"El violín es una mezcla perfecta de disciplina y creatividad"
Deutsche Grammophon acaba de lanzar al mercado el último álbum de la violinista Lisa Batiashvili (Tiflis, 1979). Se trata de City of Lights, un viaje tremendamente personal por las ciudades y melodías que han marcado su biografía hasta la fecha. Esta violinista georgiana lleva ya más de una década reivindicandose como una de las instrumentistas más sobresalientes de su generación, con idéntica fortuna a la hora de enfrentarse al repertorio clásico o a la música contemporánea. Conversamos con ella en mitad de un viaje casi fantasmal, atravesando aeropuertos desiertos y silentes, trasladándose de Munich a Hamburgo para hacer música en circunstancias realmente extraordinarias e inéditas.
Nos atiende desde el aeropuerto de Hamburgo. ¿Cómo ha vivido usted estas últimas semanas, primero con el confinamiento y después con la progresiva vuelta a la normalidad?
En Alemania la situación no ha sido tan dramática como en otros países, como en España o en Italia. Todo comenzó como una extraña situación casi vacacional, con mucho tiempo para estar en casa con nuestras familias, algo poco habitual para los músicos y artistas, habituados a viajar tanto. Pero por supuesto era una falsa ilusión. La tragedia estaba sucediendo ahí fuera. A nivel laboral, también ha sido duro observar como los conciertos en agenda se iban cayendo uno otras otro. Esta temporada tenía diversos proyectos en los que había puesto mucha ilusión y tiempo, colaborando además con colegas a los que aprecio tantísimo. Pero no ha podido ser… Lo único bueno de todo esto, si es que cabe entresacar algo bueno, es que por fin he tenido tiempo para detenerme un momento y dedicarme tiempo, a mí misma y a mi familia.
Y una vez más, la cultura parece ser el furgón de cola conforme regresamos a la 'nueva normalidad'.
Sin duda, lo que más preocupa es esa impresión de que la cultura no es prioritaria. O mejor dicho, sí lo es pero desde un punto de vista superficial, confundida como una forma de entretenimiento. Y en realidad pocos se dan cuenta de cuánta gente trabaja y vive en torno a la cultura. La cultura siempre está ahí cuando hay una tragedia o una catástrofe; es un motor de solidaridad y de humanismo. Y ahora los que necesitamos ayuda somos nosotros, los que hacemos posible la cultura. Son miles y miles los artistas freelance que se han quedado sin ingreso alguno y necesitan mantener a sus familias.
Poco a poco los auditorios han ido retomando una cierta actividad, en las últimas semanas, con importantes medidas de distanciamiento e higiene sanitaria. ¿Cuánto tiempo podemos aguntar así?
El problema es que no sabemos cuánto tiempo nos va a acompañar el virus. Tampoco sabemos en realidad lo que tardaremos en disponer de una vacuna eficaz que nos permita movernos sin miedo y recuperar la vida normal tal y como la conocíamos. En el caso de los teatros y auditorios, el problema añadido es que buena parte de nuestro público tiende a ser de edad avanzada. Y eso les sitúa entre la población de riesgo, por lo que imagino que tardarán todavía más en tener la certeza de que pueden recuperar sus hábitos sociales con seguridad. No deja de ser sorprendente, en todo caso, el contraste entre los espacios culturales y la realidad en los transportes públicos, donde parece no importar tanto ya el distanciamiento y se han relajado las medidas.
Hablemos ahora de su nuevo CD, City Lights, un viaje muy personal a través de la música.
En efecto es un viaje muy personal a través de las ciudades que han formado parte de mi vida. Realmente este disco es un álbum autobiográfico. Algunas de las piezas que he escogido tienen una vinculación muy obvia con esas ciudades, pero en otros casos se trata de razones muy personales, muy ligadas a los momentos que viví en esos sitios. En el disco repasamos lugares como Tiflis, mi ciudad natal; también Berlín, donde mi carrera profesional se consolidó y donde he vivido tantas cosas importantes; y por supuesto también capitales como Roma, París, Londres o Nueva York, de las que tengo recuerdos inolvidables.
