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Hacia una nueva historiografía musical

El compositor Carmelo Bernaola (1929-2002). Una trayectoria en la vanguardia musical española.
Daniel Moro Vallina. Universidad del País Vasco, 2019.

Carmelo Bernaola perteneció a esa generación de creadores que a partir de mediados de los años cincuenta trató de despegarse de inercias y lastres, pese a trabajar en un contexto que no invitaba a hacerlo. Y el vizcaíno fue una de las figuras importantes de su generación, influyente también en su faceta de pedagogo tanto en Madrid como en Granada y Vitoria. Precisamente Juanjo Mena explicaba, hace tres años en una entrevista para Platea Magazine, cómo Bernaola le descubrió la aproximación fenomenológica y la orquesta en toda su profundidad y matices, y se convirtió en un canal de transmisión de las lecciones de Sergiu Celibidache, que junto a Gofredo Petrassi y Bruno Maderna se presentan como las influencias más decisivas sobre el compositor.

Que hasta el momento sean cinco los libros dedicados a la figura del vasco, y este de Daniel Moro merezca no sólo ser considerado sino ocupar un lugar de privilegio, nos da una pauta de su valor. Este libro es producto de una sólida tesis doctoral leída en la Universidad de Oviedo en 2015, y dirigida por una figura indiscutible de la musicología nacional, imprescindible en lo respecta a su aportación sobre las vanguardias españolas del XX, como es Ángel Medina. Si bien en muchos casos el fruto del arduo trabajo de una tesis doctoral muere al segundo de nacer y se convierte en un acto fútil y gratuito –hablo de lo que he vivido en primera persona los tres últimos años–, como recuerda Medina en su prólogo, esta excelente aportación ha vivido un proceso de proyección social, con difusión, publicaciones y merecidas distinciones. Tiene mucho que ver con la capacidad del investigador y el desarrollo del propio trabajo, y este ha seguido un camino bien trazado desde el principio, con respaldo institucional y estancias internacionales.

450 páginas de riguroso trabajo, que combina el enfoque biográfico -ya transitado, con lagunas, en otros estudios sobre el compositor como recuerda Moro en la introducción, destacando el de García del Busto- y el análisis sistemático de su producción -principal aportación de la investigación-, donde cobran sentido en toda su profundidad las denominadas “estructuras interválicas” a partir de Superficie n. 1 (1961) y que estas páginas permiten entender en su contacto con Anton Webern y las lecciones de Petrassi en Roma (1960-1962).

Resulta muy meritoria la labor de síntesis del primer capítulo respecto a la manida etiqueta de Generación del 51, tan llena de prejuicios, intereses políticos y todo tipo de desatinos, al que el autor obligatoriamente tiene que acudir para situar su objeto de estudio, practicando una revisión crítica de irreprochable factura; tal es el caso de la sesgada lectura de Tomás Marco bajo la infortunada expresión sobre la necesidad de “quemar etapas” que menciona Moro, pese a que Fernando Ruiz Coca lo hiciera bastante antes, con siniestras implicaciones políticas, en un texto que precisamente el autor cita en otro lugar (p.191). Todo ello aunque no sea pertinente adscribir la obra de Bernaola a esta, como sucede en tantos otros casos, producto tanto de la actitud del compositor como del carácter artificioso de la etiqueta. En cualquier caso, 1951 es el corte cronológico que Moro elige “asumiendo el carácter reduccionista de cualquier categorización” y por “motivos prácticos”, y a partir de este elabora una reconstrucción histórica impecable en muchos aspectos, desde la metodología hasta el manejo de las fuentes primarias. A ello debemos sumar análisis musicales de sumo interés, que no son meros acompañantes de dicho recorrido sino que permiten comprenderlo en toda su profundidad, a partir del Cuarteto núm. 1 (1957).

De igual modo, se aportan observaciones muy interesantes a otras facetas como la de conferenciante, que merece incluso la inclusión de una tabla con el listado de conferencias ofrecidas por Bernaola (p.181). Tremendamente enriquecedor es asimismo el apartado dedicado a la posición de Bernaola ante algunos problemas de la música española, como el de su música religiosa o las consideraciones sobre la reforma de la música sacra (p. 275). Si algo lamento, son algunos difíciles equilibrios que el autor parece realizar, en ocasiones, para explicar y/o justificar, la “incómoda” por decirlo así posición política de Bernaola respecto al régimen. Es justo reconocer, eso sí, que Moro no tiene reparos en admitir que aunque no quisiera, el compositor “tomó partido en una situación que no podía admitir medias tintas” (p.231).

En resumen, el volumen (que se completa con un útil catálogo actualizado) sigue la sobria estructura de una tesis doctoral, y su contenido responde la precisión que se exige a una investigación académica. Eso no es óbice para que su lectura resulte apasionante en muchos pasajes, con tintes divertidos especialmente en el noveno y último capítulo, consagrado al retrato que los medios dibujaron del compositor.

No nos quedan dudas de que Moro ha logrado un equilibrio ejemplar entre la minuciosidad científica y el acercamiento vivo que recoja todas las dimensiones de Bernaola. Pero sobre todo, ha rescatado con palabras la música, que es lo que le interesaba al otxandiarra, en su justa magnitud. El musicólogo pertenece a unas generaciones no sólo más preparadas que anteriores -cuya historiografía sigue teniendo tanta difusión- sino más desprejuiciadas y liberadas de intereses para ofrecer una reconstrucción histórica de la música española sin sesgos ni tergiversaciones, ni voluntad de instrumentalización. Por el bien de nuestra historiografía musical, son la que deberían convertirse en referencia las próximas décadas con trabajos como el presente.