Lawrence Brownlee, tenor: “Quiero pensar que a Rossini no le hubiera importado el color de mi piel”
Es uno de los tenores más respetables del panorama internacional. Aunque quizá no tan mediático como otros, lo cierto es que el estadounidense Lawrence Brownlee (1972, Youngstown, Ohio) se ha impuesto poco a poco por la solidez de su emisión, por el descaro de su sobreagudo y por su exquisito dominio del estilo belcantista, algo de lo que viene haciendo gala durante la última década. Protagonista habitual en el Metropolitan de Nueva York y en los principales escenarios estadounidenses, es también una voz habitual de un tiempo a esta parte en algunos teatros europeos como Zurich, París o Múnich. El próximo otoño regresa a España, formando parte de Il viaggio a Reims que abre la temporada del Liceu.
Me gustaría saber más acerca de sus orígenes, su relación con la música desde la infancia, ya que creció de algún modo vinculado a la música que se hacía en su iglesia.
Así es, vengo de una familia muy vinculada con la música. Mi padre era el director del coro en nuestra iglesia. Mi madre ha cantado siempre, todavía hoy canta. Somos seis hermanos y los seis tenemos relación con la música. Fue en el servicio eclesiástico, en la iglesia, donde tuve mi primer contacto con la música. Allí comencé a apreciar y amar la música, un elemento que ha estado presente en mi vida de forma cotidiana desde mi infancia. En casa siempre recuerdo a alguien de mi familia cantando. Además yo formé parte del coro de la Iglesia desde muy temprano, de modo que la música es algo que siempre ha estado ahí para mí.
¿Y en qué momento decidió dedicarse a una carrera profesional como cantante de ópera?
En la escuela teníamos un maestro de canto con el que trabajábamos música coral. Él me dijo ya entonces que mi voz tenía algo especial, algo que merecía la pena explorar y desarrollar. Seguramente él no pensaba entonces en una carrera profesional en la lírica, pero si en un desarrollo más serio como cantante solista. Él me ayudó a tomar parte de un programa de formación musical en la universidad de mi ciudad, en Youngstown, Ohio. Allí cada estudiante desarrollaba su trabajo con un instrumento y el mío no era otro que mi voz. Tomé lecciones de canto y de nuevo me confirmaron que debía explorar una carrera en serio como cantante porque mi voz tenía algo valioso. Fue entonces cuando decidí afrontar una carera profesional como cantante, haciendo caso a estas buenas sugerencias.
El año pasado publicó un nuevo CD con buena parte de su repertorio, fundamentalmente Bellini y Donizetti. ¿Ha pensado en explorar un repertorio que vaya más allá?
Ahora mismo tengo cuarenta y cuatro años. Hay muchos otros tenores de mi generación que están explorando otros repertorios. Rolando Villazón o John Osborn tienen mi edad, más o menos. También Juan Diego Flórez. Todos están explorando nuevos repertorios y me parece genial. Yo tengo claro que soy un cantante belcantista, fundamentalmente un intérprete de Rossini, Donizetti y Bellini. Pero sí es cierto que estoy pensando en debutar un par de cosas de aquí a un tiempo, siempre en el lugar y condiciones adecuadas; algo de repertorio francés, por ejemplo La favorite. Y quizá Lucia di Lammermoor, en el teatro adecuado. Pero nada que vaya mucho más allá, nada más pesado.
¿Cómo describiría su voz?
Siempre tuve una voz flexible, hay quien piensa que un tanto oscura para Rossini, un repertorio donde a veces se esperan voces más blancas y brillantes. Tengo un instrumento flexible, un buen registro agudo y me preocupo mucho de trabajar el legato y la línea de canto. Me siento cómodo con una tesitura alta, mi voz suena natural allí arriba y eso es algo que cuadra muy bien con la escritura vocal belcantista.
Una voz que tampoco ha cambiado demasiado con el paso de los años.
Exacto, más o menos mi voz es la misma que hace una década. He ganado más seguridad en algunas notas graves, pero sin perder esa facilidad y naturalidad en el agudo. Este verano grabaré I puritani, es importante hacerlo ahora que todavía tengo el Fa. Así lo grabo y ya no tengo que volver a hacerlo (risas). Bromeo, pero sí que es verdad que hay notas que es posible que pierdan facilidad con el paso del tiempo. En agenda tengo previsto el Dichterliebe de Schumann, con notas bastante graves.
