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Voces de bel canto 

Barcelona. 08/10/12. Gran Teatre del Liceu. Bellini: I Puritani. Pretty Yende (Elvira). Javier Camarena (Arturo). Mariusz Kwiecień (Riccardo). Marko Mimica (Giorgio). Lidia Vinyes-Curtis (Enrichetta di Francia). Emmanuel Faraldo (Bruno). Gianfranco Montresor (Gualtiero). Orquestra Simfònica i Cor del Gran Teatre del Liceu. Annilese Miskimmon, dirección de escena. Leslie Travers, escenografía. Christopher Franklin, dirección musical.

Es el Gran Teatre del Liceu uno de los grandes centros belcantistas que podemos encontrar en el circuito operístico internacional. Así lo demuestra temporada tras temporada y en esta 2018-2019 ha querido comenzar por todo lo alto con un título tan significativo como es I Puritani, con dos de las mejores voces que pueden encontrarse hoy día para darle vida. Y eso que, a priori, la noche no prometía gran cosa tras la subida del telón. La culpa de ello la tuvo una producción anodina, gris y monolítica de Annilese Miskimmon en la que entrelaza el drama original con el conflicto contemporáneo en Irlanda del Norte. Un conflicto que se desarrolla a lo largo de tres siglos y que sobre el papel parece una idea más que apta, incluso obvia, para la dirección escénica. Sin embargo, el trabajo de Miskimmon ya hace aguas desde un inicio, al introducir una narración-lectura que considera obligatoria. No hay nada peor que la figura del narrativo en unos cánones prácticamente ya superados con el fin del cine en blanco y negro. Hay que ser un genio para que este se sostenga y no digamos ya, sume al conjunto de la obra… y no suele darse el caso. Si yo, como público, no conecto con tu propuesta como director escénico, sólo puede haber dos culpables: tú o yo; pero jamás, por favor, me tomes como alguien demasiado simple como para no ser capaz de entender tu visión si no me la explicas antes. Si no he hecho los deberes previamente, culpa mía. Si tú no has hecho los deberes, culpa tuya. Un desdoblamiento continuo de la protagonista con una actriz siempre en escena y un movimiento errático de conjuntos, sumados a una fusión de épocas demasiado superficial, terminaron por emborronar una lectura escénica muy descafeinada.

Desde el foso, la propuesta tampoco anduvo mucho mejor. La línea general mantenida por Christopher Franklin fue, también, demasiado superficial. Algo de estruendo, pero sin tensión, en una lectura bastante plana que no permitió desplegar las alas al Bellini melódico de la orquesta, con algún que otro traspiés de esta en su sección de metales. Si su intervención hubiese estado a la misma altura que lo encontrado sobre el escenario, estaríamos hablando de una noche pletórica. Lástima.

Y es que, más arriba, escuchamos a dos protagonistas en estado de gracia, rodeados de un equipo de secundarios que con su buen hacer ofrecieron una noche redonda en lo vocal. El barítono Mariusz Kwiecień, que canceló por enfermedad el día de estreno, anunció ahora que cantaría, a pesar de verse aún afectado por un resfriado. Una pena no haberle escuchado en su plenitud, a tenor de lo mostrado, con un canto entregado y elegante en pro de la partitura. Con la misma solvencia se mostró el Giorgio de Marko Mimica, de timbre homogéneo al que quizá puedan faltarle galones en el registro bajo, pero que en general ofrece un personaje creíble y bien cantado. Corrección en el Gualtiero de Gianfranco Montresor, la Enrichetta de Lidia Vinyes-Curtis y el Bruno de Emmanuel Faraldo junto al Coro del Liceu, acertado aunque no en una de sus mejores noches.

