Bieito

 

Calixto Bieito: "No entiendo mi trabajo sin libertad y respeto"

El de Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963) es un nombre ligado a la polémica pero también al éxito y al talento. Controvertido para muchos, incuestionable para otros tantos, a comienzos de año desembarcó en el Teatro Arriaga de Bilbao con el encargo de conectar el coliseo bilbaíno con el norte de Europa. Cordial, simpático y con una profundidad intelectual evidente, Calixto Bieito nos atiende en su despacho del Arriaga para conversar acerca de tópicos, referentes y proyectos, sin pelos en la lengua.

Tengo la sensación de que mucha gente desconoce cuándo y dónde empieza todo con Calixto Bieito. Hay hoy en día una imagen suya un tanto deformada y muy ligada a las últimas producciones de ópera, algunas de ellas muy sonadas.

Sí, creo que llevo ya ochenta óperas a mis espaldas. Soy un director de teatro con una paleta amplia, con muchos colores y paisajes digamos; intento entender la música de muchas formas diferentes. No hay un único Calixto Bieito sino muchos. He vivido fuera prácticamente desde que tenía veinte años. Soy de la misma generación que Katie Michell o Laurent Pelly, con quienes coincidí durante mis estudios. Entonces yo todavía tenía pelo (risas). He trabajado con Peter Brook, Giorgio Strehler, Peter Stein, Ingmar Bergman… 

Y esa etiqueta reiterada de enfant terrible

No puedo hacer nada con eso (risas)

Pero, ¿hubo un tiempo en el que la provocación fue buscada, como un recurso natural?

Mire, le puedo contar que una importante editorial española me ofreció escribir un libro sobre la provocación y no lo hice. Tampoco es cierto que todo mi trabajo tenga que ver con eso. La verdad es que nunca he planteado algo con el objetivo de que el público se sienta mal, irritado, ofendido o incómodo. De ser así, no hubiera funcionado. Yo intento ser honesto conmigo mismo en cada caso. Trato de hacer aquello que fluye mejor, aquello que siento con más autenticidad. Hay un cierto estereotipo sobre mi que creo que se desmiente rápido cuando se me conoce y se trabaja conmigo. Se han dicho auténticas barbaridades sobre mí, pero lo cierto es que tengo una carrera muy sólida y con un perfil muy europeo. Vivo en Basilea y estoy muy conectado con la cultura centroeuropea, con el norte de Europa, con Inglaterra, Francia, etc. Soy una persona muy curiosa, hablo cinco lenguas, creo que tengo un perfil cosmopolita en torno a las artes. Tengo la firme convicción de que el arte nos hace más libres.

¿Es músico de formación?

No, pero leo partituras con total normalidad.

Algo que no es habitual en todos los directores de escena.

Bueno, no sabría decirle. En mi caso sí es así y me ayuda mucho. Adoro la música y adoro trabajar con una partitura delante, anotarla, etc. Seguramente la parte más maravillosa de mi trabajo sean los ensayos, incluso los ensayos a piano.

¿Lo disfruta más incluso que la función propiamente dicha?

Quizá suene vanidoso, pero la verdad es que una vez estrenada, ya no siento tan mía la función que entiendo que tiene ya vida propia y realmente disfruto de la representación, casi incluso como un espectador cualquiera.

Es curioso esto que plantea de disfrutar más de de sus producciones cuanto menos suyas las siente.

