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Hilary Hahn, violinista: "El mayor reto para un artista es salir de sí mismo" 

La violinista Hilary Hahn había decidido tomarse un año sabático durante la temporada 19/20. La pandemia irrumpió sin embargo hace ahora un año, de tal modo que la solista estadounidense lleva ahora dos años lejos de los escenarios. Y sin embargo ve ahora la luz su último álbum, grabado precisamente antes de ese largo lapso de tiempo, junto a la Orquesta Filarmónica de Radio France y su director titular Mikko Franck. Se trata de un álbum consagrado a París, que incluye entre otras obras la primera grabación de Deux Sérénades, obra póstuma del compositor finlandés Einojuhani Rautavaara.

Acaba de publicar un nuevo álbum, Paris, que parte de su relación con la Orquesta Filarmónica de Radio Francia, de la que fue artista residente hace un par de temporadas. El CD presenta una valiosa novedad, la primera grabación de Deux Sérénades que Rautavaara compuso precisamente para usted y que vieron la luz tras el fallecimiento del compositor finlandés.

Es interesante porque el álbum no se concibió, en un principio, como un trabajo en torno a París, la ciudad a la que está dedicado y que de hecho le da título. Pero conforme el proyecto avanzaba nos dimos cuenta de que todas las obras y todas las historias que había detrás de ellas confluían en ese mismo lugar. Como usted menciona, todo parte de la residencia artística que lleve a cabo con la Orquesta Filarmónica de Radio Francia, junto a su maestro titular, el finlandés Mikko Franck. Mi tiempo con ellos, como artista residente, puso el broche a una larga colaboración profesional con esta orquesta, sin duda una de las formaciones con las que más he actuado a lo largo de mi carrera. 

Además el entendimiento con Mikko Franck ha sido siempre extraordinario. De modo que todo fluyó de una manera realmente mágica cuando empezamos a llevar a cabo la residencia artística. Y fue entonces de hecho cuando tuve noticia de la existencia de las piezas inéditas de Rautavaara. Mikko Franck había tenido una vinculación muy estrecha con el compositor y con su obra; es, yo diría, el mejor embajador de su música. De ahí que todo confluyera de un modo realmente mágico y especial en torno al estreno de estas dos piezas. 

Y de ahí partió de hecho la idea de este álbum. Queríamos grabar estas partituras de Rautavaara y fuimos decidiendo qué otras piezas podían incluirse en el CD. Conociendo Mikko mi conexión con Prokofiev y la predisposición de la orquesta hacia este repertorio, enseguida concluimos que su Concierto no. 1 era una pieza ideal para este álbum. Y en el caso de Chausson debo decir que fue un capricho personal, más bien un sueño, un deseo. Si hay una pieza que yo quería grabar con esta orquesta, sin duda alguna esa era el Poema para violín y orquesta op. 25. Curiosamente, a pesar su extraordinario valor, es una partitura rara vez programada. De ahí que valorase tanto la posibilidad de tocarla y grabarla en unas condiciones tan ideales. Es una pieza muy particular, no existe la habitual diferenciación entre la parte solista y el acompañamiento de la orquesta. La música aquí conforma un todo y es muy importante contar con esa conexión entre los intérpretes.

Y París como ciudad, como tal, ¿es una capital con la que usted tenga una relación especial, a nivel personal y profesional?

Sí, así es. Es una ciudad con la que tengo muchos vínculos. El primero y el más importante, como decía, con la Orquesta de Radio France, con la que he tocado desde que era una adolescente. Pero además siento que París es parte de mi, de mi voz por decirlo de alguna manera. He ido regularmente cada año, incluso en varias ocasiones cada temporada. Y he pasado allí varios periodos vacacionales. Es una ciudad que conozco bien, tengo allí muchos amigos, etc. Son tantos años actuando allí que incluso he conocido salas de concierto que ya no existen o que ya no se usan para clásica. Ahora que lo pienso, reflexionando en voz alta, quizá sea la capital con la que tengo una relación más estrecha, es curioso.

Volviendo sobre las piezas de Rautavaara, imagino que es muy especial sentirse parte de unas piezas que han nacido con y para usted, expresamente.

