Carmen de Bizet, la libertad de amar
Hace apenas unos días que María José Montiel nos concedía en Platea Magazine una entrevista a propósito de Carmen, rol con el que subirá a partir de este domingo 13 de diciembre (hasta el día 20) al escenario del que es el teatro de ópera en activo más antiguo del mundo, el Teatro San Carlo de Nápoles. Es esta la cuarta vez que la mezzosoprano española (Premio Nacional de Música 2015) trabaja bajo la batuta del maestro Zubin Mehta, en el que ha resultado ser uno de los años más fructíferos de su carrera. Compartirá escenario con el tenor Brian Jagde como Don José, la soprano Eleonora Buratto como Micaela y el bajo-barítono Kostas Smoriginas en el papel de Escamillo. La puesta en escena correrá a cargo de Daniele Finzi Pasca.
Asume la dirección del segundo cast el director francés Jacques Delacôte, quien intercambiará además una de las funciones con Mehta, dirigiendo así ambos los dos repartos. Este segundo reparto vendrá protagonizado por la Carmen de Clémentine Margaine, a cuyo lado cantará el tenor vasco Andeka Gorrotxategi como Don José. El estreno del domingo, además, por tratarse de la inauguración de la temporada del prestigioso teatro de Nápoles, será una función de gala en la que los precios de las mejores localidades alcanzarán la exorbitante cifra de 800 euros. Todo un lujo para el que pueda permitírselo.
Sobre la Carmen de Bizet da la impresión de que todo está dicho, pero quiero creer que no es así. Y es que en su obra maestra, Bizet dio luz y color a un personaje tan tremendamente atractivo, tan contradictorio, con una personalidad tan apabullante, que Carmen se reencarna en sus intérpretes siempre con una aproximación nueva y personal. La que probablemente sea la ópera más popular de todos los tiempos, mantiene intacta una fama bien merecida, pues se trata de una de las obras dramáticas más interesantes del siglo XIX, alabada por compositores tan distantes de Bizet como pueden ser Wagner o Brahms.
La génesis de la ópera recae en un encargo realizado a Georges Bizet por los directores de la Opéra Comique de París, De Leuven y Du Locle, en el año 1873, para la composición de una ópera con libreto de Meilhac y Halévy. El tema elegido por el compositor fue la novela corta Carmen (1845), de Prosper Merimée, que entusiasmó a los libretistas, aunque no fue bien recibido por De Leuven, quien veía serios inconvenientes a la puesta en escena de una obra con escenas tan violentas en un teatro familiar como era la Opéra Comique. Por suerte para Bizet, De Leuven renunciaba a su cargo de director en el año 1874, por lo que el proyecto de Carmen pudo seguir adelante. El camino hasta el estreno (el 3 de marzo de 1875), sin embargo, sería más largo de lo esperado, pues los ensayos transcurrieron entre continuas quejas por parte de la orquesta y del coro ante la dificultad de la partitura y la puesta en escena.
A pesar de las malas críticas recibidas por parte de la prensa (algo habitual en la obra de Bizet), el éxito de Carmen fue inmediato, alcanzando las cuarenta y cinco representaciones en el año 1875. No todos los espectadores de la Opéra Comique la recibieron con igual entusiasmo, pues la modernidad de la obra era difícil de asimilar para los sectores más tradicionales, pero la calidad y originalidad de Carmen era un hecho que pronto se sobrepuso a cualquier reticencia. Los rumores sobre una relación amorosa entre Bizet y la mezzosoprano Celestine Galli-Marié, protagonista de la ópera, también contribuyeron a que la fama de la ópera se extendiera rápidamente, así como la muerte del propio compositor tres meses después del estreno de su obra maestra, en la noche de la representación número treinta y tres. Carmen se convertía en un mito.
