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LO TUYO ES PURO TEATRO

Barcelona. 27/01/21. Gran Teatre del Liceu. Obras de Tchaikovsky, Rachmaninov, Strauss y Dvorák, entre otros. Pavel Nebolsin, piano. Giovanni Andrea Zanon, violín. Elena Maximova, mezzosoprano. Anna Netrebko, soprano.

Aunque podría debatirse mucho y muy necesariamente, en resumidas cuentas lo que el teatro y, por ende, la lírica requieren como sustento es algo, a priori, nada fácil de conseguir: verdad. Doy por hecho, ya digo, que esta palabra encierra por sí misma, quizá una insoportable carga de controversia y complejidad; potenciada, además, por el arte. ¿Se puede alcanzar la verdad desde la imaginación? Aún más difícil parece en el arte colectivo, que requiere de diferentes fuentes y miradas para llevarlo a cabo ¿Puede haber verdad, neutralidad, cuando el concepto se une al de "interpretación"? Me salgo un momento por la tangente cinematográfica: compatriota de Anna Netrebko, el propio Vértov entraba en contradicción consigo mismo y su Kino-Pravda (Cine-Verdad). La filosofía del Cine-Ojo, como en su maravillosa El hombre de la cámara, perseguía la objetividad total, sin guión, sin preparación, sin actores profesionales... y, sin embargo, regateaba la realidad a través del montaje, los efectos visuales y trucos ópticos. Con todo, finalmente, el mensaje era el que él quería enviar. Es un tanto lo que le ha ocurrido a la soprano rusa en su última aparición sobre el escenario del Gran Teatre del Liceu. No hay duda que hay mucha verdad en ella, en su arte, pero su forma de aproximarse a ella, hace que quede, por momentos, desvirtuada.

Parece claro que Anna Netrebko concibe el teatro como puro espectáculo. No me malinterpreten, por favor. Me refiero a que hay cierta o mucha parte del mundo lírico que la soprano parece vivir como una fiesta y no por ello es menos profesional que sus colegas más serios. Habiéndole visto noches de ensueño en Carmen, Tosca, Adriana Leouvreur, Aida, Trovatore... no albergo ninguna duda de que estamos ante una de las mejores voces de los últimos tiempos, a la par que ante una artista que siempre se entrega en el escenario. Metiéndose en la piel de cualquier rol durante unas horas, Netrebko encuentra la verdad, el teatro y el espectáculo en la propia música, sirviendo a la ópera que interpreta. Sin embargo, a menudo cuando ofrece un recital, parece tener la necesidad de aportar su verdad por encima de la música. Como si una serie de canciones no tuvieran la suficiente entidad como para hacer disfrutar al público. De este modo, su último concierto en el Liceu volvía a tener mucho de espectáculo, bastante teatro y destellos de fulgurosa verdad. 

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Salió al escenario la cantante ya con el ramo de flores puesto, atrezo que le sirvió para marcar una de las pautas que darían forma a todo el recital: el drama, el teatro. La soprano muestra una necesidad casi vital de abarcar todo el escenario con sus movimientos, dramatizándolos, remarcando lo que letra y música ya nos están diciendo. "He venido a daros espectáculo", parece querer decir en cada momento. A ello sumó abanico, antifaces y, en el colmo del horterismo, un globo con forma de estrella al arrancar la segunda parte, para que el público tuviese claro que comenzaban las piezas sobre la noche. Tan bobos, quiero pensar, no somos. Sentado cerca del escenario, la falta de espontaneidad era evidente. Todo marcado. Cada posición. Cada cruce. Cada pirueta.

Esa misma cercanía me sirvió, al mismo tiempo, para ver a una cantante que, siempre en sus formas, quiere ser meticulosa y muy musical. Controlar semejante (magnífico) instrumento, ancho, pastoso, grande, ha de resultar muy complicado en ciertos momentos. Es maravilla comprobar cómo Netrebko va buscando cada resonador posible para emitir las notas de la forma en que ella pretende. Cómo regala un registro medio maravilloso y cómo apoya en el grave con pasmosa facilidad. El agudo se mostró esta noche un tanto tocado, quién sabe si como consecuencia del covid19 que ella ya ha padecido. En la primera parte del recital, dedicado al día, la afinación se tambaleó por momentos y tuvo algún significativo lapsus (Depuis le jour, de Charpentier), que no permitieron que la cita se elevase a lo que el precio de las entradas requería. Cuatro preciosas canciones rusas (tres de Rachmaninov y una de Rimski-Korsakov) perdieron su esencia entre tanto drama, seguido de un Morgen que pudo ser, pero no fue. Le acompañó aquí el violín de Giovanni Andrea Zanon, siempre pendiente de las necesidades de la cantante. Cerró la parte una estrambótica Mattinata, muy alejada de las coordenadas donde la voz de la rusa tanto brilla.

A Strauss regresó en la segunda parte, con otras tres canciones: Die Nacht, Wiegenlied y Ständchen (además de Cäcilie como segunda y última propina). A pesar de, a priori, contar con unos mimbres privilegiados para el compositor, algo parece perderse en su forma de acercarse a él. Quizá sean sus dificultades ante las consonantes germánicas, su tendencia a ralentizar tempi, o su extroversión dramática... De todas, la que más cautivó fue la nana, a pesar de lo moroso del tiempo y el piano de Pavel Nebolsin, siempre correcto, aunque alejado también de Strauss. Sin duda, lo mejor de loche fue el duo de La dama de picas, junto a la buena mezzosoprano Elena Maximova (tiene que ser difícil encontrar una voz de su cuerda que empaste en color y mayores graves que los de Netrebko) y las canciones Las nubes comienzan a disiparse, de Rimsky-Korsakov y Oh, no me vuelvas a cantar, de Rachmaninov, donde la soprano desplegó toda su voz, pletórica, ancha, de timbre brillante y un grave ejemplar, en versiones apasionadas, casi estoicas del amor y la noche. Como contraste, una íntima, pausada, sublime Canción zíngara de Dvorák. Canciones que le devuelven al teatro, porque lo suyo es puro teatro, donde parece sentirse mejor. 

Fotos: Paco Amate.