Otto Werner Mueller photo credit Pete Checchia

Sobre el fallecido director Otto-Werner Mueller, mentor de Gilbet, Järvi, Harth-Bedoya u Óliver Díaz

Según informaba su mujer a través de una escueta nota, el pasado día 25 de febrero fallecía en Carlina del Norte el director de orquesta aléman Otto-Werner Mueller, quien dedicó la mayor parte de sus últimos años a la docencia. Tras dirigir en Alemania, Rusia y México se estableció en Canadá para pasar a formar parte después del profesorado  de las prestigiosas Julliard School de Nueva York o el Curtis Institue of Music de Philadelphia.

Entre sus discípulos destacan directores como Alan Gilbert, Paavo Järvi, Miguel Harth Bedoya u Óliver Díaz, quien hace apenas una semana nos hablaba de él, en una entrevista concedida a Platea Magazine con motivo de su nombramiento como director titular del Teatro de la Zarzuela:

Otto-Werner Mueller fue una experiencia única, maravillosa, que he sabido apreciar mejor pasado el tiempo, ya que él, alumno de Igor Markevitch, era realmente duro y heredero de la antigua escuela de directores, véase una dictadura absoluta. Mueller te lo anula todo, lo bueno y lo malo, te arrasa y a partir de ahí construye. 

Lo curioso de esto, que siempre lo hablo con los colegas de aquella época que también fueron alumnos suyos como Rossen Milanov o Miguel Harth-Bedoya, es que ninguno nos parecemos entre nosotros ni nos parecemos a él. Mueller no era un fanático de la técnica ni se parece a la escuela de Celibidache, construida desde el gesto. Si te admitía, para la semana siguiente tenías que llevarle una obra, la que tu quisieras, pero no se empezaba por la técnica. “¿Técnica? ¿Pero no quieres dirigir? Pues ponte delante de la orquesta y dirige”. Lo que él quería ver es la envergadura del músico que tiene delante y no entiende la pedagogía desde el punto de vista… No la entiende en general. No comprende lo de la formación del director. Él ya da por hecho que un director de orquesta que ha llegado a sus manos tiene que tener un talento significativo. Las pruebas de acceso de hecho eran brutales. La cuarta fase, que era la última, a piano, yo soñaba con ella después. 

Sólo te indica que tienes una entrevista personal con él, pero te sienta delante de un piano, seas pianista o no y te saca un coral a cuatro claves antiguas para que lo toques a primera vista, por supuesto a tiempo. Después te pone un lied de Schubert o Schumann para que lo transportes dos tonos arriba, un tono abajo… y después para hacer la reducción a piano: la obertura de Hänsel y Gretel de Humperdinck, con las trompas; La consagración de la primavera; Romeo y Julieta de Tchaikovsky y la Segunda Sinfonía de Brahms… 

Así que quien llegaba a sus clases ya daba por hecho que estaba formado, ni la centésima parte claro que tras pasar por él. Un hombre que cada día se levantaba a las cinco de la mañana para seguir estudiando, ese era Otto-Werner Mueller.