Sí, me sucede a menudo. Cuando veo, por ejemplo, una reposición de una producción estrenada hace varios años y puesta de nuevo en pie, con otro equipo humano, me llevo gratas sorpresas. Mi trabajo es siempre un trabajo de equipo. Yo soy la persona que va delante, intentando iluminar un poco el camino, pero estoy siempre abierto a cualquier aportación de los cantantes y demás personas implicadas. Mi trabajo tiene que ver con la libertad y el respeto. Y así pasa en mis ensayos. Es fundamental trabajar con generosidad, crear un espacio donde no haya miedo al ridículo. Mi hábitat natural son los ensayos. No voy allí nervioso y bloqueado, con ideas demasiado preconcebidas; me gusta más plantearlo como una suerte de juego, de exploración compartida. Se trata de intentar que todo fluya hasta que de repente sucede, un poco a lo Jung, ese agua subterránea que lo desborda todo y alumbra hallazgos imprevistos. Es como cuando vas en bicicleta, muy deprisa, o cuando juegas a tenis con fluidez; es también la misma sensación de la escritura, a veces fluye y a veces no. Como ve todo esto está muy lejos de esos clichés que se han extendido sobre mí. Tampoco puedo ni quiero leer todo lo que se escribe sobre mí. Tengo otras obsesiones, pero esa no (risas).

¿Confesables?

(Risas) Sí, tonterías casi todas. De verdad que me encanta mi trabajo; complicarme la vida con retos. He hecho casi todo tipo de repertorio, menos belcanto que no es un tipo de ópera con la que me identifique tanto. Me gusta escucharla, claro, pero no tanto trabajar con ella.

¿Quizá porque sea más difícil sacar esa parte del repertorio de ciertas convenciones obligadas?

Bueno, no lo había pensado en esos términos. Rossini, por ejemplo, me gusta mucho escucharlo pero no me atrae para ponerlo en escena. Y lo mismo con Donizetti, me lo han ofrecido muchas veces. La verdad es que tengo suerte: tengo mucho trabajo y trabajo en lo que quiero. Quizá esa sea mi principal obsesión: si no trabajo, no sé muy bien qué hacer.

Se enfrenta ahora además a grandes retos: viene de poner en escena El ángel de fuego en Zúrich, abordará próximamente Los estigmatizados, a la vista está la reposición de Die Soldaten en el Teatro Real, etc.

El caso con Die Soldaten tiene su miga, es un proyecto que yo acaricié durante veinte años. Con apenas diecinueve años yo conocía ya la obra de Lenz, yo era una enamorado del romanticismo alemán. Tuve un gran profesor vienés con el que todavía mantengo contacto y leí mucho todo esto. Me enteré después de la obra de Zimmermann, en la que está contenida todo el siglo XX. Cuando la propuse la primera vez en Barcelona, a Joan Matabosch, me dijo que no era abordable en ese momento. Y ahora por fin parece que sí; será la primera vez que Die Soldaten se haga en el Estado español, en este caso con una producción ya probada en Zúrich y Berlín, donde ha funcionado muy bien. Me hace ilusión traerlo a Madrid, donde hace muchos años que no trabajo, lo mismo que en Barcelona.

Es verdad, hace tiempo que no hay nada suyo en el Liceu y en el Real. ¿Por algún motivo?

No, nada en particular; simplemente no se ha dado el caso. Y tampoco tienen ninguna obligación para conmigo. Es cierto que vivo fuera y la inercia de mi agenda es cada vez más internacional. Ahora vengo más a Bilbao, obviamente, pero cuando estoy aquí todas mis energías se concentran por descontado en el Arriaga. Me siento cómodo y feliz aquí, de momento.

¿Cuál es el proyecto artístico con el que desembarca en el Arriaga?

El consistorio municipal me vino a buscar a Alemania y me pidió que conectase el teatro con el norte de Europa. No tenía, y en realidad no tengo, la agenda para esto porque tengo muchísimos compromisos fuera como director de escena. Pero acepté el encargo, sabedor también de que hay aquí un estupendo equipo de profesionales. Hay estabilidad institucional y social en la ciudad y eso también ayuda. El reto es ese: conectar al Arriaga con Europa. Acabamos de hacer un Orfeo fantástico. Hacemos también una función específica para menores de treinta años y fue un tremendo éxito. No estoy obsesionado con abrir el teatro a los jóvenes, creo que hay que pensar en todo tipo de público, pero lo cierto es que esa función fue un éxito, con unas doscientas personas que no pudieron acceder al teatro. Estamos dedicado todo el año a Monteverdi. Creo que somos el único teatro del Estado español que ha planteado algo así. Monteverdi es lo mismo que Shakespeare. Como diría Bloom, Monteverdi es el inventor de lo humano.

