oltra villanueva libro

El significado vivo del legado

La expresión estructurada. Trayectoria vital y creativa del compositor valenciano Ramón Ramos Villanueva (1954-2012). Héctor Oltra García. Edictoràlia Música. Valencia, 2019.

Hace dos años Héctor Oltra leyó en la Universidad Politècnica de València esta tesis doctoral que ahora toma forma de libro. Un exhaustivo estudio sobre la vida y obra del compositor valenciano Ramón Ramos, convenientemente aligerado para su publicación en este volumen de casi quinientas páginas, divididos en tres grandes capítulos que abordan biografía, catálogo y estética. En el primero de ellos, un seguimiento detallado y año por año de esa trayectoria vital, muy fundamentado en testimonios y documentos originales, en un trabajo de campo tan abrumador como metodológicamente ejemplar. El segundo aspecto, materializado en una minuciosa relación de fichas catalográficas, es de gran valor documental y representa un excelente punto de partida para la difusión y el estudio de su obra. Por último, el análisis de su pensamiento estético nos revela un compositor muy atento a las posvanguardias europeas a través del contacto con sus centros principales, más allá de sus primeras sinergias con otros compositores españoles en Alemania, o el magisterio decisivo de Günther Becker en Düsseldorf que le ofreció solidez, recursos técnicos y conocimiento de múltiples corrientes creativas.  

Un acercamiento muy inteligente en este capítulo, el de Oltra, elaborado desde dos posturas estéticas fundamentales en la producción de Ramos; el Estructuralismo y el Experimentalismo, que el autor entiende desde una dialéctica entre el orden constructivo por un lado, y la búsqueda con énfasis en el parámetro tímbrico por el otro.  La primera postura ofrece una gran multiplicidad de sistemas compositivos utilizados como recurso e identificados en diferentes etapas de su catálogo, desde el dodecafonismo hasta la politonalidad y polimodalidad, pasando por el indeterminismo o el empleo de recursos de diversa índole como grafismos, escritura microinterválica o Klangfarbenmelodien. Todos ellos agrupados e identificados en una acepción amplia de lo que Oltra denomina “fundamentos estilísticos”.

Ramos no olvidaba el aspecto ético-estético, que es el que religa ambas líneas y da sentido al título de “Expresión estructurada”, como recoge la memoria presentada en 1990 para la oposición a Catedrático de Composición en el Conservatorio Superior de Alicante: “Jamás en toda la historia de la música se pudo disponer de tanta libertad a la hora de escoger el material sonoro. Ahí radica precisamente uno de los principales problemas de la composición actual. Componer no es exponer, sino sacar el máximo provecho a uno a unos pocos elementos primarios (...) Limitarse en la elección del material es imprescindible para hacer una composición coherente” (p. 355). Por su parte Oltra sabe auscultar el horizonte estético del compositor, caracterizado por una enorme pluralidad de procedimientos y lenguajes, y argumenta (apelando a autores como Adorno y Boulez, o más cercanos como el compositor Javier Costa) la necesidad de no imponer al objeto –las obras– un acercamiento normativo, porque es al revés, el propio objeto de estudio el que impone los rasgos de ese análisis. Un posicionamiento que “queda ampliamente justificado ante la figura de Ramón Ramos, ya que su música no se adscribe a un único sistema compositivo, sino que, al contrario, hace gala del empleo de una gran diversidad de técnicas compositivas y ángulos estéticos” (p.352). 

Más allá del rigor exigible a cualquier investigación avanzada como esta lo es, el principal valor del trabajo es la capacidad para trascender los esquemas que impone el corsé académico, por parte de alguien que ha sido cercano al compositor como discípulo. El prólogo de Sixto Manuel Herrero y la entrañable carta de sus hijos Carlos, Ramón y Francisco son ya en su tono cálido una declaración de intenciones. En este sentido, Oltra consigue ofrecer una imagen viva del compositor, que respira y toma cuerpo, sin dejar de darle voz propia y hacerla dialogar con otras voces. 

Sin dejar de subrayar su sello personal, la trayectoria del compositor valenciano mantiene numerosas similitudes con otras dentro de nuestras fronteras, y ello desde la propia definición que encontramos en el prólogo, como “una isla en medio del océano” (¿a cuántos compositores en cuántas ciudades españolas se les ha definido como tal en el siglo XX?) junto al hecho de completar su formación en el extranjero. Ya sólo por hacer una observación, sería fantástico haber contado con un índice onomástico para un trabajo rico en referencias, lo que aligeraría mucho la consulta como herramienta útil que también debe ser. En suma, una publicación que deberá tener en cuenta cualquier musicólogo o intérprete interesado en la música valenciana y española del siglo pasado, y por descontado en la figura de Ramón Ramos, que sólo había recibido atención en forma de publicaciones parciales y dispersas.  

Sin duda se avanzado en el campo de la investigación musicológica española. Mucho menos lo ha hecho en la materialización sonora que sepa sacar fruto de ella, atreviéndose a poner en los atriles música que se rescata o reivindica con rigor y entusiasmo, aunque en este caso el propio Oltra lo haya hecho en su faceta de director. Pero son los programadores y gestores culturales que manifiestan cobardía y estrechez de miras siempre que tienen oportunidad. En este último aspecto, existen suficientes elementos como para afirmar que vivimos tiempos de involución preocupante. Por eso más que nunca recibimos con esperanza y agradecimiento, que no con alegría, publicaciones como esta, que desde su ámbito colocan a creadores nacionales en su justo lugar. Las palabras de Oltra al inicio del segundo capítulo, deberían retumbar en todas las salas y auditorios del país –también en aquellos cuyos techos se caen a pedazos– para entender en qué consiste el legado cultural de un país sin el cual no es más que una estructura administrativa inerte: “sin partitura no hay música, y sin ella el legado del autor se pierde inexorablemente” (p. 215).