© Gerard Neuvecelle 

Aldo Ciccolini. El centenario de un trovador del piano

Este 2025 marca el centenario del nacimiento de Aldo Ciccolini (Nápoles, 15 de agosto de 1925 – París, 1 de febrero de 2015), pianista ítalo-francés que supo construir una de las trayectorias más singulares y coherentes del siglo XX. Su vida fue un puente entre dos tradiciones: la solidez de la escuela napolitana y el refinamiento de la francesa, país donde se nacionalizó en 1971 y en cuyo Conservatorio de París ejerció durante casi dos décadas como profesor. Entre sus discípulos se cuentan nombres hoy imprescindibles como Jean-Yves Thibaudet, Nicholas Angelich o Artur Pizarro, quienes heredaron de él no solo una técnica depurada, sino también una concepción del sonido cargada de imaginación y humildad.

Formado por Paolo Denza, a su vez discípulo de Ferruccio Busoni, Ciccolini debutó a los 16 años en el Teatro San Carlo con el Concierto en fa menor de Chopin. Poco después, en 1949, conquistó el Concurso Long-Thibaud de París, puerta de entrada a una carrera que habría de combinar giras internacionales con una vocación pedagógica de enorme calado. Siempre fiel a una ética musical que resumía en una máxima sencilla y reveladora: «la interpretación es humildad frente al texto».

Tuve el privilegio de coincidir con él en el Festival de Granada, en julio de 2007, cuando ofreció un programa de Debussy, Ravel y Falla interpretado con la transparencia y la hondura que solo su piano podía lograr. Pero, más allá del concierto, lo inolvidable fue la sobremesa que siguió, extendida hasta altas horas de la madrugada. A sus 82 años, incansable, narraba con emoción lo que había supuesto para él tocar con Furtwängler, cuya sola presencia bastaba para transformar la música. Evocaba también la nobleza de Ferenc Fricsay en los años cincuenta, o la natural complicidad que encontraba con directores como Jean Martinon y André Cluytens.

En aquellas conversaciones insistía, con la serenidad de quien sabe haber vivido en fidelidad al arte, en la importancia de respetar el ritmo exacto de la partitura, de evitar la afectación gratuita y de recordar que el intérprete se debía siempre, antes que a sí mismo, al compositor. Fue un cúmulo de recuerdos y lecciones que guardo como un tesoro, consciente de haber compartido mesa y palabra con uno de los últimos grandes humanistas del piano.

Aldo_Ciccolini_Gerard_Neuvecelle_4.jpg© Gerard Neuvecelle

Un itinerario discográfico con sentido

La integral de 60 CD publicada por Erato/Warner (2025) Lirico spinto – The Centenary Collection es, sin duda, uno de los grandes monumentos discográficos dedicados a un pianista del siglo XX. No es una simple recopilación: funciona como una biografía sonora de Ciccolini, un mapa de sus obsesiones y fidelidades a lo largo de décadas.

No se trata de una sucesión de títulos, sino un auténtico itinerario estético. Casi un legado de vida. Sus primeras grabaciones de los años 50 se acercaron al repertorio clásico, concretamente a la interpretación de algunas de las Sonatas de Mozart (Nos. 2, 4, 7, 9, 11, 12,13, 15), con esa claridad de fraseo y la naturalidad en el toque que serían su sello. Es una visión temprana, limpia, casi “kantiana”: claridad formal, precisión rítmica y ausencia de sentimentalismo superfluo. El sonido es claro, luminoso, con un uso del pedal mínimo y perfectamente medido: un Mozart diáfano y elegante, que se adelantaba al ideal historicista que vendría en décadas posteriores.

Posteriormente apuesta por rescatar del olvido a Erik Satie, con la integral para EMI/Pathé Marconi (1969). Aquella lectura sobria y luminosa dio a Satie un lugar en el repertorio universal, hasta el punto de que en los años ochenta el propio Ciccolini volvió a registrar una nueva integral para EMI Classics, afianzando su autoridad absoluta en el compositor. Probablemente hablamos de una de las simbiosis más apabullantes de la discografía.

Siguiendo con la música francesa, qué más se puede decir del pianista italiano más francés. Ciccolini fue uno de los intérpretes que devolvió a Debussy su dimensión clásica, evitando tanto el exceso de niebla impresionista como la sequedad analítica, con esa mezcla maravillosa de transparencia tímbrica, atención al color y sentido estructural. Childrens Corner de antología, Estampas de primerísimo nivel, las Imágenes, los Estudios.. para no perdérselos. 

Y claro, en Ravel encontró la precisión cristalina y la ironía sutil, sin tener que recurrir al virtuosismo espectacular. Su grabación de los dos conciertos junto a Jean Martinon y la Orquesta de París, (1975, EMI) son indispensables revelando su capacidad de hacer cantar al piano sobre todo en el Adagio del Concierto en Sol, el más lento de la discografía, y donde ambos artistas son capaces de llevarnos al extremo del sufrimiento interior. 

