YonchevaCalleja

Doctor, oigo voces

Berlín. 08/01/2015. Staatsoper im Schiller Theater. Puccini: La bohème. Sonya Yoncheva (Mimì), Joseph Calleja (Rodolfo), Roman Trekel (Marcello), Anna Samuil (Musetta) Gyula Orendt (Schaunard), Jan Martiník (Colline), Olaf Bär (Benoit). Dirección de escena: Lindy Hume. Dirección musical: Domingo HIndoyan. 

En ocasiones uno no entiende una voz hasta que no le encuentra un paralelo y la escucha reflejada en alguna resonancia del pasado. Eso exactamente me sucedió ayer con Joseph Calleja, a quien no tenía yo en una estima desmedida. Si bien reconozco sus medios, he tenido siempre la impresión de que su fraseo tendía a ser plano y complaciente las más de las veces. No digo que mi impresión haya cambiado radicalmente tras este Rodolfo, pero lo cierto es que Calleja demostró tener unos medios idóneos para este papel, que resuelve fácil y cómodo, no sólo en lo que hace a su tesitura sino incluso recreando frases de buen gusto, modulando la emisión con grata factura y con un vibrato cada vez menos perceptible. Me recordó, en fin, al bueno de Jussi Björling, salvando todas las distancias que ustedes quieran. Salvo por lo corto de su fiato en algunas frases y el exceso de patetismo en la escena final, su Rodolfo rindió a un nivel casi sobresaliente. El público de la Staatsoper de Berlín le recibió con una ovación en pie de las que no se ven todos los días, que se hizo extensa también a Sonya Yoncheva, que le acompañaba como Mimì. Dos voces grandes y frescas, en una sala pequeña… 

Hace apenas quince días elogiaba en estas mismas páginas la Traviata de Sonya Yoncheva, y precisamente por el entusiasmo de aquellas funciones tenía altas expectativas ante su Mimì. De nuevo he tenido la sensación de que estamos ante una voz importantísima, de medios ideales para esta parte, si bien esta vez la encontré menos exuberante y redonda vocalmente hablando, con un sonido a veces más agrio en el agudo y un tanto menos implicada desde un punto de vista dramático. Alcanzó su mayor desempeño Yoncheva en las grandes frases que Puccini le ofrece en el tercer cuadro, como “Rodolfo m'ama. Rodolfo m'ama e mi fugge e si strugge per gelosia”, o sobre todo un bellísimo “D'onde lieta uscí”, paladeando la emisión en torno a una media voz tersa y nítida. Aunque más en instantes concretos que durante toda la representación, Yoncheva demuestra que en ella cuajan por igual la suntuosidad del material, el firme legato en la línea de canto y el drama veraz de los acentos, a diferencia por ejemplo de Kristine Opolais, otra soprano de moda hoy en día, que por lo general impone el arte por encima de los medios, mucho más recortados en su caso. Encontré solvente, aunque sin pena ni gloria, al equipo de secundarios, desde la madura Musetta de Anna Samuil al Marcello corto de medios y fuera de estilo de Roman Trekel.

En escena se reponía una vez más el trabajo de la australiana Lindy Hume. Es una producción ya longeva, estrenada en 2001, que ciertamente no ha envejecido mal y que se mueve con cierta soltura entre el registro más clásico grabado a fuego en las retinas de los espectadores cuando piensan en La bohème (la consabida buhardilla, el café Momus, etc.) y algunos guiños esporádicos a una dramaturgia más elaborada (el anciano figurante que se pasea por el escenario durante toda la representación, con una bola de cristal llena de nieve de esas que tanto gustan a los niños). La producción tiene funciona sobre todo por el bello final del primer acto, de una poesía fácil pero sincera, y por el ágil espectáculo en el café Momus, huyendo de una espectacularidad más banal.

La batuta del joven Domingo Hindoyan, a la sazón asistente de Daniel Barenboim y marido de Sonya Yoncheva, arrancó la función caída de vuelo, algo retrasada en su acompañamiento a los solistas y con desajustes esporádicos aquí y allá. Poco a poco se fue entonando, durante lo que dura el primer acto, con un pulso cada vez más ágil y un dinamismo más genuino, y la función transcurrió después con mucha más soltura, incluso con algún detalle de muy buen gusto en el trabajo con las cuerdas. A decir verdad, no sabría concluir si hay en él genuino talento y apenas un rutinario oficio.