© Bernd Uhlig
La larga espera
Munich. 18/07/25. Prinzregententheater. Fauré: Pénélope. V. Karkacheva (Pénélope), B. Jovanovich (Ulysse), L. Melrose (Eurymaque), L. Félix (Antinous), R. Shaham (Euryclée), T. Mole (Eumée), S. Lee (Mélantho), V. Eickhoff (Cléone), M. Mykskohlid (Alkandre), E. Pongrac (Phylo), E. Rognerud (Lydie), E. Gvritishvili (Eurynome), J. Williams (Léodès), Z. Rioux (Ctésippe), D. Jones (Pisandre), Henrik Brandstetter, solista de los Tölzner Knabenchors (Ein Hirte). Vokalensemble “LauschWerk”. Dir. Coro.: S. Lachenmayr. Orquesta de la Bayerische Staatsoper. A. Breth, dirección de escena. S. Mälkki, dirección musical.
Sensación de asistir a una ópera prácticamente inédita, de un compositor capital de la creación musical francesa, Gabriel Fauré, en el que fue el único título lírico-teatral de su corpus: Penélope (1913). Estrenada en la Ópera de Montecarlo, el Festival de la ópera de Munich, en la celebración de su 150 aniversario, ha querido recuperar esta ópera rara, y representarla por primera vez en la historia de la Bayerische Staatsoper.
Si el año pasado se estrenó una nueva producción de Pélleas et Mélisande, con una inolvidable Sabine Devielhe, ver crítica, este verano se ha querido apostar por otra nueva producción con un sugerente trio femenino protagonista. La directora de escena Andrea Breth, por primera vez para la ópera de Munich, la directora finesa Susanna Mälkki al podio, y el protagonismo en el rol titular de la mezzosoprano rusa Viktoria Karkacheva.
Lleno absoluto en el Prinzregentertheater, donde cada verano se estrena al menos una de las nuevas producciones del Festival de la Ópera de Munich. El ambiente fue de clara expectación ante una obra a redescubrir, que tiene en su atractiva orquestación, de clara influencia postwagneriana y a la sombra también del Pélleas de Debussy. Una partitura orquestal que se adecuó al fastuoso sonido de la Bayerische Staatsorchester de manera proverbial.
Gran trabajo de Susana Mälkki al podio, quien entrelazó, administró y cosió cual la propia Penélope en escena, el tejido orquestal de gran riqueza tímbrica y un color pastel muy característico de la pluma de Fauré.
Las transiciones de las modulaciones musicales y el flujo del canto parecen marcar el acompañamiento orquestal, que transcurre de manera orgánica y con un sentido del tempo muy psicológico y contemplativo. Bravi para la sección de metales, especialmente los graves y los vientos, quienes explotan con la furia wagneriana en los momentos de tutti orquestal revelando la madurez de un compositor casi septuagenario que no se vio convencido hasta entonces en crear su única ópera.
Susanna Mälkki pareció sentirme muy cómoda con una ópera que pide una batuta puntillosa y atenta al discurrir musical sin romper su aparentemente frágil tratamiento melódico. Una escritura vaporosa, a medio camino entre el recitativo, el canto musical continuo en un discurso vocal sin grandes alardes que necesita unos intérpretes muy atentos a los colores y una vocalidad muy característica donde la palabra y la dicción son claves.
Andrea Breth juga la carta de la interpretación psicológica y psicoanalítica de una puesta en escena que transcurre como un fotograma en diferentes estancias que se van presentado de manera fluida ante el espectador. La lectura ora críptica, ora simbólica de una historia que habla de la espera, de la fidelidad conyugal, del amor correspondido y del precio a pagar en un entorno hostil, masculino y opresor con la figura femenina, se plantea con aciertos, pero también con un uso de la acción dramática bastante tediosa.
Esto no ayudó a una música que puede caer en una escucha un tanto monótona que depende directamente tanto de la batuta como de los solistas vocales. La producción apuesta por una visión contemplativa de la historia mitológica, con un vestuario que recordaba en los pretendientes de Penélope a los cuadros de Hooper. Si bien trazó una lectura-propuesta estimulante, acabó en un dechado de escenas repetitivas, confundiendo el uso del tiempo y su elasticidad cuántica con un esteticismo pasteloso cercano al tedio.
Mención a parte merece la actuación puntual pero paradigmática de la tiradora de arco, Daniela Maier, la más aplaudida junto a Karkacheva. Su acrobática posición para disparar la famosa flecha desde el arco de Ulises, realizada con sus dos piernas en una posición de fuerza y equilibrio muy admirable, asombró a todos por su exactitud y su tempo medido musicalmente con la revelación de Ulisses como retornado rey disfrazado de mendigo.
Viktoria Karkacheva hizo honor a su nombre y fue una admirable protagonista que salió victoriosa de un rol que domina la ópera de principio a fin. Si bien Fauré traza una vocalidad grata de tesitura central y aparentemente cómoda, no está exenta de agudos en forte que necesitan traspasar una orquestación densa y muy rica. Karkacheva dominó la escritura vocal con un agudo fresco y generoso, un centro redondo y potente, y unos graves tersos y sedosos, dando toda la humanidad y colores que exige Fauré a su protagonista. Con un francés muy admirable, el cuidado de la articulación y un fraseo comunicativo y teatral, contrastó con la exigencia de una actuación teatral demasiado blanda en contraste con la fuerte perseverancia de un personaje femenino digno de admirar.
El tenor Brandon Jovanovich fue un Ulysse correcto. Comenzó de manera dulcísima y con un control de los colores preciosista y de proyección notable. Pero la exigencia del rol, con una presentación, un dúo y un final exigente, pasó factura a un registro agudo de sonido apretado que contrastó con una interpretación general sensible y de gran fluidez idiomática.
Llamó la atención el luminoso color tenoril del Antinoüs de Loic Félix, muy aplaudido por el público, quien supo aprovechar un rol que pide un canto dulce y sonoro a la vez, como pretendiente meloso y seductor. En contraste, hábil y efectivo el canto más duro y monolítico de Leigh Melrose, siempre llamativo intérprete como el inflexible Eurymaque. Un contraste explicado por Fauré en contraposición con Antinoüs que funcionó a las mil maravillas.
Prometedor futuro el del joven barítono británico Thomas Mole, quien mostró un instrumento redondo y de seductor timbre como el fiel pastor Emule. Un nombre a seguir. Profesional y siempre entregada en escena la Euryclée de la mezzo israelí Rinat Shaham, quien supo colorear con sapiencia unos graves muy humanos en su interpretación de la fiel nodriza de Ulysse. Impecables el resto de roles, ya menos protagónicos y el del coro, a las órdenes de Sonja Lachenmayr.
Una ópera que se ha hecho esperar en el repertorio de la ópera de Munich, un título que habla del tiempo y la espera como medida vital y filosófica para una producción competente que se vio eclipsada por un equipo vocal y una orquesta que hicieron justicia a un título a recuperar.
Fotos: © Bernd Uhlig