También tengo la impresión de que se siente cómodo con las agilidades y el canto de coloratura.
Sí, siempre tuve esa flexibilidad en la emisión. Por eso desde muy temprano canté Rossini. Hay quien piensa que tiene que ver con mis inicios cantando en la iglesia.
¿En serio? ¿En qué sentido?
Sí, el gospel tiene un canto melismático muy particular, con esas modulaciones e improvisaciones. El gospel pide esa flexibilidad y quizá tenga algo que ver, en efecto, con mi natural facilidad para Rossini.
Y su técnica, ¿se debe a algún maestro de canto en particular?
He tenido cuatro maestros de canto distintos durante mi formación, dos mujeres y dos hombres. Ahora mismo trabajo con una maestra que entiende y conoce bien mi voz. Siempre he pensado que la técnica debe construirse a partir de la voz y no al revés, aunque es evidente que hay unos fundamentos comunes a la emisión de cualquier cantante. El reto de traspasar una orquesta y proyectar la voz en un teatro es el mismo para todos, pero hay que encontrar el modo de hacerlo sin perder musicalidad y seguridad en la emisión. Eso implica conocer bien el instrumento que cada uno posee. Al final, se trata de ponderar muy bien hasta qué punto se canta con la cabeza y hasta qué punto con el corazón. A veces un cantante puede ser su peor enemigo si no mide sus fuerzas. Mi maestra siempre me ha ayudado a cantar desde una emisión natural y saludable.
Hay algo muy particular entre los cantantes norteamericanos y Rossini. Pienso, por supuesto, en Samuel Ramey, Chris Merritt, Marilyn Horne, Rockwell Blake, Bruce Ford, Gregory Kunde… ¿cuál es la razón para esta singular tradición vocal?
No lo sé (risas). Es interesante y fascinante, sin duda; y no puede ser una simple casualidad. Pero no encuentro una explicación lógica… Quizá haya algo en el agua que bebemos allí (risas).
Más allá de Donizetti, Bellini y Rossini, también ha cantado Mozart. Va a cantar próximamente El rapto en el serrallo. ¿Qué ta se siente con Mozart?
Me siento cómodo, creo que su escritura vocal cuadra muy bien con mi voz. El “problema" con Mozart es que es poco agudo, digamos. Quiero decir: mucha gente aprecia mi canto por el registro agudo, entre otras cosas. Y en este sentido lo cierto es que Mozart es mucho más central que los compositores belcantistas. Pero me gusta mucho y me siento muy cómodo con Mozart. He cantado Don Giovanni, Così fan tutte, Die Zauberflöte… Belmonte es especialmente interesante porque tiene un aria bastante aguda y adornada, “Ich bau ganz", un tanto distinto del resto de Mozart. Quizá algún día me plantee cantar Mitridate.
¿Suele elaborar sus propias variaciones?
No siempre… en realidad tengo la sensación de que si escribo unas variaciones propias en realidad tienen algo que ver con otras que haya podido escuchar quince o veinte años antes.
Cuando entrevisté a Grace Bumbry, me relataba las dificultades que los cantantes afroamericanos tenían en su tiempo para hacerse un hueco. Había entonces una cuestión racial en algunos sectores de la lírica. Desde su experiencia, ¿cuál es la situación ahora?
Creo que todo, afortunadamente, ha mejorado. No sólo para los cantantes afroamericanos nacidos en América, también para gente que procede de lugares como Sudáfrica. Piense por ejemplo en mi colega Pretty Yende, es maravillosa y está en lo más alto. Creo que las cosas han cambiado y siguen cambiando. Es probable que todavía haya un cierto prejuicio en torno al color de nuestra piel y la idoneidad para determinados papeles. Pero mi experiencia es positiva. Y pienso siempre una cosa: los compositores escribieron sus partituras en una época en la que ni siquiera podían imaginar que un cantante negro se hiciese cargo de sus protagonistas. Si estuvieran en 2017 y escribieran esa misma música, se encontrarían con que algunas de las mejores voces para su repertorio son precisamente voces de cantantes negros. Los tiempos han cambiado y quiero pensar que Rossini no escribió pensando en el color de piel de su cantantes sino en el color de sus voces. Pero por supuesto, la generación de Grace Bumbry, Leontyne Price, Shirley Verrett o Martina Arroyo vivió un contexto distinto, con muchas más dificultades. Y ellas fueron en el fondo afortunadas, porque su tenacidad se vio recompensada; pero seguro que muchos otros cantantes negros no pudieron llegar tan alto, simplemente, porque alguien se lo impidió por el color de su piel. Mi experiencia creo que es un buen ejemplo de que las cosas están cambiando: por ejemplo cantaré Tamino en Berlín dentro de un par de años, con total normalidad. Tamino en la partitura es un joven rubio y de ojos azules, ¡creo que no es mi caso! (risas).