Es muy emocionante, sí. Es algo que nunca hubiera podido planificar. Lo asumo como un regalo del destino, de la vida, de la profesión en suma. Es un gran honor. Y al mismo tiempo lo percibo como un principio y un final. Recuerdo muy bien la noche en que estrenamos la obra. Normalmente el compositor está en la sala, cuando tiene lugar un estreno así. Pero esto no era posible con Rautavaara, por razones obvias. Y sin embargo su presencia se podía sentir, era algo palpable en la sala. Y decía que lo percibo como un principio y un final porque a partir de ese concierto la obra ha encontrado por fin su cauce, su destino, pero al mismo tiempo queda liberada, comienza un viaje para que otros intérpretes la hagan suya. Es algo maravilloso, poder formar parte de un proceso creativo de esta manera. 

Al margen de todo esto, la obra es preciosa. Trabajé intensamente con Mikko Franck para conocerla bien. Una particularidad de Rautavaara es que casi toda su música está concebida como si fuese música vocal, desde un punto de vista melódico. Y esto implica conocer de algún modo su lengua natal para reconocer dónde deben estar los acentos. Mikko Franck fue determínate para que yo pudiera conocer bien todo esto, el alma de la obra más allá de sus notas. 

Hace ahora un año comenzó la pandemia del covid-19. Y lo cierto es que justo unos meses antes, en el otoño de 2019, usted había decidido tomarse un año sabático. Por lo que, en su caso, hablamos de dos años sin actividad profesional sobre los escenarios. 

Así es, mi segundo año ya fuera del circuito (risas). Es tremendo, si lo piensas… Básicamente dos temporadas sin actuar. Ha sido todo muy extraño. Yo siempre he planificado tomarme periodos de descanso, de desconexión y reflexión, pero esto ha sido muy distinto. Un año sabático, tal y como yo lo concibo, es un tiempo para dejar que las cosas sucedan y fluyan. No es un tiempo para programar todo lo que no has podido hacer mientras tu agenda te mantenía atado. Es un momento para diluirse, de algún modo, para preguntarte quién eres al margen de quien proyectas ser con tu actividad profesional. Una manera de volverse a situar, de pisar el suelo y no dejarse llevar por la inercia. 

En este sentido, los primeros meses de mi año sabático, antes de la irrupción de la pandemia, fueron muy productivos: fui a multitud de conciertos, visité muchos museos, tomé clases de arte, ¡incluso me saqué un abono para ir al ballet! (risas). Para mí esto es algo muy significativo, porque lo normal es que yo no tuviera jamás tiempo para abonarme a nada sin perderme la mayor parte de las actividades incluidas en el abono. Bromas aparte, para mí es muy importante disponer de ese tiempo para disfrutar de la actividad de los conciertos desde el otro lado, como oyente. Para un artista es muy complicado distanciarse de lo que estás haciendo. De hecho creo que el mayor reto para un artista es salir de sí mismo. 

Durante nuestra formación los músicos siempre necesitamos que alguien, desde fuera, nos confirme lo que estamos haciendo. Con el tiempo aprendes a escucharte tú mismo, aunque incluso a veces es necesario grabarse y escuchar lo que estás trabajando. Aprender a escuchar es, para un músico, tan importante como aprender a tocar. Pero esto se aprender muy poco a poco. 

Cuando la pandemia irrumpió en mi año sabático decidí reorientar mis prioridades, al ver que no iba a tener conciertos hasta dentro de bastante tiempo. Por eso dejé a un lado algunas obras que estaba estudiando y dediqué más tiempo a otras tareas, guiada por la idea de trabajar en ser una artista más responsable con mi entorno y con las próximas generaciones. Seguí practicando con mi violín, por supuesto; de hecho por primera vez en muchos años, alquilé un estudio a largo plazo, algo que antes hubiera sido inviable con tantos viajes en mi agenda. No se imagina hasta qué punto es bueno tener un lugar al que ir ‘a trabajar’, digamos; y con ello aprender a separar tu vida profesional del resto de tus actividades. 

¿Y en todo este tiempo no ha tenido concierto alguno?

Sí, únicamente a mediados de noviembre tuve unos conciertos en Texas y, aunque en unas circunstancias inéditas y extrañas, volví a sentir lo que significa hacer música, retomar la experiencia del concierto. Debo decir que fue genial, muy intenso. 

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Su carrera profesional, actualmente, se remonta a más de veinticinco años atrás, más de un cuarto de siglo. Da vértigo pensarlo ahora, imagino. ¿Se atrevería a hacer un balance de todo este tiempo? ¿Le queda algún reto pendiente, algún deseo por cumplir?

