es Anita, como la llama el marido en un intento deliberado de aniñarla. 

De hecho, hay dos oberturas al comienzo del primer y del segundo acto. Esta última está sintetizada y en el primero es más extensa, pero en ellas hago algo muy tradicional, que es una presentación de los personajes desde lo sonoro.

Lo curioso es que, como tardamos tanto en hacerla, al final vuelvo a los orígenes. Para mí La Regenta nunca fue una novela ni del XIX (aunque fuese del XIX), ni de personajes. Era una novela, digamos, como Ana Karenina… una novela social.

¿Ha extraído el Naturalismo del XIX?

Sí, sí. Para mí La Regenta siempre fue una novela agobiante, de poderes mezquinos que se ensañan con la “cosa” más débil que tenían por allí. Fíjese que utilizo el término “cosa”, que era una mujer que ni era de allí. En un momento dado ella canta: “Yo no soy de aquí ni soy de allí, no sé ni de donde soy”. Un lugar pequeño, con los poderes establecidos, todos mirando hacia Madrid, donde está el poder central. Todo es mentiroso, todo es aburrido. Las clases dominantes se aburren muchísimo y su diversión es matar. Sea ir de caza o ir a por esta señora.


Es algo que se refleja muy bien en el personaje del Magistral. No puede aspirar a ser la clase dominante, a ser los señoritos, pero sí puede aspirar a ser cura… y llega a ser magistral de la catedral. ¡Y la relación que tiene con su madre! Como se enamora de Ana Ozores, la madre le dice: “Pero vamos a ver, ¿qué haces enamorado de esta señoritinga?”... bueno ese es el sentido. Hay una frase tremenda en que le dice algo así como: “Si quieres de eso en casa tienes a la criada, que es muy limpia, además”.

"LA REGENTA NO ES MÚSICA FUNCIONAL. ES UNA ÓPERA DE HOY CON UN LEGUAJE DE HOY"

La Regenta recoge situaciones y reflejos que llegan hasta la actualidad, está claro. Como esa presión por alcanzar la maternidad, que se traduce en frustración al no conseguirlo…

¡Ah, sí! ¡Esta es otra frase! “Sin madre, yo tampoco madre…”. Es algo que también canta. Seguimos sin avanzar en tantas cosas…

¿Traslada esta visión suya sobre la novela, de alguna manera, a la música?

Veo en ella, en cualquier caso y como le decía, una novela de ambientes, no de personajes. Es el relato de un lugar cerrado, minúsculo, opresor, con todos los tópicos posibles: maldad, crueldad, mentiras… Son los poderes del XIX, que también pueden ser los del XXI: Iglesia, burguesía, los poderes económicos… Algo que, para mí, puede extrapolarse a algo mucho más universal, es el sadismo de los poderosos contra los débiles. 

De esta manera, los letimotiv concretos terminan por disolverse a lo largo del segundo acto. Vuelven a aparecer, de alguna manera, muy difuminados, en el tercero. Surgen en momentos concretos donde se rememoran estos leitmotiv, a veces muy distorsionados. Es algo que sí he aprendido con la edad: la memoria, también en la música, es fundamental, porque sin memoria perdemos raíces, tierra, referentes…. Sin memoria nos perdemos, no nos ubicamos. Es un poco lo que le pasó al primer postserialismo, al Darmstadt de finales de los 40 y los 50. Nos perdíamos, fue una pérdida absoluta de referentes y eso hace que la escucha sea un ejercicio muy duro y difícil.

La música, por lo demás, refleja la novela: angustiante, opresiva… Es una música por momentos seca y dura, aunque hay un gran lirismo en las voces y desde luego hay un juego de referencias sonoras que yo creo facilita mucho la escucha.

¿Dura en qué sentido?

Quizá “dura” no sea la palabra. Lo que quiero decir es que es una música al servicio del drama… ¡y es que el drama es duro! 

Escenas a ritmo de vals no se van a dar…

¡Pues sí hay un vals! (Risas). Durante el primer acto. Estoy muy orgullosa de esa escena. Es el vals del casino. Una escena horrible. Todo empieza aparentemente muy lúdico y festivo, que parece Shostakovich… y se acaba convirtiendo en algo obsesivo, porque se repite todo el rato lo mismo… ¡Todo el rato lo mismo! Con diferentes orquestaciones pero todo es cerrado, oscuro, repetitivo… una angustia. El baile del casino es donde Mesía aparece con Obdulia y ella le dice “A esta te la sirvo yo en bandeja”, hasta que Ana, a pesar de que se niega, acaba cayendo en sus brazos. Para mí es la peor escena de la novela o una de las más terribles. Es un horror. 

¿Vocalmente ha trabajado los personajes de alguna manera concreta?

