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Nacer en tiempos de zozobra

I Festival Pamplona Reclassics. Ciudadela de Pamplona. 28/07/2020. Judith Jáuregui (piano), Jesús Reina (violín), Erzhan Kulibaev (violín), Isabel Villanueva (viola) y Damian Martínez (violoncelo), con obras de P. Sarasate, C. Saint-Säens, E. Granados, I. Albeniz, G. Cassadó y J. Turina.

29/07/2020. Ciudadela de Pamplona. José María Gallardo (guitarra clásica) y Miguel Ángel Cortés (guitarra flamenca), con obras de M. de Falla, J. M. Gallardo y otros.

Vivimos tiempos en los que conceptos como enfermedad, muerte, sufrimiento y similares ocupan minutos y minutos de los informativos en todos los formatos imaginables hasta el punto de lograr inocular en la sociedad una histeria colectiva, un miedo casi patológico que, entre otras consecuencias, está conllevando la autorreclusión y el cese siquiera momentáneo de la vida social de algunas personas. Un servidor lo vive entre sus más cercanos y no puedo sino manifestar mi más honda preocupación.

Vivimos tiempos en los que la cultura ha sufrido un golpe brutal manifestado en reducción de aforos cuando no la directa suspensión de distintas actividades por aquello del evitar la aglomeración de personas. Así, en el campo que nos ocupa, el de la música clásica, hemos visto como distintas actividades –algunas preñadas de solera- han tenido que ser remodeladas cuando no definitivamente suspendidas. 

A pocos kilómetros de la capital navarra un festival tan cercano y prestigioso como la Quincena Musical donostiarra que llegó a proponer, por poner solo dos ejemplos, dos óperas y dos veladas sinfónicas en torno a Gustav Mahler para la fallida edición ordinaria de 2020 ha terminado por reducir el número de los conciertos además de –al mismo tiempo- reformular los programas por aquello de reducir al máximo el número de músicos reunidos sobre el escenario. Por poner otro ejemplo, recientemente publicaba mi reseña sobre el V Festival Little Opera de Zamora donde también se ha tenido que reorganizar todo el programa del mismo, teniendo que improvisar una edición que, a la carrera, ha podido al menos salvar los muebles.

Hoy no sabemos que va a saber de la vida musical clásica en los próximos meses de otoño y la zozobra nos hace temer lo peor. Las agendas de artistas y melómanos están llenas de signos de interrogación y quién sabe qué será de las funciones operísticas y/o concertísticas previstas para septiembre y octubre. Y más lejos aun, si cabe.

¿Me está quedando esta crónica demasiado pesimista? Es posible. No niego que a pesar de pelear contra el abatimiento uno no puede abstraerse de toda la información que nos llega hora a hora. Y en estas circunstancias no debe negarse la estupefacción que produce que unos benditos locos decidan alumbrar un Festival de Música Clásica en la capital del viejo Reino de Navarra. ¿Habrán perdido el juicio? 

 

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¡Bendita locura esta, la que engendra música! ¡Bendito el desvarío que preña de ilusión a unos cuantos seres humanos, bien dirigidos por la mano firme de una música de prestigio y que se alza contra la adversidad! A fin de cuentas, en estos tiempos de zozobra un grupo de enamorados de la música con la violista Isabel Villanueva como bandera visible han encendido una pequeña luz, tenue, quizás imperceptible para los ahogados por la sobreinformación y que, sin embargo, supone un hálito de esperanza para la ciudadanía en general y los melómanos en particular: ha nacido Pamplona Reclassics.

¿Y qué es Pamplona Reclassics? Intuyo que este año nos quedaremos sin saberlo pues las extremas condiciones exigidas a la cultura en estos tiempos es posible que haya hipotecado esta primera edición hasta hacerla casi irreconocible. Seguramente habremos de esperar a próximas ediciones para vislumbrar hacia donde dirige sus pasos Pamplona Reclassics aunque intuimos que el deseo de fusión entre los mundos clásico y no clásicos será una de las piedras angulares, además de la apuesta por la música de cámara.