¿Y cómo escogió las piezas que conforman el álbum?
En el caso del proceso de grabación, no solo fue muy especial el modo en que escogí las piezas sino también la idea de concebir arreglos específicos para cada una de ellas, de cara a este álbum. Fue un proceso creativo de un par de años. Para mí siempre fue tremendamente inspiradora la música de Charlie Chaplin. De hecho, el título de mi disco está tomado de una de sus películas. Hemos grabado varias piezas con música de esos filmes, incluyendo La violetera de José Padilla. Para muchos de estos arreglos he colaborado con un músico de Georgia, al que conozco desde hace muchos años y cuyo nombre es Nikoloz Rachveli, un compositor muy talentoso. Él ha sido clave a la hora de crear esta impresión de una música nueva a partir de ese material anterior. El resultado es realmente único y estoy muy contenta con este disco.
Realmente es un disco singular y hermoso, muy personal.
Gracias, la verdad es que me sentí muy emocionada durante todo el proceso de grabación. Fue algo muy intenso para mí, sin duda por el contenido biográfico del álbum pero también porque estaba trabajando con músicos y profesionales a a los que admiro y aprecio. Para mí era fundamental lograr un resultado de altísima calidad. A menudo, cuando los músicos profesionales de lo que venimos llamando música clásica cruzamos las fronteras hacia otros géneros, da la impresión de que rebajamos nuestro estándar de exigencia. Y yo no quería dar esa impresión en modo alguno. Por eso me he preocupado de cada detalle de este disco, hasta la última coma.
Como antes mencionaba, usted nació en Georgia, un país de donde no dejan de emanar talentos musicales de primerísimo nivel en los últimos años. Pienso en Khatia Buniatishvili, Anita Rachvelishvili, Nino Machaidze y tantos otros. Ahora también hay incluso un nuevo festival de música en Tsinandali. ¿Cómo se explica esta explosión de talento musical en Georgia?
Es una buena pregunta. Nuestro país ha tenido un pasado complicado e intenso. Es un país relativamente pequeño, rodeado de países como Rusia, Turquía, Armenia o Azerbaiyán. El último siglo, por ejemplo, ha estado marcado en Georgia por las tensiones políticas: guerras, ocupaciones, revoluciones… Y sin embargo el país mantiene una fuerte identidad: tenemos nuestra propia lengua, nuestra propia moneda, nuestra propia religión (cristianismo ortodoxo)… La naturaleza allí es muy poderosa, el paisaje es difícil de describir, es realmente cautivador. Y sobre todo tengo la impresión de que la gente en mi país tiene unas enormes ganas de vivir y construir su futuro. Hay una gran entrega en torno a la cultura, la gastronomía, la naturaleza… Nuestra música folclórica tiene un gran peso en el país y creo que esto determina cierta intuición, cierta predisposición natural hacia la música, la danza, etc. Creo que el país tiene un gran potencial, en muchos sentidos, pero también en el ámbito de la música, donde afortunadamente hay un buen sistema educativo que permite canalizar esa fuerza.
Existe, desde hace ya varias décadas, una suerte de liderazgo femenino en el mundo del violín. La figura icónica de Anne-Sophie Mutter quizá haya allanado el camino a toda una generación posterior, de la que usted forma parte, y en la que son más de hecho las mujeres violinistas que los hombres, en la primera linea, en un nivel de excelencia musical. Esto es algo bastante inédito en un mundo, el de la clásica, que sigue siendo por tradición un ámbito de hombres blancos anglosajones, por decirlo en pocas palabras.
