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Joaquín Achúcarro: "El horizonte de la belleza es cada día más lejano"

"Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora”, decía el gran Antonio Machado. Aforismo con el que llevan viviendo su carrera y día a día tres grande de la música: el pianista Joaquín Achúcarro, la mezzosoprano Teresa Berganza y el compositor Antón García Abril. Sirvan estas páginas para celebrar con ellos nuestro tercer aniversario, reunidos para una entrevista por primera vez y, al mismo tiempo, para rendirles un merecido homenaje. A ellos, a sus carreras, a su arte y a su filosofía. A su manera de entender la vida.

Hoy es siempre todavía, decía, tal y como ellos se dicen a diario. Seguramente Antón, enamorado de la poesía como pocos, encuentre mejores versos que ilustren estas líneas. No obstante, no hay duda de que su hacer y sentir tienden más hacia Machado que hacia un Ah de la vida quevediano o la Juventud de Rubén Darío (poema dedicado a Martinez Sierra... ¿cuándo pondremos en el lugar que merece a María Lejárraga?). En cualquier caso, este encuentro nos ha servido para volver... y no como en el tango de Gardel, sino como en versos de Bergamín, porque volver no es (necesariamente) volver atrás. No hay añoranzas sino pasos dados, recuerdos y el sentir del mañana.

Teresa Berganza, zarzueleando un poco, es “una chula muy resalá, un granito de pimentón”. Una diva castiza, como a ella legusta decir. “La madrileña de pies chiquititos, ojos de sultana, dientes de marfil que siempre fue alegre y desenvuelta, sin saber de penas su vida es reír”. Nadie ha cantado con su sonrisa. La voz de Teresa surge de la luz, como la de los grandes maestros del Barroco y, desde la inmanencia de esa luz que le es propia, Berganza trasciende. Nada tiene que envidiar al cotidiano Vermeer, al Velázquez cortesano o el Rubens mitológico. Como bandera, el respeto al compositor y el corazón sobre el escenario.

De Joaquín Achúcarro me decía Alfred Brendel, otro gigante del piano, que aunque este mundo cada vez es más absurdo, sin duda “con la precisa y clara mirada de Joaquín vale la pena vivirlo”. Joaquín el pianista, el filósofo, el pensador, todo trasvasado al teclado a través de la honradez, alcanzando el arte como virtud. Espacio y pedal. Espacio a cada nota, a cada silencio, su espacio. Y pedal. Pura reflexión y, al igual que cada sonido genera sus concomitantes, cada una de sus preguntas al piano generando más incógnitas, más respuestas, más sensaciones. 

Antón García Abril es pura música. El compositor más respetado y valorado por cada uno de los agentes implicados en la música clásica de hoy en día. Crítica, artistas, gestores y por supuesto el público, vivimos enamorados de sus pentagramas. Si como decía Picasso, el arte verdadero es aquel que alcanza cada presente, no hay duda que el de Antón es un arte verdadero, respetuoso y en una búsqueda constante por comunicar, lo que viene siendo el otro gran axioma del arte: todo arte ha de albergar un mensaje. Alguien contando algo a alguien y Antón no cesa de contarnos cosas. Un músico sabio, inteligente, brillante, que vive la música con auténtica pasión y habla de ella de forma sincera y clara.

Juntar a estos tres grandes, grandísimos de la música en una misma habitación no ha sido fácil. Agendas repletas y compromisos constantes han provocado que la sesión de fotos repose sobre la mesa durante meses. Entre los tres, suman más de un centenar de premios, reconocimientos y distinciones. Los tres son Premio Nacional de Música, por ejemplo y los tres son Académicos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Es allí, en la prestigiosa pinacoteca madrileña, donde conseguimos reunirlos el pasado mes de febrero. En realidad acudían ya a una cita especial: el nombramiento de Joaquín como Académico honorario de la institución.

Llegan a la Calle Alcalá horas antes del acto y su generosidad no puede ser mayor. Predispuestos, me atrevería a decir que ilusionados por compartir sesión y un nuevo recuerdo con quienes sin duda son amigos, colegas, camaradas de muchos años. En seguida surgen las anécdotas vividas. Antón y Joaquín se conocen desde que eran estudiantes, en la Accademia Chigiana de Siena, a la que dedicaron una cantata como “pecado de juventud”: Cantata a siena, para coro y orquesta, en 1955. “Le llamaba y le sigo llamando Abrilete”, recuerda Joaquín con una sonrisa. “Allí causó una enorme...

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¡YA A LA VENTA!

Foto: Gemma Escribano para Platea Magazine