El dolor trascendental en Beethoven
Beethoven. Su desarrollo espiritual. J.N.W. Sullivan. Ediciones La Llave. Barcelona, 2019.
Con un 2020 a la vista y consagrado a celebrar la figura rotunda de Beethoven, he aquí una de las iniciativas editoriales que se multiplicarán a lo largo de los próximos meses. En este caso, la de Ediciones La Llave con un pequeño pero muy difundido libro sobre el compositor de Bonn, especialmente en el ámbito anglosajón, a lo largo del siglo pasado.
Sullivan fue un prolífico divulgador y periodista, con notable capacidad comunicativa. Y en eso se apoya gran parte de las virtudes de la obra, publicada hace ya casi una centuria y que ocupa un lugar peculiar dentro de una producción más dedicada a otras áreas del conocimiento. No estamos frente a ningún estudio analítico de su obra, pero tampoco frente a una rigurosa biografía. ¿De qué se trata entonces? Moviéndose en terreno de nadie, el autor presenta un recorrido narrativo en el que la música, las experiencias vitales del compositor y su vida mental se entrelazan constantemente.
Las premisas de Sullivan son muy claras y muestra sus cartas desde el principio, dedicando íntegramente el primer libro de los dos en los que se divide el volumen (“La naturaleza de la música”) a exponer cuáles son. Es hacia el final de ese breve primer libro, en el apartado “La música como expresión” (pp. 39-52) cuando el autor divide las obras musicales en tres tipologías –“hay composiciones que existen en el aislamiento (…) hay composiciones que brotan de un contenido espiritual y expresan experiencias espirituales (…) hay la clase de música generalmente llamada música descriptiva”– situando a Beethoven en la segunda de ellas de tal modo que su música, a lo largo de distintas etapas, se describe como una reacción condicionada por su naturaleza espiritual y a la vez una revelación de la misma.
De lectura ágil y buen ritmo narrativo, el texto responde al subtítulo porque parte de la idea de que en la obra de Beethoven existe un largo desarrollo orgánico que se puede reseguir, como Sullivan manifiesta en el tercer capítulo del segundo libro (“El espíritu de Beethoven”) y pone en práctica en el breve análisis de la evolución estilística del siguiente capítulo (“El héroe”). Es el quinto capitulo el más elocuente, donde encontramos reflexiones interesantes sobre la obra sinfónica del compositor y su evolución, antes de llegar a fragmentos algo decepcionantes, de anecdotario y poca enjundia sobre la sonata Hammerklavier. Todo lo contrario de lo que sucede con las interesantes consideraciones sobre los últimos cuartetos y el uso del dolor como categoría trascendental en la sorprendente Große Fuge: “Estar dispuesto a sufrir para crear es una cosa; comprender que la creación propia necesita el sufrimiento propio (…) es casi llegar a la solución mística del problema del mal” (p. 173).
En el último capítulo, paradójicamente sin rigor terminológico pero sí notable claridad expositiva, Sullivan vincula Beethoven a lo que denomina la “grandeza” y no a una belleza que desborda. Sin saber si el autor leyó o no a Kant, está hablando de la categoría estética de lo sublime, perfectamente definida por el filósofo de Königsberg y vinculada a la experiencia romántica del arte, puesto que se corresponde absolutamente con lo que Sullivan define y de lo que depende la tesis central del libro. Esto es, que la música de Beethoven es “de mayor grandeza que la producida por cualquier otro artista. Su grandeza depende de lo que hemos llamado su contenido espiritual; es algo que el oyente percibe directamente, aunque sea incapaz de formularlo” (p. 183).
Los escollos que tiene que enfrentar un libro como este en 2019 no son pocos y tienen que ver con gran parte de los ataques que ya recibió en el pasado. Principalmente se me ocurren tres. En primer lugar, su carácter profundamente especulativo. En segundo lugar, un aparato conceptual y teórico de corte romántico hoy desacreditado –muy determinado por la categoría de genio–. Y en tercer lugar, last but not least, el hecho de que todo el texto gire en torno al concepto de espíritu, expulsado de la vida cultural, intelectual y académica en las últimas décadas –con particular gravedad en todas aquellas disciplinas que estudian la mente, la conciencia y su relación con la creatividad humana–. Este último escollo, sin embargo, habla peor de nuestra época y sus prejuicios –ideologías disfrazadas de rigor científico–que del libro de Sullivan, sugestivo texto para ser releído y degustado, por mucha distancia que nos separe en tantos aspectos.
La riqueza literaria de su escritura, la potencia de sus imágenes o la capacidad para sugerir reflexiones a partir de documentos y correspondencia del compositor, lo convierten en una cautivadora puerta de entrada a la figura de Beethoven para no iniciados, sin más (ni menos) pretensiones que las de adentrarse una y otra vez en su universo musical enriqueciendo la escucha con un marco espiritual apasionante.