Dramáticamente, Carmen es una obra trepidante y magníficamente desarrollada. Sigue de forma bastante fiel la breve novela de Merimée, si bien con algunas licencias como la de añadir un personaje de soprano, Micaela, que aporta esos momentos líricos tan deseados. La historia es bien conocida. Carmen, una gitana cuyos ideales del amor y la libertad chocan con la norma de su época, seduce al cabo Don José en un intento de librarse de la cárcel por haber agredido a una compañera de la fábrica de tabaco en la que trabaja. Don José cae presa de su hechizo, se enamora de ella y abandona su vida de soldado para unirse a unos contrabandistas cuando ella se lo pide. Pero es un hombre posesivo y tremendamente celoso. No puede soportar que la gitana lo abandone por el torero Escamillo y acaba con la vida de Carmen, que muere impasible ante sus súplicas: “Libre nací y libre moriré”.
Una cita musical que podemos identificar como motivo del destino recorre la obra de principio a fin, marcando los puntos clave del argumento, la evolución de la relación entre Carmen y Don José y la transformación de este último en un ser celoso y obsesivo que se convertirá en la perdición de la protagonista. Aparece por primera vez en la obertura, en medio de una atmósfera de tensión creada por un trémolo en las cuerdas; lo encontramos a continuación tras la habanera, en el momento en que ambos personajes se encuentran por primera vez; antes del aria de Don José, La Fleur que tu m’avais jetée, en el segundo acto, cuando el carácter violento de Don José se manifiesta por vez primera; en una macabra variación al final del tercer acto y, por último, al final de la ópera, cuando el destino de la protagonista se ve finalmente cumplido.
Hablar de la música de Carmen es hablar de pasión, de color, de alegría, de melodías infinitamente tarareadas, de folclore y de ritmo. Pero también de emoción, de lirismo, de sentimientos que se nos quieren salir del pecho y, sobre todo, de belleza. Belleza que rebosa por todas las esquinas de una partitura que sigue emocionando después de escucharla una y mil veces. Nada más comenzar, ese espectacular preludio, que a través de los fragmentos más conocidos de la ópera nos atrapa de inmediato en la acción. Tras él un primer acto en el que hay que destacar por supuesto la habanera (L’amour est un oiseau rebelle…), presentación de la protagonista, para la que Bizet se basó de manera bastante obvia en la pieza El Arreglito, de Sebastián Iradier. También la seguidilla de Carmen (Près des remparts de Seville…), canción de inspiración folclórica con la que la gitana seduce a Don José, provocando en él un fatal encaprichamiento. En el extremo opuesto, el dúo de Micaela y Don José (Parle moi de ma mère…), uno de esos bellos momentos líricos de exquisita dulzura que hacen a uno olvidarse de la ambientación, que ahora parece no tener importancia, y centrarse únicamente en ese instante.
Ya en el segundo acto los también archiconocidos couplets de Escamillo (Votre toast…) en los que el torero describe el ambiente de la plaza de toros, ante la admiración de todos los presentes en la taberna de Lillas Pastia. Probablemente el fragmento lírico más bello de toda la obra, el aria de Don José (La fleur que tu m’avais jetée…), es además un momento clave en el devenir de los acontecimientos, en el que Bizet nos muestra una gran habilidad para crear contrastes. Contraste entre el inmediatamente anterior ataque de ira del cabo ante las burlas de Carmen y la expresión de un amor pasional, profundo, casi hiriente. Ambos sentimientos hábilmente hilados por el motivo del destino, que anuncia ya un final inevitable. Recordar también la amable melodía que construye la flauta sobre los acordes del arpa en ese dulcísimo entreacto anterior al tercer acto y cómo no el aria de Micaela (Je dis que rien ne m’epouvante), heredera de la tradición francesa de Gounod y Meyerbeer.
Acercándonos al final, el preludio al cuarto acto (basado en una serie de canciones españolas compiladas por el tenor y compositor Manuel García) es una explosión de color. Va seguido de ese célebre coro en el que la multitud recibe al torero Escamillo y a todo su cortejo a la puerta de la plaza de toros (Les voici! Les voici!...). A partir de ahí, sólo el destino, esperando pacientemente el momento oportuno. Un destino que llega irremediablemente cuando Don José hunde su cuchillo en el pecho de una Carmen que afronta su final con valentía. Ella misma lo acepta, y esto es lo más apasionante, pues prefiere la muerte antes que una vida junto a un hombre al que no ama, un hombre que quiere someterla, cortarle las alas, atarla para siempre a él. En fin, arrebatarle eso que la define y que ama por encima de todas las cosas: su libertad.