¿Para cuánto tiempo está previsto que esté en el Arriaga?

Cuatro años. Creo que es tiempo suficiente para iniciar un proyecto, al menos. Veremos si puede tener después más continuidad o no, pero creo que hay margen para intentar muchas cosas, contando además con artistas españoles, con artistas locales vascos y con profesionales de fuera. Hay mucho talento en nuestro país y hay que saber aprovecharlo en conexión con lo que tenga sentido traer de fuera. El problema más grande en España es la continuidad. En Basilea conozco músicos y actores que llevan allí años, tienen una vinculación estable y duradera. Lo mismo pasa en Oslo. Es la idea, aquí tan exótica, de que hay muchas familias que viven de la cultura, con total normalidad. No idealizo lo que pasa en estos países, pero sí es un horizonte en el que me gustaría que nos mirásemos desde el Arriaga.

El cambio de personalidad y estilo con respecto a Sagi es evidente, al margen de que me consta que se conocen hace años y se llevan bien. 

Sí, por supuesto, conozco a Emilio hace muchos años y me cae bien. Mi idea al llegar aquí era por descontado la de sumar. El consistorio quería un cambio; de lo contrario, no me hubiera llamado. La idea es no acercar tanto el teatro a Italia, digamos, sino más hacia el centro y norte de Europa. Y conste que adoro Italia y que trabajo allí con regularidad: acabo de hacer Tannhäuser en La Fenice, donde haré también Moses und Aron.

Ha mencionado antes que no concibe su trabajo sin libertad y respeto. Creo que esto puede sorprender a mucha gente, que asocia el trabajo de Bieito precisamente con lo contrario.

No creo que haya ningún artista que pueda decir que no he tenido respeto por él cuando hemos trabajado. El respeto es algo fundamental en cualquier situación: se trata de que yo entienda la libertad del otro y viceversa. 

Lo que mucha gente crítica no es la falta de respeto en esos términos sino el hecho de que en el libreto ponga una cosa pero en escena acabemos viendo otra completamente distinta.

Pero los libretos no son algo tan cerrado y delimitado. Yo leo sobre todo las partituras.

¿Hasta qué punto se puede invocar tanto esa literalidad de los libretos?

Es que no existe. La literalidad es algo que se remite al cristianismo ortodoxo o al catolicismo. Los gnósticos no leen literal, esto es algo del catolicismo ortodoxo y los musulmanes. Los judíos no leen tampoco de forma literal el Antiguo Testamento. Hay tanta libertad en una partitura… ¡Todo es interpretación! ¡Todo! Nadie le diría las cosas que me dicen a mí al señor Karajan cuando dirigía Mozart. Adan Kovacsics, el gran traductor del húngaro y del alemán, Premio Nacional de Traducción y una de mis grandes influencias, era uno de los que iban a silbar a Karajan en Viena cuando interpretaba Mozart (risas). Siempre que hablo de esto me acuerdo del menosprecio vivido por Vivaldi durante toda su carrera. Lees las memorias de Goldoni y compruebas hasta qué punto le trataron como un don nadie. Yo me considero un hombre con suerte y aguanto que digan de mí ciertas barbaridades. Creo además que la gente se escandaliza ya por cosas que no tienen sentido. Le mencionaba antes que tengo una carrera muy sólida. Mi producción de Carmen, por ejemplo, va a cumplir veinte años. ¡Nada menos que viente años! Y todavía hay quien se escandaliza con ella como si fuera algo nuevo cuando en realidad es un clásico que se ha visto ya en medio mundo. Se ha hecho incluso en estadios de beisbol en San Francisco.