Recuerdo una campaña de captación de fondos que emprendió hace unos meses a través de internet, para ayudar a la investigación del autismo, una patología que padece su hijo precisamente.
Sí, mi hijo de seis años es autista, así se lo diagnosticaron hace ya unos cuatro años. Esta cuestión es una de las que más hondo llevo pegadas a mi corazón e intento hacer todo cuanto está en mi mano para conseguir mejorar la investigación al respecto, por modesto que sea el aporte que podamos hacer. Hace un tiempo me pregunté qué podía hacer al respecto, aprovechando de algún modo mi perfil público como cantante, aunque yo no sea Justin Bieber o Justin Timberlake.
¡Por suerte! (Risas)
Sí, por suerte (Risas). Lo cierto es que hace unos meses puse en marcha ese reto al que aludía, a través de internet. Quise hacer algo divertido, comprometiéndome a peder peso conforme conseguía fondos para la investigación del autismo. Mi siguiente reto, aprovechando mi afición al tenis y al ping-pong, será apostar con quienes se atrevan a jugar un partido conmigo: si ellos pierden, yo aportaré fondos; si ellos pierden, ellos donan. ¿Usted juega al tenis?
Si hace falta, ¡por supuesto! (risas)
Le tomo la palabra (risas).
Tiene un nuevo presidente en Estados Unidos desde hace un par de meses. Usted participó en una campaña, junto a otros cantantes, interpretando una canción protesta contra Donald Trump. Cuénteme más sobre esto.
Es una situación difícil. Ha pasado aún poco tiempo desde su elección. No soy ningún fan de sus políticas ni por descontado del personaje como tal. Esta idea de cantar un himno en contra de Donald Trump me pareció una estupenda idea para manifestar, con respeto y de un modo original, que hay otra América ahí, que no comparte esas formas y esas políticas. Por delante tenemos cuatro años difíciles y creo firmemente en lo importante que es
En Youtube volví a ver el otro día el fantástico vídeo de su interpretación con Javier Camarena en la gala Richard Tucker. Una interpretación fantástica. Me lleva a pensar en el singular contexto que vivimos, con tantos tenores ligeros o lírico-ligeros que lejos de llevar una competencia insana son incluso amigos o cuando menos buenos colegas.
Lo mejor de todo esto es el muto respeto que nos guardamos unos y otros. Javier Camarena, por ejemplo, es no sólo un grandísimo tenor sino también una gran persona, un gran colega. Y fue fantástico poder cantar ese dúo en la gala Richard Tucker y pasarlo tan bien. Recuerdo la temporada pasada, yo estaba cantando I Puritani en el Met, Camarena estaba con La sonnambula y Flórez con La Cenerentola, al mismo tiempo. Alguien en la prensa local escribió lo fantástico que era tener juntos a los tres en el mismo teatro.
Podrían haber cambiado de ópera entre los tres sin ningún problema.
Exacto. Y creo que nos inspiramos unos a otros. Yo al menos les escucho y me siento inspirado por su trabajo.
Por cierto, volviendo a ese duo de la gala Richard Tucker. ¿Se ha planteado cantar el Otello de Rossini?
No por ahora, hay un problema importante con el Otello de Rossini. Y es una pena porque realmente es un papel ideal para mí, como cantante negro (risas). Bromas aparte, es un papel demasiado grave, escrito para un baritenor en realidad. Gente como Bruce Ford, Chris Merritt o Gregory Kunde tenían el grave necesario para cantarlo. Tengo claro que debería intentarlo cantar, buscar el modo de hacer mío el rol y quizá algún día me lo plantee. Pero es algo que hay que pensar con calma y tiempo.
El tenor Nicolai Gedda falleció a principios de año, ¿qué tenores del pasado le han inspirado?
Siempre fui un gran fan de Luciano Pavarotti. También de Fritz Wunderlich. Y por supuesto Alfredo Kraus; nacimos el mismo día, es curioso, él en 1927 y yo en 1972. También Richard Tucker, Jussi Björling, Rockwel Blacke, Cesare Valletti, Luigi Alva…