Sí, son ya más de veinticinco años de carrera, de hecho. Di mi primer recital cuando tenía tan solo diez años. Y mi primer concierto con orquesta fue con once. Normalmente, desde esos primeros años, siempre he visualizado mis retos profesionales como algo que quería y podía llevar a cabo. No me imagino actuando durante más de veinte años y arrastrando conmigo la impresión de no haber logrado hacer algo que verdaderamente me importa. Si algo me ha apasionado, he trabajado por llevarlo a cabo. Así que, desde ese punto de vista, sí, estoy satisfecha con mi trayectoria.

No obstante, conforme pasa el tiempo y uno es consciente de haber ido forjando una trayectoria profesional, surgen nuevas preguntas. Deja de importar tanto el lograr tal o cual objetivo y empieza a ser más importante una cuestión de fondo, la pregunta por cuál es mi rol en este mundo, tanto en un sentido amplio como en un sentido concreto, en referencia al entorno de la música clásica. 

Durante estas tres décadas aproximadamente que llevo en activo he sido consciente del relevo generacional constante que se da en nuestro mundo. Y cada vez más me siento comprometida con la idea de tomar el testigo de quienes se ocuparon de nosotros. Desde que cumplí los cuarenta es una sensación cada vez más presente. Recuerdo ser una adolescente y ver como algunos padres asistían a mis conciertos con sus niños, que estudiaban violín y venían a que les firmase el programa. Esos niños son ahora adultos que han completado sus estudios y están empezando a labrarse un camino profesional propio. 

Nuestro mundo ha cambiado muy rápido, ahora es mucho más digital y virtual, las distancias se han acortado en muchos sentidos. Mi generación se ha formado y ha vivido en otro mundo, que estaba más conectado con todo el legado de las generaciones anteriores. Y creo firmemente que tenemos una tarea por desarrollar, para que los más jóvenes puedan encontrar referencias conforme avancen en su propio camino. 

El paso del tiempo tiene muchas particularidades para los músicos, intuyo.

Los músicos nunca tenemos miedo de envejecer (risas), quizá la nuestra sea la única profesión en la que cumplir años sea sinónimo de acumular un mayor conocimiento. Bromeo, pero lo creo de veras; la nuestra es una carrera de fondo y de algún modo todos aspiramos a esa sabiduría que hemos admirado en nuestros maestros, que consagraron toda una vida a la música. Más edad, en el caso de los músicos y los artistas en general, suele ser sinónimo de más experiencia. 

Su actividad en las redes sociales es bastante particular, con una iniciativa de cien días en los que comparte sus jornadas de estudio con el violín. 

Sí, es ya la cuarta ocasión en la que hago esta iniciativa de ‘100 Days of Practice’. En origen no lo concebí como una idea tan global y conectada como ha terminado siendo. Siempre he creído en lo inspirador del proceso creativo, en cualquiera de las disciplinas artísticas. Creo que a menudo, tanto los artistas como el público, nos centramos demasiado en el resultado dejando en un segundo plano el proceso, todo lo que ha llevado a que una obra de arte sea como es finalmente, ya se trate de un concierto o de una artesanía. 

Esta iniciativa de ‘100 Days of Practice’ muestra precisamente un ‘work in process’, su avance día a día, un trabajo acumulativo, con sus dificultades y sus logros. Me parece que puede ser muy inspirador para otros, como lo fue para mí ver iniciativas semejantes en otras disciplinas artísticas. Quizá mucha otra gente lo vea como algo aburrido y tedioso, pero lo cierto es que se aprende mucho contemplando el proceso creativo de otras personas. En el conservatorio, por ejemplo, todos escuchamos secretamente el trabajo de otros compañeros, pero intentando que no se nos vea detrás de la puerta (risas). 

‘100 Days of Practice’ es una manera de confrontarse con la realidad del estudio y la práctica profesional, con sus sinsabores: el aislamiento que supone, las tensiones que genera, pero también las satisfacciones, los hallazgos, etc. Una manera, en suma, de ver el estudio como un conjunto de preguntas y no como un conjunto de respuestas. Y vuelvo con ello a la idea original de mostrar el proceso y no contemplar únicamente el resultado, que cobra así mucho más valor, al ser consciente de cómo se ha llegado hasta ahí. 

Viviendo en los Estados Unidos, tengo curiosidad por su opinión acerca del modo en que su país ha estado lidiando con la pandemia y su impacto en la vida cultural, con situaciones que han tenido un gran eco internacional, como lo sucedido con la orquesta del Metropolitan de Nueva York.

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Fotos: © O. J. Slaughter