A ver, yo soy hija de la modernidad. Nací en el 56 y con 18 años me voy a Italia, vuelvo, me voy a Francia... Trabajo con Carmelo Bernaola, Luis de Pablo y Brian Ferneyhough… pasé por Donatoni y fui a clases magistrales de Messiaen, Lindberg, Benjamin… y además he compuesto mucha música pop, he trabajado durante años con un grupo de teatro infantil donde la música era totalmente tonal ¿qué voy a hacer? ¿Mi mayor, dominante, subdominante y modula…? (Risas). Una de mis frustraciones es no haber hecho música de cine… ¡Pero! En La Regenta no puedo banalizar e inclinarme hacia el pop, hacia una música más fácil de escuchar, sin duda; no es lo que yo quiero. La Regenta no es música funcional, es una ópera de hoy con un lenguaje de hoy, 2023.

Para mí el gran modelo en la escritura vocal es Luciano Berio, uno de los mejores compositores para voz, seguramente por influencia de quien fue su mujer, Cathy Berberian. Soy muy hija de todo ello.

Cantar, los cantantes, tienen que cantar. Pero no pueden hacerlo en do Mayor. A mí no me sale. Es una tonalidad que no me gusta. Me pongo muy romántica y me sale más re mayor, fa menor, ¡re menor! (Risas)… para el pop, ¡claro!... He de decir que le di otra vuelta a la vocalidad de la obra para, entre comillas, facilitarla o hacerla más cantable, más lírica y dejar libertad a los cantantes para actuar. Es teatro, es drama, también. Aun así, la partitura es  difícil y desde luego un gran reto para los cantantes. 

Cuando compuse mi primera ópera, El cristal de agua fría, con Rosa Montero, vivía en París, era muy joven y me sentía completamente libre. Me entendí muy bien con ella, pude escribir para la voz con total libertad. Quizá por mi juventud... y por eso mismo creo que primé la música sobre el teatro. Queda un poco narcisista que lo diga yo, pero creo que es una ópera referente de su tiempo, 1994.

Me dice que fue libre con El cristal de agua fría. ¿No lo ha sido tanto, ahora?

Cuando digo libre es que ahora ha sido diferente. El libreto era original de Rosa y podíamos hablar de ello y aclarar dudas y discutirlo… Han pasado muchos años y la experiencia adquirida me hace ser más contenida en mis propuestas, más concisa…además, un texto de un gran clásico como Clarín da un poco de vértigo… y sobre todo, en esta ocasión he sido muy consciente del drama, del teatro, no se me ha ido de la cabeza en ningún momento y eso es un trabajo de auto-contención muy difícil, que creo se obtiene a través de la edad y de la experiencia. 

El trabajo con Amelia ha sido magnífico, de una gran complicidad que yo siempre comparo con los históricos Da Ponte-Mozart, Boito-Verdi, y espero que el resultado satisfaga tanto al público  como felices nos ha hecho a nosotras. Esta es mi tercera ópera y mi producción vocal, en diferentes formatos, es muy amplia; creo que esta experiencia se percibirá en La Regenta.

Se sentía libre, que quizá no es lo mismo que ser libre…

¡Claro! ¡Exactamente! Cuando vivía en París, es decir durante la composición de mi primera ópera, yo bebía de todo el teatro musical underground parisino. Era todo maravilloso. Me enamoré del compositor alemán Heiner Goebbels, que hacía mucho teatro musical en Nanterre, Bobigny y en espacios alternativos de París… No se me olvidará jamás un espectáculo mixto que montó en Nanterre con una kora senegalesa, una cantante también africana y electrónica…. Creo que fui a todas las sesiones, me pareció que esa fusión era genial y que había que transitar por ese sendero. 

Su música era (y es) muy en la frontera, porque a mí lo que más me gusta es la frontera. Me ha podido desde siempre la mixtura, la indeterminación… la frontera. Y la libertad para estar en esa frontera me la dio mi maestro, Carmelo Bernaola, que entendió rápidamente que yo necesitaba esa libertad para componer. Por cierto, uno de los grandes de este país, como compositor y como maestro, ininteligible que no se le programe más e ininteligible, incluso, en este 2023, cuando se han cumplido 20 años de su fallecimiento, ¡nada!

Aquí, en La Regenta, como dice el maestro Jordi Francés, yo he hecho un ejercicio de despersonalización. Lo cual, psicológicamente, es muy interesante. Fíjese, yo he aprendido mucho, al final. He tenido que condensarlo todo en dos horas sin descanso, además de realizar una reducción de orquesta para los 17 músicos que finalmente van a tocarla. He hecho todo un ejercicio de ponerme al servicio del drama… y de los seres humanos que van a cantar. Que son eso… seres… y humanos (Risas). ¡Que no son máquinas! Y como hija de la modernidad, a los cantantes, muy a menudo, les hemos tratado como un instrumento técnico más. A veces se nos olvida que tienen que respirar, que les late el corazón… (Más risas). 

