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De la belleza y el dolor

Valencia. 27/05/21. Palau de Les Arts Reina Sofía. Mascagni: Cavalleria Rusticana / Leoncavallo: Pagliacci. Jorge de León (Turiddu / Canio). Ruth Iniesta (Nedda). Sonia Ganassi (Santuzza). Misha Kiria (Alfio / Tonio). María Luisa Corbacho (Mamma Lucia). Amber Fasquelle (Lola). Joel Williams (Beppe). Mattia Olivieri (Silvio). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Cor de la Generalitat Valenciana. Giancarlo del Monaco, director de escena. Jordi Bernàcer, director musical.

Los centros consagrados al arte, sean museos, teatros o auditorios, no deberían entregarse, tan sólo, a la belleza. Como abrigo y reflejo  de la cuestión social que albergan en su interior, al mismo tiempo debe haber cabida, siempre, para el dolor, para la oscuridad que también compone nuestra condición humana. Aunque siempre puede haber tiempo para el divertimento, la reflexión siempre es mayor cuando se nos apunta con el dedo en nuestras facetas más controvertidas, incluso las más crueles. Qué duda cabe que un teatro lírico se presenta como un lugar idóneo para ello, con miles de obras que se nutren de pasiones exacerbadas y conflictos emocionales que han generado aplausos, lágrimas y sonrisas durante más de cuatro siglos, siempre bajo el prisma de cada presente. Y con cada uno de ellos, hoy en día aprendemos de nuestra propia historia, de nuestra evolución... llevándonos a pensar, o así debería ser, qué actualidad queremos vivir, qué futuro debemos favorecer.

De todo el repertorio, dos de las obras más queridas y, seguramente, más conocidas y reconocidas (el Intermezzo y Vesti la giubba se escuchan en sitios de lo más insospechado) son, al mismo tiempo, dos de las historias más crudas y trágicas hacia la mujer: Cavalleria rusticana, de Mascagni y Pagliacci, de Leoncavallo. Es por eso que resulta muy interesante ver cómo un teatro y los consecuentes directores o directoras de escena deciden mostrarlo hoy en día, en un especial momento de sensibilidad ante la violencia que se ejerce sobre ellas. ¿Cómo presentar la belleza de una música cargada de emoción, al mismo tiempo que se revela la incontestable violencia de sus tramas? 

Para cerrar su presente temporada, Les Arts de Valencia (sí, ha habido más teatros abiertos durante estos meses aparte del Teatro Real) ha recurrido a una experimentada visión, la de Giancarlo del Monaco, en una producción que vió la luz en 2007, hace 14 años y cuando Ana Orantes llevaba asesinada ya una década. Mucho deberíamos haber abierto los ojos desde entonces.  En Pagliacci, Del Monaco, con una visión escénica muy inferior a Cavalleria (como ocurrió con su Tempranica respecto a La vida breve que presentó el año pasado en la Zarzuela, también en programa doble), se aferra a la tradición. Parece querer hacernos ver quién es Turiddu sólo a través de lo escrito en el libreto. El problema es que esta ópera se estrenó en 1892 y los valores de entonces no son, no pueden seguir siendo los de hoy en día. No encuentro un resquicio en la dirección de escena que nos haga situarnos, como espectadores, de forma frontal ante la violencia del protagonista, más allá de la música y confiando en que todo el mundo haya ido al teatro con los deberes bien hechos. No empatizar con Canio, con esa música tan emocionante, además, puede resultar complicado. Yo mismo llegué a hacerlo en mi adolescencia, ante el "pobre diablo" que es "traicionado" por su mujer. Los momentos finales (añadidos) donde Turiddu solloza, abrazando a Nedda asesinada, mientras grita su nombre, como si fuese Rodolfo llorando ante la muerte de Mimì, terminan de conformar una imagen romantizada e idealizada del antihéroe que, a mi modo de ver, no debería ya tener cabida.

Por lo demás, la propuesta de Pagliacci se plantea en códigos estéticos muy clásicos, a excepción del fotograma gigante con Anita Ekberg en la Fontana di Trevi, de La dolce vita y que, quiero suponer, viene a resaltar la dicotomía entre la vida real de los actores, los cómicos y lo que han de mostrar ante las cámaras y el público. Muy trabajado y detallado el movimiento de actores y un dramatismo verdaderamente realista en cada personaje, dentro de los códigos anteriormente mencionados. Excepcional, como siempre, la labor de Ruth Iniesta en el papel de Nedda. Ya su actuación sobre el camión, en todo el inicio de la obra, es un delineadísimo trabajo actoral. Después, enseguida Del Monaco le hace tirarse por el suelo para tocarse. Nada de malo. Es bueno tocarse y que se tire por el suelo quien quiera, pero es algo muy visto en su dirección. Fabulosa igualmente en el desenlace final. Y muy acertada en las formas en que lleva su Nedda, a priori no el papel que debería hacerle sentir más cómoda por vocalidad. Un Stridono lassù alejado de gazmoñerías, con color y suntuosidad, sumado a un dúo con Silvio excepcional, donde brilló también el buen hacer de un timbradísimo Mattia Olivieri.

Acertado el Beppe de Joel Williams y muy disfrutable la doble labor de Misha Kiria en el doble papel de Tonio y Alfio (Cavalleria). Un color vocal más claro, quizá, al esperado en sendos roles, con arrebatadora contundencia dramática en todo momento, inflexiones, detalles, recovecos muy de agradecer. Al igual que la gran estrella de la noche, Jorge de León, como los dos protagonistas: Canio y Turiddu. Creo que a De León no se le pudo pedir más a lo largo de las dos partituras. ¡Qué entrega! ¡Qué arrojo! ¡Qué voz! Un momento excelso, continuado desde la última vez que le vi en el papel de Leoncavallo, hará seis años atrás. El agudo sigue estando, pero ahora todo está más controlado en el fraseo, en la colocación, en el apoyo. Maravilloso, igualmente, en Cavalleria Rusticana, donde el reparto se completó con una entregada Sonia Ganassi como Santuzza, inteligente artista belcantista, en derroteros distintos a los acostumbrados para ella, echándose por ello, quizá, una voz de mayor empaque por momentos. También acertada Amber Fasquelle como Lola y muy agradable la Mamma Lucia de María Luisa Corbacho, una garantía más de buen saber hacer.

La escena de la ópera de Mascagni, con resultados mucho mayores, presenta una escenografía blanca, amarmolada, en una cantera, de gran contraste con el negro riguroso con el que visten los personajes. Todo un acierto, con algunos puntos más cuestionables, como esos movimientos de los penitentes flagelándose. Apabullante, maravilloso, increíble el Coro de la Generalitat Valenciana que, sobre todo en Cavalleria, representa un personaje más, como es la presión social y religiosa del pueblo. Su labor fue potenciada, además, por la curiosa distribución en plantas superiores de la sala, creando un efecto dolby surround espectacular. Y muy estimable, igualmente, la Orquestra de la Comunitat Valencianan en manos de Jordi Bernàcer, quien ofreció una visión sustentada igualmente en el sonido, en el impacto sonoro. Quizá en algún momento se echara en falta una interpretación más singular, personal de la partitura, pero fue, igualmente, todo un regalo para los oídos.