Sin duda, creo que todo ha cambiado poco a poco y de manera simultánea. Las sociedades, por supuesto, pero también los sistemas educativos y por descontado el papel clave de mujeres cuyo liderazgo ha sido una referencia para las generaciones posteriores. Las mujeres, y hablo no solo de nuestra profesión, han demostrado ser tremendamente creativas y solventes en puestos de alta responsabilidad, en compañías internacionales de todo tipo. En el mundo de la clásica se requiere una mezcla muy particular de disciplina y creatividad, desde una edad muy temprana. Y un buen violinista es eso, al fin y al cabo, una mezcla lo más perfecta posible de disciplina y creatividad. En nuestra disciplina, en efecto, somos ya muchas las mujeres que estamos trabajando en primera línea, por decirlo de alguna manera, como sucede ya con cada vez más regularidad en el mundo de la dirección de orquesta, donde se avecina también un importante relevo generacional marcado por el talento femenino. Las mujeres, no obstante, seguimos teniendo un reto añadido cuando emprendemos una carrera profesional tan exigente, porque llega un momento en el que queremos ser madres, ocuparnos de nuestro hogar y eso es realmente difícil de compatibilizar. Por eso quizá el mérito es aun mayor, casi un milagro, cuando logramos llegar lejos en la vida profesional sin que eso suceda a costa de nuestras familias.
Durante estas semanas de confinamiento, le confieso que he tenido una particular afinidad por la música de Sibelius. Su concierto para violín sigue siendo una obra clave en el repertorio de cualquier solista. Su grabación de hace apenas unos años, con Daniel Barenboim, es toda una referencia. ¿Qué importancia ha tenido esta obra en su trayectoria?
El concierto para violín de Sibelius es una obra maestra. El compositor trabajó en la partitura durante mucho tiempo. Es bien conocida la historia, con las dos versiones de la partitura, las dificultades de su estreno, etc. El resultado es una obra de enorme exigencia técnica, de fascinante inspiración y sin duda es uno de los conciertos más importantes de todo el repertorio para violín. Personalmente, es una obra que me ha acompañado siempre, desde lo más temprano de mi carrera. Sin ir más lejos, fue en el concurso Sibelius de 1995 donde conocí a Sakari Oramo, uno de los músicos con los que más he trabajado durante mi trayectoria. Posteriormente, muchos importantes debuts llegaron para mí de la mano del concierto de Sibelius. Se trata de una partitura con una identidad fuerte y clara, muy intensa y muy próxima además a esa seductora naturaleza de Finlandia, con esos paisajes tan cautivadores. De alguna manera Sibelius logró captar aquí también el alma de su pueblo y de sus gentes. Y por eso, entre otras cosas, es una obra maestra.
Usted ha estado siempre muy ligada a la música contemporánea. ¿Tiene ahora sobre la mesa algún estreno o encargo?
Ahora mismo no, pero estamos en conversaciones con varios compositores. Hay algo muy importante en torno a la música contemporánea: para que funcione, quizá de un modo que no sucede con otras piezas, debes sentir esa música como algo muy próximo. Por eso quizá sea tan importante estar vinculado al proceso creativo y al autor. Realmente hay un punto en el que sientes que esa música puede ser un vehículo para expresarte como persona y como músico, para llegar al público. Y por eso es tan importante apoyar la creación contemporánea, porque representa la renovación constante de ese nexo entre los artistas y la audiencia.
Me gustaría preguntarle finalmente por su instrumento. ¿Qué violín toca actualmente?
Sí, es un instrumento maravilloso. Se trata de un Guarnieri del Gesu de 1739 del que estoy enamorada. Lo crea o no, realmente me cuesta hablar de mi instrumento porque todavía me asombra su extraordinaria calidad y su enorme potencial. Es realmente un violín increíble, me fascina. Anteriormente, durante más de diez años, toqué con un Stradivarius, también espléndido. Pero este Guarnieri me da una confianza y una seguridad que antes no había sentido. Siempre tengo la impresión de que me acoge y me impulsa como intérprete. Tiene un sonido grande pero cálido, nunca tengo la impresión de que el sonido no sea suficiente. Realmente ha llegado un punto en el que me parece que con este violín son más sencillas algunas cosas que antes debía practicar una y otra vez. Es increíble. Por supuesto, el sonido no solo está en el instrumento, está en el músico, en su cabeza, en sus dedos, en su alma… pero con un violín así todo es más fácil y más intenso. Me siento afortunada.
Fotos: © André Josselin