Como Elvira, la joven soprano sudafricana Pretty Yende, quien, con una voz no precisamente ancha y una tesitura aún más tendente hacia lo lírico-ligero que hacia una lírica plena, regaló una sensacional protagonista. Filados y medias voces exquisitas, amén de un timbre iridiscente con agudos brillantes y una vis dramática sobre el escenario de primer orden, compusieron a una ingenua muchacha que pierde el sentido, literalmente, por amor. Regaló, además, variaciones propias en sus momentos solistas que enriquecieron una lectura siempre sobresaliente. El bel canto está en buenas voces. Recuerdo aún la primera vez que Yende subió al escenario del Liceu, hará 6 ó 7 años, precisamente con Qui la voce de Puritani, en un homenaje ("Un'altra nit de") a su maestra Montserrat Caballé, cuyo concurso de cantó ganó en una de sus ediciones. Han sido estos días difíciles y emocionantes para todos en una Barcelona en la que no deja de llover desde que la soprano, una de las mejores voces de la historia, nos dijo adiós; pero para Yende seguro están siendo días especialmente sensibles. Qué maravilla que le haya podido servir tan bonito homenaje con estas funciones tan bien cantadas.

El rol de Arturo es uno de los más intrincados de la partitura belliniana y del repertorio operístico para tenor; así lo hablaba con el propio Javier Camarena en nuestra portada del pasado mes de agosto. Más allá del famosísimo fa sobreagudo que el mexicano se niega a emitir, aun pudiendo hacerlo, por razones estéticas, Arturo está lleno de "envenenados" regalos bellinianos. Con todo, la decisión de Camarena de no subir hasta el fa no es baladí, sino acorde con una concepción inmaculada del canto que posee el tenor para este repertorio. Para Rossini, para Bellini, para Donizetti. A menudo, también es lógico, podemos encontrarnos papeles que dominan a los cantantes, máxime en algunos tan complicados como este, pero Javier ha domeñado al bueno de Arturo hasta llevarle a un soberbio frenesí belcantista, hasta el paroxismo del canto hedonista. Una barbaridad, insisto, teniendo en cuenta cómo plasmó Bellini el personaje. Buscando el triunfo en París, contó nada más y nada menos que con Rubini, junto a la Grisi y Tamburini (tres voces de excepción); pero es que rizando el rizo, al mismo tiempo que ultimaba la versión parisina, escribió otra pensando en Nápoles e Italia, para la que tenía previsto el estreno con Duprez y Malibrán, mientras que al no encontrar un barítono adecuado, Bellini transpuso toda su parte para otro tenor, lo que debía empastar gratamente con la voz de la Malibrán, para la que por cierto escribió la polacca Son vergin vezzosa, que se mantuvo en el estreno parisino.

Duprez fue el primero en comenzar a utilizar el do de pecho (en Guillaume Tell de Rossini, quien por cierto aconsejó mucho a Bellini sobre sus Puritani), dejando a un lado falsetes y falsetones; y Rubini, con su coloratura y agudos, se convirtió en uno de los primeros tenores de fama internacional. Ambos mantenían un repertorio similar y se paseaban por los mismos personajes: Rubini estrenó Il Pirata (además de Sonnambula y estos Puritani); Duprez, Lucia di Lammermoor. Roles muchos de ellos donde ahora triunfa Javier Camarena. En esta la última ópera de Bellini, el mexicano lleva hasta el extremo gozo la utilización de constantes filigranas, filados y pianissimos unidos a un magnífico canto legato, una cada vez más sugestiva zona media (ya tersa de por sí) y sí, los agudos que se han de dar. Camarena es el tenor que lo tiene todo. Sólo hay un cantante, diría yo, que puede hacerle sombra: el gran Chafaroti, del que espero pronto podamos disfrutar de su inmenso arte por España.

En una noche como esta, en la que las voces del bel canto volaron tan alto y tras pasear antes de la función por las calles aledañas, donde Caballé se ganaba la vida como costurera antes de debutar en el Liceu, algo en mitad de la función me hizo mirar hacia arriba, esperando verla asomada por algún rincón, como solía hacer cuando estudiaba en el teatro para poder ver a los más grandes de la época… soñando con subir a este escenario algún día… como no dejamos de soñar nosotros, ahora recordándola, con una voz que siempre, siempre, nos va a acompañar. Gracias por tanto, Caballé. Gracias por tanto, Montserrat.