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No fue nada fácil

Nadie logrará conocerse. Cuarteto de la guerra II. Xavier Güell. Ed. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.

Xavier Güell presenta, de la mano de Galaxia Gutemberg, el segundo de los títulos que forman su Cuarteto de la guerra: Nadie logrará conocerle. Esta vez es Richard Strauss el protagonista. El maestro muniqués fue uno de los mejores directores de orquesta de su tiempo y, sin ninguna duda, es uno de los compositores fundamentales de la historia de la música clásica, especialmente de la ópera, donde creó auténticas obras maestras. Sin embargo, su historia personal, que fue bastante tranquila la mayor parte de su vida, se vio alterada con la llegada de los nazis al poder. De las consecuencias que tuvo esta politización de la vida de Strauss parte Güell para novelar una vida que siempre resulta interesante recordar. Uno de los aciertos del autor es comenzar el prólogo del libro con ese soliloquio personal del compositor sobre lo que hizo y sus consecuencias, sobre las contradicciones que para muchos tuvieron sus acciones. Strauss está en Suiza en 1948, pendiente de la desnazificación a la que se ve sometido por ser la cabeza visible de la música germana en el apogeo hitleriano. Él no tiene remordimientos: ayudó a la parte judía de su familia, defendió a Stefan Zweig… pero la historia no perdona.

Una vez pasado el Prólogo comienza la Ópera. Primer acto: nos situamos en 1906, recién estrenada Salome en Dresde. Todo gira alrededor de la amistad entre Gustav Mahler y Strauss, y de la influencia que su música tuvo, en el marco del estreno en la ciudad austriaca de Graz de esa ópera de temática bíblica. Güell, con sus situaciones y diálogos inventados, nos dibuja una de las relaciones entre compositores más interesantes de finales del siglo XIX y principios del XX, en la también aparecen figuras como Alma Mahler, y compositores como Schoenberg, Zemlinsky o Berg y, cómo no, una figura fundamental en su vida, su esposa, la soprano Pauline de Ahna. Segundo Acto: saltamos a 1933, a la casa de los Wagner en Bayreuth, la famosa Wahnfried. Este decorado le sirve a Güell para enfrentarse a esa dicotomía que ya hemos comentado en la vida de Strauss: su afinidad con el nazismo y su defensa de ciertos judios a los que les une parentesco o amistad. También una lucha que tuvo en el compositor, que fue uno de los primeros adalides en la lucha por los derechos de autor.

Tercer acto: 1940. Berlín, Viena, Múnich. Estamos en plena II Guerra Mundial. Strauss no es político. Pudo tener simpatías nazis, pero no siempre comulga con su cultura-propaganda y el implacable Goebbels se lo recuerda, pero el compositor le planta cara, aún conserva toda su fama. En 1942 estrena Capriccio, será su última ópera. La guerra sigue y la presión sobre su familia también, pero no descubramos el final. Güell humaniza a Richard Strauss en este relato, lo hace cercano, nos hace entender su vida (que en su tercio final no fue nada fácil) y su obra. Y eso conlleva conocer y comprender una parte muy importante de la historia de la música y de Europa de la primera mitad del siglo XX.