Hitchcock Herrmann 2

Bernard Herrmann y Alfred Hitchcock: Vértigo entre dos titanes (I)

Este artículo continúa en VERTIGO: LA MARAVILLOSA ESPIRAL DE BERNARD HERMANN (y II)

Al sentarme para escribir sobre la música en el cine como un arte en sí misma, no puedo sino recordar las muchas veces que he hablado de ello con un grande de esto como es el maestro Antón García Abril. Siempre emocionado, narra cómo una de las cosas más excitantes a las que uno puede enfrentarse como compositor es, entre otras muchas, a la creación de música para la gran pantalla. De sus manos han surgido melodías inolvidables para cintas como Los santos inocentes, Sor Citroen o La ciudad no es para mí.  Y él mismo se queja de que las bandas sonoras ya no son lo que eran. En gran parte no puedo estar más que de acuerdo. Mientras que en ocasiones, hoy en día se juega todo a una carta, a una canción (007 sería un ejemplo paradigmático, en el que todos esperamos con ansia la interpretación del tema principal en cada entrega), en otras el efecto buscado se consigue a través de la repetición, uso o abuso de un tema, un motivo, o un golpe de efecto. ¡Qué hubiese sido de James Horner y de nosotros sin su famoso (y maravilloso) Parabará! Desde Star Trek, donde lo utilizó por primera vez (al menos de forma tan clara), hasta Avatar, pasando por Alien, Willow o Cariño he encogido a los niños. O en coordenadas aún más actuales, de esa otra maravilla que es Dunkerque de James Nolan… ¡qué hubiese sido de ella sin el “machaque” de Hans Zimmer!

Un poco antes, las bandas sonoras se empaparon de la clásica. Sí, querido John, estoy hablando de ti… ¡y lo sabes! A veces de forma más que evidente, como su Star Wars y The Planets de Holst; otras no tanto… el mismo tema de Darth Vader… ¡es tan Chopin y su Marcha fúnebre en realidad! También escuchamos de forma clara la Novena sinfonía de Dvorák en su Tiburón; o El Cascanueces de Tchaikovsky en Sólo en casa. El influjo de la música clásica va más allá de lo pragmático… ¡diríase que es incluso necesario! El cine es el único nuevo arte surgido en el siglo XX que aún está formándose, al mismo tiempo que llega a millones de personas. El único que crece exponencialmente entre su público… La ópera de hoy en día, tal vez, como el mismo Zimmer afirma. El propio García Abril no pudo escapar de su influjo en sus partituras para la pequeña pantalla: Ahí está Stravinsky en El hombre y la tierra; o Brahms en su Anillos de oro. La clásica inunda los pentagramas para las pantallas hasta en los sitios más insospechados. ¿O acaso no escuchamos a Rachmaninov entre los vaivenes de Redford y Streisand en Tal como éramos, o la Novena de Mahler mientras surcamos las aguas camino de Isla Nublar en Jurassic Park?

Antes y entretanto, nos encontramos con algunas figuras irrenunciables de la música para el cine. Nombres que creaban temas, melodías que se trasformaban y evolucionaban con la narrativa del film y el desarrollo de sus personajes. Y entre todos ellos, casi como un padre al que recurrir o un santo al que encomendarse, un nombre que lo es todo: Bernard Herrmann. A él, que era un entusiasta de la vanguardia y también defensor de los ostinati, le debemos joyas del séptimo arte como son La guerra de los mundos o Ciudadano Kane de Orson Welles. También Taxi Driver, la última partitura que compuso tras varios años en Europa; El cabo del miedo, o en los comienzos de otro grande como Mankiewicz, El fantasma y la Señora Muir. Pero sobre todo le recordamos actualmente por el binomio que formó con otro monstruo: Alfred Hitchcock. Con él firmó la música de Pero… quién mató a Harry, El hombre que sabía demasiado, Falso culpable, Psicosis, Marine la ladrona, Con la muerte en los talones y Vértigo.

La maravilla es que ahora, en una vuelta a una época que se perdió, la Orquestra Simfònica de Camera Musicae nos trae esa joya que es Vértigo, ¡con la banda sonora en directo! Una experiencia única que nos devuelve a la magia de otros años, con la que seguramente sea la película más distintiva del director inglés, tal y como él mismo afirmaba. Como siempre vilipendiado en cierta forma en Hollywood (el negocio de la Academia, ya saben), aquí supimos ver lo que realmente significaba esta cinta, la gran obra maestra de Hitchcock, premiándola en el Festival de San Sebastián con la Concha de plata a mejor dirección y mejor actor. Dos grandes, dos monstruos frente a frente: Alfred y Bernard que, incómodos, detestables o antipáticos para muchos de quienes trabajaban con ellos, encontraron sin embargo la horma de su zapato el uno el otro (y aún así su proyecto para Cortina rasgada no pudo ser). La música de Herrmann no es que encaje en el metraje de Hitchcock, es que este parece vivir, respirar a través de la partitura (es curioso que el propio Herrmann no pudiese dirigir la grabación de su propia música debido a una huelga entre los músicos de Los Ángeles, lo que trasladó la toma hasta Londres). Ya desde su inicio circular, elipsoide, sensacional inmersión en el vértigo, en la esencia de la película. Sin duda una de las grandes maravillas de toda la historia del séptimo arte. Pero sobre todo ello, sobre el wagnerianismo que encierra... ¡Hay tanto de Tristan e Isolda a todos los niveles en ella! y sobre lo significativo de la música en Hitchcock, hablaré en un segundo artículo.

La gira de la Orquestra Simfònica de Camera Musicae tendrá parada en las siguientes fechas y lugares (Más información):
Zaragoza: Cines Palafox. Viernes 14/12/18.
Madrid: Cines Capitol Gran Vía. Sábado 15/12/18 con sesión doble a las 18h y 22h.
Barcelona: Aribau Multicines. Domingo 16/12/18 con sesión doble a las 18h y 22h.