"LA MEMORIA, TAMBIÉN EN LA MÚSICA, ES FUNDAMENTAL” 

Como hija de la modernidad… ¿Cómo ve la Inteligencia Artificial?

Mire, yo tengo muy mal concepto de mi propia especie. Lo que mejor hemos sabido hacer es pensar en herramientas, que según quién y cómo las use nos benefician o nos destruyen. Descubrimos estos dedos tan maravillosos que tenemos para agarrar cosas y desde ahí… no levantamos cabeza. ¿Recuerda la escena de 2001, la película de Kubrick? Cuando el mono descubre que puede agarrar un palo… y se carga al de al lado. Y venimos del Duelo a garrotazos de Goya… seguimos igual. La Inteligencia Artificial es ese garrotazo, no me fío de las personas ¿corporaciones? que están detrás de la programación de esas máquinas, porque la IA, es eso… y lo de inteligencia ¡se lució quien le puso el nombre! 

Me decía antes… ¿Le hubiese gustado, entonces, componer para el cine?

Ay, sí, ¡me hubiera encantado! En un momento dado, hace ya años, lo intenté. Me entrevisté con productores… pero vi que era muy difícil. Yo siento una pasión muy grande por el cine… que va y viene. Tengo etapas en las que me aburre, pero muchas otras en las que me fascina. He hecho cosas, algún documental y una de mis partituras más queridas, la música en vivo para la película de Dreyer: La Passion de Jean D’Arc, para orquesta sinfónica y coro femenino. 80 minutos, impresionante película y yo muy satisfecha de la música que compuse, por cierto uno de los grandes proyectos de la Comunidad de Madrid, que quedó en agua de borrajas: comercializar una serie de vídeos de cine mudo clásico con composiciones nuevas de encargo. Se hicieron los encargos, los estrenos, pero los vídeos no han salido, ¡una pena! Porque era una serie de ocho películas y compositores bien interesante.

¿Disfruta más del cine que de la música?

No, pero también puede ser que sí. Mi padre fue uno de los fundadores de la Federación de Cineclubs, que fue una de las herramientas antifranquistas más importantes. Llevaba uno muy famoso en la Calle Cadarso. Allí, desde los 10 años, me vi todo Bergman, Losey, Saura (que él mismo iba a presentar sus películas)… ¡Vi El niño del pelo verde, que es una de las películas menos conocidas de Joseph Losey, pero que es impresionante! Ya sabe, quien dice pelo verde, dice gordo, negro, mujer… ¡Vi todo Pasolini! Con siete años, cuando preparaban la comunión en el colegio, para quien fuera a hacerla, que no éramos todos, el cura que era muy moderno nos llevó a ver Il Vangelo secondo Matteo, de Pasolini, con el oratorio de Bach como banda sonora… Y luego ya me vi L’Enfant sauvage de François Truffaut, con músicas de Vivaldi, Lully y creo que también Bach… y ahí me rendí y me entregué al amor total por el cine.

Del cine a la literatura: justo estos días coincide esta entrevista con su firma de ejemplares de ¡Mis queridas genias! en la Feria del Libro de Madrid. ¿Qué podemos encontrar en él? ¿Quiénes son esas genias?

Esas genias son todas las mujeres que me han guiado, iluminado y servido de referencia en mi vida. Muchas son compositoras, como yo y coetáneas, compañeras que me impulsaron y me ayudaron a creer en mi propio talento, algo que todas las mujeres necesitamos. Otras fueron mujeres que estuvieron a mi lado cuidándome y enseñándome caminos por los que transitar: mi madre ¡claro! Nieves Torres, una mujer admirable por su bondad y su fortaleza o mi “madre italiana”, Edda Melon, que me acogió en Torino y me guió con su enorme inteligencia por caminos de la literatura, del cine (es la gran especialista italiana en Marguerite Duras), del feminismo, del pensamiento y la reflexión en general…. 

Esas son mis queridas genias, donde por supuesto están mis amigas. Es un librito autoetnográfico que rinde homenaje a todas esas mujeres imprescindibles de mi vida. He querido hacer un trabajo de reconocimiento y agradecimiento hacia esas mujeres y hacia todas las compositoras sin excepción, todas, las del pasado, las del presente, mis coetáneas y las del futuro. Creo que es un ejercicio de justicia hacia ellas, porque sin ellas yo no estaría hoy aquí, respondiendo a sus preguntas y componiendo óperas.