DEEP LISTENING OLIVEROS

Aprender a escuchar

Deep Listening. Una práctica para la composición sonora. Pauline Oliveros. Edictoràlia. Valencia, 2019.

La compositora Pauline Oliveros (1932-2016) participó activamente en Estados Unidos de ese período, tras las dos guerras mundiales, en el que la música buscaba por encima de todo emanciparse de las estructuras y categorías tradicionales. Como Steve Reich, Terry Riley o Annea Lockwood ella fue una figura típica de ese contexto en la medida en que su actividad incorporó las experiencias más dispares, dialogando con disciplinas y lenguajes diferentes que muchas veces se materializaban en performances, en su caso muy preocupada por un tratamiento diferente de la voz. Esencial en la fundación de un centro de vanguardia como el San Francisco Tape Music Center en 1962, Oliveros fue una pionera en muchos aspectos, también con la creación de la Deep Listening Band en 1988

No cabe duda de que estamos ante un libro peculiar en el contexto de nuestras reseñas y de la literatura musicológica en español, fruto de la inquietud de Edictoràlia y la iniciativa de Sergio Sánchez y Juan Jesús Yelo, artistas sonoros de la Asociación Intonarumori. Podríamos decir que la tipología que mas se acerca es la de “manual”; una caja de herramientas para hacer algo. Ese algo es la Deep Listening o “escucha profunda”, una práctica o método surgido de esta (así la define Caterina De Re en uno de los anexos) desarrollada por Oliveros, a la que llegó, como confiesa en el prefacio, distanciándose de su formación musical tradicional y que fue la piedra de toque de su pensamiento estético. En este sentido, desembocó en las reflexiones que recoge sus Sonic Meditations (1971) tras darse cuenta que más allá de la lectura de una partitura y ejecución técnica, “escuchar no formaba parte de la interpretación”. Ahí está el fundamento de la Deep Listening, que además de la propia reflexión de Oliveros se nutrirá de disciplinas tradicionales como el taichí o el yoga que no han olvidado las dimensiones sutiles de nuestra percepción, y son capaces de “crear y almacenar energía en el cuerpo” (p 49). 

Por encima de todo, la escucha profunda se propone transformar nuestras formas de recibir y producir sonido, en la medida en que se trata de “una experiencia sensorial y de conocimiento que rompe diametralmente con la sinergia actual de nuestra percepción” (p. 8). ¿Qué es lo que caracteriza nuestro actual “paisaje sonoro” o Soundscape, utilizando el concepto de Murray Schafer? A veces no hace falta salir a la calle para comprobarlo, pero una sala de conciertos puede ofrecer una buena medida: el ruido y la hipertrofia acústica.

Frente a ello se propone la práctica de la Deep Listening, ejercicios que incluyen “trabajar con la energía, con el propio cuerpo, con la respiración, con la vocalización, con la escucha y con los sueños” (p. 39). La mirada creativa no obstante, no puede ser obviada porque sigue siendo central para Oliveros: “fomentar la escucha de un entorno, su cuidado, y la idea de compartirlo supone una invitación al trabajo creativo” (p. 101). Como se puede intuir pues, la propuesta es ambiciosa y además del horizonte artístico tiene una dimensión claramente terapéutica (dos ámbitos que sólo en determinado momento de la historia occidental se separaron), que finalmente apunta a dotar de herramientas para ampliar la percepción de los sonidos, y dentro de las enormes limitaciones del oído humano, aumentar la conciencia de la experiencia auditiva.

Sin duda la práctica de la meditación tiene un papel esencial en todo ello, no sólo por facilitar la introspección –como recuerda el testimonio de Doug van Nort en el apéndice– sino también porque supone centrar la atención, en este caso hacia la interacción entre sonidos y silencios. En definitiva, a concebir la escucha como una actitud voluntaria, cosa que lleva a Oliveros a distinguir entre la operación física de oír y “prestar atención a lo que se percibe tanto de manera acústica como psicológica”, esto es, escuchar.

Se trata de un libro eminentemente práctico, con guión completo de las clases y ejercicios detallados de todo tipo: respiración, posturas, improvisación, grabación, elaboración de un “diario de la escucha”, dinámicas basadas en el slow walk... y a pesar de ello se ofrecen algunas aportaciones teóricas y reflexiones esclarecedoras de testimonios valiosos, . Por eso, aunque se dirige a un público amplio, puede ser especialmente útil para educadores, que con una traslación casi inmediata (aunque después de una larga y sostenida práctica en el tiempo) lo pueden aplicar en una clase. 

La edición, que incluye webgrafía, bibliografía y un pequeño glosario, es muy manejable y el diseño de Paco Vico, en el que destaca en portada un detalle de la obra Noche Transfigurada de Paco Ñíguez, está cuidado. En resumen, la traducción de Francisco Campillo pone en las manos del lector en español, catorce años después de su publicación, un documento sugerente más allá de su influencia en el arte y la creación sonora de la segunda mitad del siglo pasado.

Quizás lo que mejor permite calibrar la trascendencia del planteamiento que contiene el libro no sea una aportación de la propia Oliveros, sino una cita colocada al inicio del prefacio de la polifacética compositora Lucia Dlugoszewski: “La primera preocupación de cualquier clase de música es hacer saltar por los aires de un modo u otro la indiferencia ante el oír, la frigidez de la sensibilidad: debe crear ese instante de resolución que llamamos poesía. Nuestra rigidez se desmorona en el momento en que se produce ese renacimiento: es, por así decirlo, como si oyéramos por primera vez.”