Rouvali Fernandez OCNE21 

De la incertidumbre al disfrute 

Madrid. 17/01/2021. Auditorio Nacional. Orquesta Nacional de España, con obras de C. Saint-Saëns y F. Schubert. Eduardo Fernández (piano) y Santtu-Matias Rouvali (dirección musical).

La verdad es que conocer el programa del concierto en cuestión no ha sido fácil. Primero fueron los Carmina Burana, de Carl Orff, que por motivo de la pandemia y la alergia a la aglomeración de artistas en espacios reducidos, fue sustituido por un programa Sibelius/Schubert  que acabo siendo un programa Saint-Säens/Schubert del que me entere horas antes del mismo.

No pasa nada. Supongo que las dificultades propias de la organización de un largo ciclo de conciertos se está agravando en estos momentos. En cualquier caso no puedo negar cierta incertidumbre personal ante el concierto aunque –no nos engañemos- al final todo se relativiza si la interpretación de lo ofrecido es adecuada. 

Lo cierto es que la incertidumbre del programa se alargó durante el mismo porque no terminé de conectar con Eduardo Fernández y su interpretación del Concierto para piano nº 2 en sol menor, op. 22, de Camille Saint-Säens (1868). Vale que el tempo de cada uno de los movimientos permite cierta libertad al intérprete pero su ejecución me transmitió frialdad y oscilación hasta el punto de crear sensación de inseguridad y algunas notas borrosas. Hubo, sobre todo en el segundo movimiento, momentos brillantes pero… No dudo de la calidad del solista y su sólida trayectoria aunque no puedo negar transmitir cierta irresolución en su interpretación. Tampoco la reacción popular fue llamativa aunque ya se sabe que hay que aplaudir hasta recoger el bis.

La segunda parte estuvo centrada en la Sinfonía nº 6 en Do Mayor, D.589, de Franz Schubert (1818). Es una de las menos conocidas del compositor y por ello podemos agradecer su programación y más vista la lectura, diáfana y precisa del maestro finlandés, insultantemente joven, Santtu-Matias Rouvali. Este director tiene un gesto muy aéreo, pareciera que dibuja en el espacio la partitura y es uno de esos maestros que resultan “cómodos” de ver dirigir porque tienen una capacidad descriptiva casi pedagógica. En la primera parte estaba colocado delante del solista –siempre me ha sorprendido tal disposición solista/director en una obra concertante- y creo, sinceramente, que desarrolló todo su potencial en la segunda obra.

Líneas diáfanas, expresividad, diálogo permanente con las distintas secciones del grupo orquestal –especialmente cuerda/viento en los dos últimos movimientos- y, como consecuencia, una interpretación bastante liviana, adecuada en mi opinión al estilo schubertiano, con la percusión adquiriendo un protagonismo sonoro llamativo. Aquí la reacción del respetable fue mucho más consistente y pude abandonar el recinto convencido de que el concierto había elevado vuelo en la segunda mitad. 

Ahora los conciertos tienen que tener una duración aproximada de sesenta/setenta minutos y hasta los bises están muy medidos, aunque parece que poco a poco se va abriendo la mano. Así, uno ya sabe que en el turno del domingo antes de la 1 del mediodía uno podrá enfrentarse al hecho de tener que discurrir por la nieve helada madrileña intentando llegar a destino, sea este cual sea.