La isla desierta y un libro
A menudo, en entrevistas sin mucha imaginación o en cuestionarios cerrados aparece la pregunta “¿Qué libro o disco se llevaría a una isla desierta?”, con la intención de que el entrevistado elija un título que ha significado o significa para él algo especial, un interés o una unión que perdura a lo largo del tiempo. Desde Platea, siendo poco originales, le hemos pedido a colaboradores y amigos que eligieran un libro sobre música que sea o haya sido importante en sus vidas como melómanos. En estas reseñas (que irán apareciendo puntualmente) seguro que va parte de sus vidas, de lo que ha hecho que amen este arte.
Sabiduría convencional
El contenido de las formas musicales
Probablemente debería disculparme por recomendar un libro que no está traducido al español, pero es que ese es precisamente unos de los motivos de mi elección. Conventional Wisdom de Susan McClary, es un buen ejemplo de ese imprescindible movimiento llamado Nueva Musicología, surgido en el mundo anglosajón hace ya unas décadas y que todavía no ha tocado nuestro entorno editorial. Algo ciertamente preocupante.
Este movimiento, y en particular este libro, persigue algo que es práctica común en otras disciplinas artísticas pero no en el campo de la música: buscar las condiciones sociales que generan una obra de arte. A nadie se le ocurriría hoy hacer un estudio serio de la literatura o de la pintura barrocas sin hacer referencia el contexto de la época. Sin embargo, para la musicología tradicional, la forma musical ha sido algo así como un ente autónomo al margen de cuestiones como el género, las dinámicas de poder o la política; endogámica y autorreferencial, como si estudiar una obra tratara de analizar progresiones de acordes que tan solo se relacionan con ellos mismos.
Frente a esto, McClary declara buscar un análisis formal en términos de lo que Barthes llamaría mitologías, Kuhn paradigmas y Silverman ficciones dominantes. Con su mirada crítica, recorre desde Bach y Mozart hasta Phillip Glass pasando incluso por Prince, mezclando ejemplos de la alta cultura y de la cultura popular para demostrar la universalidad de sus argumentos.
Aunque la autora no lo enuncie explícitamente en esta obra, su análisis de la historia está fuertemente enfocado a cuestiones de género. Explica el nacimiento de jazz, no como la inevitable amalgama nacida del encuentro de las formas africanas con las formas tradicionales europeas, sino como una expresión de la subjetividad femenina, aderezada con una vertiente erótica a manos de una mujer pionera, Bessie Smith. Algo que considera negado por las posteriores interpretaciones masculinas blancas.
Aborda también el establecimiento de la tonalidad en el siglo XVIII, no como una evolución autónoma e inevitable de la forma musical, sino como el reflejo de una época -la de Enciclopedia- donde existe una confianza nueva en que los ideales de la comunidad se pueden alcanzar, si son expuestos en la esfera pública con claridad. Defiende que el sistema tonal es una convención que no tiene nada de natural, solo resulta natural una vez que el oyente se ha habituado. La tonalidad esconde su propia ideología a la vez que triunfa.
Completan el panorama el Romanticismo alemán, no como un impulso emancipatorio sino como una reacción al capitalismo; y la música contemporánea como expresión de unas fuerzas muy vivas, no como los despojos que han quedado tras el fin de la historia musical, tras la culminación y la disolución de las formas puras.
Uno tiene la sensación de que McClary lleva con frecuencia sus argumentos demasiado lejos. Pero es innegable la agudeza de su mirada, reveladora por dos buenas razones. En primer lugar, por la demostración de que no es posible entender las formas musicales al margen de su contexto. Y en segundo, por cuestionar la distancia entre eso que llamamos “musical” y “extramusical”, dando razones sensatas a aquellos que siempre hemos tenido la intuición de que seguramente sean la misma cosa.