Más allá de los dos franceses más famosos, no descarten a Saint-Saens, a quien dedicó grabaciones de estudios, valses y bagatelas en los años setenta, revelando la elegancia clásica de un autor a menudo subestimado. Su grabación de los 5 conciertos junto con Serge Baudo y la Orquesta de París en los años 70 siguen siendo una referencia. Como lo es César Franck donde desplegó su faceta más espiritual e introspectiva. Su lectura de las Préludes, Choral et Fugue o el Prélude, Aria et Final son paradigmáticas: monumentalidad contenida, búsqueda de lo trascendente más que del efecto y respeto absoluto por la arquitectura y la densidad armónica. 

Sigue siendo obligatorio descubrir el otro corpus francés (Poulenc, Massenet, Séverac, Fauré…), que convirtió en su verdadero territorio espiritual. Es un archivo casi inabarcable donde se percibe su evolución estilística: desde un pianismo juvenil más directo y nervioso, hasta un arte cada vez más depurado, casi ascético, en los últimos registros.

Aldo_Ciccolini_Gerard_Neuvecelle_2.jpg© Gerard Neuvecelle

El romanticismo no es ni mucho menos alejado de su calidad como intérprete. Liszt, con unas Années de pèlerinage grabadas entre los sesenta y setenta (Erato) que alejaban al húngaro del virtuosismo vacío para mostrarlo como poeta del alma. Ciccolini, aportaba un enfoque distinto: sin renunciar al despliegue técnico —que tenía de sobra—, buscó siempre un Liszt poético, transparente y espiritual, en ocasiones sobrio. 

Esa mirada también se puede asociar a su manera de acercarse a Chopin puesto que tanto la selección de Nocturnos y Valses, (Erato/Emi) se aprecia esa búsqueda de un sonido cantabile, íntimo, sin afectación, muy alejado de una emotividad desbordada. La claridad de la textura y la atención al ritmo interno muestran ese principio suyo de que “el intérprete se debe siempre al compositor”. La elegancia del fraseo, la naturalidad y la lógica son marca destacada del intérprete, aunque en ocasiones, se eche en falta algo más de riesgo interpretativo.  Aun así, escuchen su interpretación del Nocturno op.9, No2, y sobre todo de la Berceuse, Re b M, op. 57, y verán – y escucharán - que son referencias discográficas esenciales. 

Buscador incansable, a veces no le imaginamos en repertorios como Cuadros de una exposición de Mussorgsky (1976) que aborda impecablemente, No se trata de una lectura deslumbrante por virtuosismo sino de una aproximación reflexiva, arquitectónica y profundamente narrativa que lo liga de maenra iiremediablemnte a la versión de Ravel.  La integral de Janacek, y lecturas de obras como En el camino cubierto o Sonata 1.X.1905 que destacan por su sobriedad y contención expresiva, sin sentimentalismos fáciles. Sin abordarlo como curiosidad exótica, sino como parte esencial del repertorio europeo moderno, poniéndolo en pie de igualdad con Debussy o Bartók.

Y ese Beethoven curioso de los años 60, y posteriormente grabado en los años 90, alejado siempre de lo monumental y lo titánico, y mirando con pulcritud la polifonía, el drama contenido, casi clásico, en línea con la tradición francesa.

Aldo_Ciccolini_Gerard_Neuvecelle_3.jpg© Gerard Neuvecelle

Todavía quedaría mucho más. Sus colaboraciones camerísticas con Paul Tortelier -esa Soanta para Cello y piano de Chopin - , la música española de Mompou, Granados, Albéniz, Falla…. Pero si me lo permiten, deje que les recomiende dos escuchas significativas. Una grabación maravillosa de “Encores”, (Phoenix, 2010), álbum que ofrece una visión íntima y personal de su repertorio favorito, mostrando su capacidad para transformar obras conocidas en momentos únicos de expresión artística. Y por último, las grabaciones de los conciertos para piano No. 2 de Rachmaninov y No. 20 de Mozart con la Orquesta Filarmónica de Londres, dirigidas por Yannick Nézet-Séguin, son dos joyas que reflejan la madurez artística del pianista ítalo-francés. Estas interpretaciones, captadas en directo en el Royal Festival Hall de Londres, cuando Ciccolini contaba 84 y 86 años, deslumbran menos por la perfección técnica que por la poesía contenida de cada frase. Aquí la música se convierte en un diálogo íntimo: el pianista y la orquesta se entrelazan con una simetría natural, una simbiosis sonora donde cada matiz respira y cada gesto cobra sentido. La interacción con el director fluye como una conversación silenciosa, rica en color y profundidad, mostrando una musicalidad que no se impone, sino que se ofrece. No esperen el virtuosismo desbordado de otras interpretaciones: esta es la madurez serena de un maestro, un testimonio final de un señor del piano que transforma cada nota en historia, emoción y memoria.

Un legado vigente

Ciccolini falleció en 2015, pero su sonido —ese equilibrio entre claridad y profundidad— sigue vivo en grabaciones que hoy redescubrimos con motivo de su centenario. Celebrar a Ciccolini hoy es también recordar la ética que transmitía a sus alumnos: tocar desde la humildad, imaginar antes de actuar y hacer del piano no un mecanismo percutido, sino un canto infinito.

Aldo_Ciccolini_Bernard_Martinez_3.png© Bernard Martinez