Una Inglaterra decadente
Valladolid. 30/05/25. Teatro Calderón. G. Verdi: Falstaff. Carlos Álvarez (Falstaff), Rocío Ignacio (Alice Ford), María Luisa Corbacho (Quickly), Cristina Faus (Meg), Maylin Cruz (Nanetta), Joel Prieto (Fenton), Rodrigo Esteves (Ford), Toni Marsol (Pistola), José Manuel Montero (doctor Cajus) y Gerardo López (Bardolfo). Coro Calderón Lírico y Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Dirección musical: Oliver Díaz. Dirección escénica: Jacopo Spirei.
Nada más entrar el Teatro Calderón vallisoletano llamaba mucho la atención una gran Union Jack, es decir, la bandera británica, desplegada a modo de telón principal; eso sí, descolorida y ajada, como queriendo subrayar que la Inglaterra que íbamos a vivir durante la ópera presta a comenzar era el ejemplo perfecto –a través de la patética figura de Sir John Falstaff- de la decadencia misma. Esa bandera nos dejaba a la vista ora solo la habitación en la que malvive el orondo personaje, ora las calles inglesas en las que se halla la vivienda del señor Ford y el resto de personajes.
Las calles y las casas, así como la misma habitación de Falstaff, están desequilibradas, creando espacios desiguales. Una idea interesante que acaba por tener una plasmación irregular porque mientras la habitación del protagonista es creíble en su modestia e, incluso, en su inmundicia, toda la escena final del bosque parece ocurrir más en un modesto parque periurbano actual que en un frondoso bosque británico. Y es que Jacopo Spirei nos trae a un mundo actual en el que, por ejemplo, Fenton y Nanetta coquetean delante de todo el mundo a través del whatsapp y en donde, sin embargo, un señor mayor, canoso y gordo cree en las hadas y en su poder. Quizás lo más relevante es subrayar la vigencia de Falstaff, que hoy en día bien podría ser cualquiera de esas estrellas ancianas que, ya octogenarias, se empeñan en ser padres y creen a pies juntillas que la chica treintañera que le acompaña le ama con pasión. Quizás la decadencia misma sea que el hecho de que hoy el personaje Falstaff sigue bien vivo y coleando.
Musicalmente, a la función le costó muchísimo levantar vuelo. Pareciera que las tormentas previas al primer acorde que vivió Valladolid hubieran enfriado los ánimos de todos porque lo cierto es que a pesar de los loables intentos de Oliver Díaz la función no terminaba de despegar. Y si en Falstaff no sonríes algo está ocurriendo y no precisamente bueno.
Tengo un profundo respeto y admiración por la carrera de Carlos Álvarez. Aún recuerdo aquella pretérita función de La bohéme en el Teatro Arriaga, de Bilbao , donde al término de la misma todos comentábamos lo mismo: ¿cómo se llama ese barítono tan joven? Porque nos dejó sencillamente anonadados. Desde entonces he podido disfrutar muchas veces de su voz y arte y no puedo por ello sino sentir rabia al verle hacernos sufrir en los dos primeros actos, en los que por indisposición o cualquier otra razón –en cualquier caso, no anunciada por la organización- “rascó” de forma evidente cada nota aguda a la que se lanzó con valentía; el tercer acto fue mejor pero no terminó Álvarez de redondear una noche adecuada. El personaje está: la retranca, la chulería y soberbia innatas, la nobleza diluida,… todo esto está presente pero en el caso que nos ocupa la voz no acompañó demasiado.
Las comadres alcanzaron un nivel aceptable, sin terminar de deslumbrar. Rocío Ignacio terminó con fuste un Alice que comenzó dubitativa; María Luisa Corbacho volvió a ser una Quickly pizpireta y cómoda en una tesitura de las más graves de Verdi para la voz femenina mientras que Cristina Faus solo pudo destacar en su soliloquio final, en la escena del bosque. Es de agradecer que en los números de conjunto, de modernidad musical indudable, las tres aportaran seguridad y eficacia. Maylin Cruz, finalmente, construyó una Nanetta creíble, de voz adecuada y bien actuada.
Entre ellos destacaría un Rodrigo Esteves algo estentóreo en su escena inicial para luego recoger algo más su canto mientras que Joel Prieto, vestido por su peor enemigo y dueño de un timbre no muy grato, supo sin embargo darle la poesía necesaria a su página Dal labbro il canto, lo más parecido a un aria que uno puede encontrar en la ópera.
Para terminar José Manuel Montero (Cajus), Gerardo López (Bardolfo) y Toni Marsol (Pistola) dieron empaque suficiente a los tres papeles menores –si es que en Falstaff existen- aunque el tercero es más barítono que bajo y no parecía estar cómodo en las notas graves.
Muy bien el Coro Calderón Lírico aunque creo que se apostó por una plantilla excesiva para la dimensión del trabajo y muy bien tanto la batuta como la orquesta; indudablemente, lo mejor de la noche. Oliver Díaz dio vuelo sinfónico a Falstaff, lo que es muy necesario en la música de este genio octogenario que, sin necesidad alguna, nos regaló una obra extraordinaria. Desde ese primer acorde enérgico hasta todas y cada una de las páginas Díaz llevó a una espléndida Orquesta Sinfónica de Castilla y León a construir un trabajo esplendido.
El público llenó el hermoso teatro en esta segunda de tres funciones, rubricando el deseo de vivir con pasión la única cita operística del año en la ciudad. Fuera, caía agua de forma inmisericorde interrumpiendo de forma súbita unas horas de temperaturas excesivas; dentro del teatro, nos retrataban una Inglaterra decadente desde el humor inteligente de Boito y Verdi. La pena es que hasta casi el final algunos no pudimos conectar con la propuesta que se nos hizo, y bien que lo sentimos.
Fotos: © Gerardo Sanz