¿Qué pasó con la producción de La forza del destino prevista en el Metropolitan de Nueva York?

La producción está hecha y cobrada. Es una coproducción con la English National Opera, donde se estrenó y fue nominada a los premios Olivier. Fue un éxito importante en Londres y por problemas económicos el Met ha decidido dejarla fuera. Pero en realidad está ya pagada… Me sabe mal, obviamente, no poder hacerla; pero tampoco mitifico algo como debutar en el Met. Hay teatros con programaciones mucho más apasionantes ahí fuera.

¿Tiene previsto hacer la Tetralogía de Wagner en algún momento?

Sí, ya está firmada para 2020. Se hará en un importante teatro europeo. Y la haremos completa en un año, los cuatro títulos a caballo entre dos temporadas, dentro del mismo año. Hay sólo dos o tres teatros en el mundo que puedan hacerla en estas condiciones. 

Trabaja con relativa frecuencia con teatros como la Komische Oper de Berlín y la Opernhaus de Zurich. En ambos lugares hay ahora directores artísticos que son a la sazón directores de escena, como usted en el Arriaga. ¿Por qué se extiende cada vez más este perfil? ¿Es una tendencia que responda a alguna lógica? ¿Y hasta qué punto es bueno que sea así, cuando tienen ustedes una agenda tan determinante como directores de escena?

No creo que todos los directores de escena puedan ser buenos directores artísticos. Y es más, creo firmemente en la figura del intendente. He conocido y conozco intendentes excelentes.

¿Qué directores de escena le interesan, a qué colegas sigue con curiosidad?

Muchos, ciertamente: Barrie Kosky, Taiana Gürbaca, Simone Stone, Katie Mitchel, Andrea Moses y por supuesto colegas como Dmitri Tcherniakov o Romeo Castellucci, por citar sólo algunos. Soy buen público además, disfruto de veras cuando voy al teatro. Si voy es para disfrutar; no vas a un restaurante para pasarlo mal y con el teatro sucede lo mismo en mi caso. Es un intercambio intelectual que produce placer.

En una entrevista de hace unos años citaba a Goya, Valle-Inclán y Buñuel como tres referentes icónicos y emblemáticos. Me gustaría que elaborarse un poco más esta constelación de referencias.

A mí me han marcado muchas cosas. Desde mi casa en Basilea contemplo la catedral donde está enterrado Erasmo de Rotterdam. Es una ciudad de mentalidad profundamente europea. La cita a Goya, Valle-Inclán y Buñuel tiene que ver con lo siguiente: Goya, si me permite la frivolidad, “se inventa” el expresionismo; algo que continúa Valle-Inclán con el esperpento y llega ya al surrealismo con Buñuel, quien de hecho quería hacer una película sobre Valle-Inclán. En realidad tengo muchos referentes, no sólo esta encrucijada que aquí comentamos. He bebido mucho del romanticismo alemán y del barroco español, por ejemplo. Aunque al final quizá todo se reduce a un paseo en bicicleta por Miranda de Ebro (risas).

Cuénteme cuáles son sus próximos proyectos, su agenda a la vista.

Estoy haciendo Tosca en Oslo, luego hago Les troyens Nuremberg, Die Gezeichneten en Berlin, Parsifal en Stuttgart, Requiem de Verdi en Hamburgo y un espectáculo con un cuarteto de cuerda que se hará en Luxemburgo y Amsterdam sobre La anatomía de la melancolía de Robert Burton.

¿Tiene algo más previsto en España, aparte de Carmen y Die Soldaten en el Real?

Lo que yo vaya a hacer aquí en Bilbao. No me he comprometido a hacer nada nuevo fuera de aquí, en otros escenarios españoles. Aquí en el Arriaga sólo quiero hacer barroco o contemporáneo, es lo que más me apetece. Ahora traemos el War Requiem que coincide con el aniversario del Guernica. Es una producción ya hecha en Basilea, con gran éxito entonces.