Kaufmann Stemme Walkure Bayerische18

Un arquitecto llamado Kirill Petrenko

Uno de los acontecimientos más esperados del siempre interesante y muy completo Festival de Ópera de la Bayerische Staatsoper era la representación de El Anillo del Nibelungo, con la reposición de la producción de Andreas Kriegenburg y, sobre todo, la dirección musical de Kirill Petrenko. Y las expectativas no han sido defraudadas. Esencialmente en lo musical, donde hemos presenciado cómo un director nada mediático ni divo, extremadamente tímido, levantaba un edificio impecable, bellísimo, fiel al maestro Wagner pero dejando su impronta personal, su sello. Un sello que se fundamenta en una entrega total cuando está en el podio del foso; en una minucioso despliegue de técnica, talento y sabiduría; en la creación de momentos inolvidables por el tratamiento de la orquesta y la dirección de cantantes.

Momentos como ese primer acto de la Walkiria (con unos insuperables Anja Kampe y Jonas Kaufmann) que pasará a la historia, o como la totalidad del Ocaso, la más redonda y perfecta en su ejecución de todas las óperas de esta Tetralogía. Petrenko es un genio, un mago, un regalo para el amante de la ópera y en este Anillo lo ha vuelto a demostrar. Y ha demostrado que es un conjunto de primera línea, a nivel de cualquiera de las grandes formaciones que se aposentan en los escenarios, la Orquesta de la Bayerische Staatsoper, un conjunto formado por excepcionales maestros que responden al unísono a la batuta de su gran director. 

Si hay que destacar un cantante por encima de un elenco, en líneas generales, de grandísimo nivel, esa sería Nina Stemme. La soprano sueca ha sido, con Petrenko, la gran triunfadora de este Ciclo. La entrega, la fuerza, la belleza, el dominio de su voz, la proyección, todo esto y mucho más ha hecho que su Brunilda sea de referencia absoluta en la actualidad. Quizá el punto más débil y también, he de decirlo, más doloroso para sus admiradores (entre los que me encuentro) ha sido la floja actuación de Wolfgang Koch como Wotan. Se esperaba mucho más de él y, sobre todo en el final de la Walkiria no estuvo a ese nivel al que nos tiene acostumbrados, aquejado al parecer de alguna afección vocal.

La producción de Andreas Kriegenburg no pasará a la historia de la dramaturgia wagneriana. Sin un hilo conductor claro, con momentos brillantes (menos) y muchos rutinarios o poco atractivos (más) pienso que no ha sabido captar la esencia de esta magna obra y ha tratado cada obra por separado sin buscar una interpretación integral del Anillo. Pero poco ha importado. Los que hemos tenido la suerte de ver estas cuatro representaciones no las olvidaremos fácilmente: ante este edificio de Petrenko sólo queda quedarse con la boca abierta y aplaudir a rabiar. 

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