Al mando del timón la mencionada Isabel Villanueva, violista de reconocido prestigio, natural de la capital y que ha considerado que tras los sanfermines –esos ocho días de locura que este año no han existido- hay gente, tiempo y ganas para sacar adelante un festival de música clásica. Y allá que nos acercamos para vivir las dos primeras jornadas de un total de cinco.

Los conciertos se celebran en la Ciudadela de Pamplona, la zona amurallada que se encuentra enfrente del auditorio Baluarte, la principal infraestructura musical de la ciudad. Al estilo británico las sillas, colocadas sobre el verde del césped, en virtud de las normas sanitarias y en un total de trescientas se dispersan por un lateral de la misma y, afortunadamente, hemos podido disfrutar de dos noches de temperatura extraordinaria para disfrutar de la música en mangas de camisa. Siendo conciertos al aire libre no se esconde la amplificación, aspecto que va normalizándose en la música clásica como hasta hace poco parecía poco probable.

El primer día cinco músicos detallados en la ficha inicial nos ofrecieron un concierto homenaje a Pablo Sarasate con dos partes claramente delimitadas aunque se ofrecieron sin solución de continuidad: la primera, seis obras breves en los que cada solista –las más de las veces con el lujo del acompañamiento de la pianista donostiarra Judith Jáuregui- ofrecieron piezas de carácter virtuosístico en los que predominaba el alarde técnico y el efectismo. La respuesta del público fue sonora –ya se sabe que ahora para mostrar aprobación hay que aullar y silbar, por lo que es deducible el éxito del formato- de aprobación. La segunda parte estuvo ocupada por una pieza más densa, el Quinteto para piano y cuerda el sol menor, op. 1, de Joaquín Turina. Un público ávido de mostrar su jolgorio aplaudió entre todos los movimientos y, por lo menos para un servidor, la unión de las fuerzas de los cinco solistas nos ofrecieron la página más redonda de la noche.

Como único inconveniente de la interpretación puede apuntarse una cierta saturación de sonido por la mencionada amplificación, que castraba la proyección tanto de la mano izquierda de la pianista como la aportación del violoncello en el quinteto; es decir, que las notas graves pagaron el pato técnico, perdiéndose el necesario equilibrio entre cuerda y piano en los movimientos centrales de la obra de Turina.

Al día siguiente y a un horario algo intempestivo un servidor pudo disfrutar de un concierto de dos guitarras, formato infrecuente y más aun si se trata de fusionar la tradición clásica de la interpretación con la flamenca. He de reconocer ante el hipotético lector que haya llegado a estas líneas mi evidente limitación sobre este mundo, el de la guitarra flamenca en particular y el flamenco en general, así que bien puedo decir que, a estas alturas, este festival me ha ayudado a derribar otro muro.

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Por desgracia no existió apenas información acerca de cada una de las piezas del programa interpretado más allá de la mención que el mismo músico hizo micrófono en mano por lo que no puedo mencionar las piezas interpretadas durante gran parte del mismo aunque la base fue el CD Lo cortés no quita lo gallardo, protagonizado por los dos guitarristas que nos ocupan, a saber, José María Gallardo y Miguel Ángel Cortés. La única pieza presentada ex profeso fue Amargura, basada en la marcha procesional de semana Santa y que escribió Manuel Font de Anta, compositor sevillano coetáneo del mencionado Falla.

A las piezas interpretadas por el dúo se unieron una aportación clásica de Gallardo, interpretando transcripciones de tres fragmentos de El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla y otra –para mí desconocida- flamenca de Cortés. De nuevo la presencia de público fue importante y la recepción del concierto tan exitosa como la del día anterior.

En definitiva, buena música, un recinto envidiable, una climatología que ni pedida por encargo, una notable respuesta popular, un nivel interpretativo aplaudible e ilusión a raudales entre los organizadores. ¿Podremos vivir la II Pamplona Reclassics como estos últimos lo sueñan, sin zozobra que nos acongoje? Que así sea.